Queridos hermanos, después de haber recorrido el camino pascual, ahora comenzamos nuevamente el tiempo ordinario, tiempo en el que Dios sigue caminando a nuestro lado, nos da las directrices para ser felices, para ser libres verdaderamente.
Escuchamos en la primera lectura de este domingo (Dt 5,12-15) cómo debemos de guardar el día consagrado al Señor que para nosotros es el domingo, día en que Cristo ha vencido a la muerte. Celebrar el domingo es hacer memoria de lo mucho que Padre Dios nos regala a lo largo de la semana, es ser hijos agradecidos; celebrar es estar ofreciendo algo de lo mucho que recibimos, dice un dicho popular: “Amor con amor se paga”, eso es lo que hacemos al guardar el día del Señor. No es una imposición, y si lo miramos de esa manera entonces estará siendo a la larga un peso para nosotros. Dedicar el día domingo al Señor para nosotros los católicos debe ser más bien recordar con gratitud todos los dones que recibimos a diario, más que un tiempo perdido es un tiempo en el que recibimos gracias abundantes para seguir en el camino de la vida, seguir luchando por el mundo que queremos y que Jesús quiere para nosotros, donde reine el amor y la paz.
Por otra parte, queridos hermanos, el evangelio (Mc 2,23–3,6) es un pasaje hermoso donde se presentan dos episodios diferentes. Primero vemos cómo Jesús es interpelado por sus opositores sobre el sábado y, con sencillez y naturalidad, les da una lección grande; pero como no eran capaces de reconocer a Jesús como Dios, les pasa desapercibida esta afirmación. Jesús dice claramente: “El Hijo del hombre es dueño del sábado”. Es en éste momento cuando expresa su gloria, expresa su divinidad, pero como sus oyentes están más bien queriendo que la ley se cumpla al pie de la letra entonces no entienden lo que Jesús les dice. Hoy Jesús nos dice a nosotros: “Yo soy el mismo que se apareció en la zarza ardiendo, soy el que los sacó de Egipto. En pocas palabras soy Dios”. Reconozcamos cada uno de nosotros esa divinidad, reconozcamos que Jesús es realmente Dios y al mismo tiempo es hombre, y un hombre que quiere hacer el bien.
Escuchamos también más adelante en el evangelio cómo Jesús pregunta a sus oyentes: “¿Qué está permitido hacer en sábado el bien o el mal?” Por supuesto que hacer el bien, hoy nosotros debemos grabar en nuestro corazón estas palabras con tinta de oro, debemos hacer el bien en todo momento, no podemos dejar pasar desapercibido el momento actual que nos toca vivir. Hoy el mundo se ha olvidado de hacer el bien sembrando por todas partes muerte y destrucción. Eso no es fruto del bien, es fruto de corazones llenos de odio, de rencor, corazones que no están contentos y quieren que los demás tampoco lo estén. En el bien también entra la libertad del hombre, hoy Jesús nos insiste y nos dice claramente: “Yo quiero para cada para cada uno de ustedes la libertad, y en esa libertad quiero que respondan al amor”. La respuesta al amor se da en gestos de gratitud, con actitudes bien definidas. Si cada uno de los cristianos lucháramos por hacer el bien, que es fruto de la libertad y de una libertad donde reina el amor, si esto lo practicáramos en donde nos encontremos, si sacáramos de nuestro corazón el odio, la venganza, el rencor, y llenáramos nuestro corazón de paz, alegría y amor, estaríamos trasmitiendo todos los días amor, paz y alegría a todos los que nos rodean y, por consiguiente, estaríamos construyendo un ambiente donde reine el bien, donde se mire que la violencia no tiene la última palabra, la última palabra la tiene el amor que procede de Cristo, quien vino al mundo y entregó su vida como recate por cada uno de nosotros, nos mostró el gran amor que tiene por cada uno de nosotros.
Jesús es un indicador perfecto para convertir nuestros ambientes cotidianos en ambientes llenos de felicidad, una felicidad donde el servicio al prójimo sea la bandera, donde hacer el bien no sea algo pesado sino algo gozoso que llena y permea todos los rincones de la tierra. Hacer el bien debería de ser el distintivo de todo ser humano que sigue el camino que conduce a la vida, y no se diga de los bautizados hijos de Dios: deberíamos ser los primeros en poner el ejemplo en cuestión de amar a los demás y de hacer el bien aun a costa de burlas y difamaciones.
Pidamos, hermanos, la intercesión de la Madre de Dios, modelo de escucha de la Palabra de Dios, para que nos ayude a llevar este mensaje a la vida ordinaria y así construyamos una familia, una sociedad y un mundo donde triunfe el bien antes que el mal y donde la gratitud sea el estandarte de cada bautizado, un mundo donde el amor permee todos los rincones en que existan rencor, odio y resentimiento.
Saúl González Pérez
Segundo de Teología