¡Feliz año nuevo! Así decían algunos comentarios en las redes sociales durante esta semana y es que en realidad es un año nuevo el que comenzamos en la Iglesia, no un año civil, sino un nuevo año litúrgico que comenzamos con este tiempo de Adviento. Un tiempo oportuno que nos invita a reflexionar sobre la espera en el Salvador.
Es por eso que la Liturgia de la Palabra que se nos presenta en este domingo tiene un tinte distinto, parecieran unas lecturas demasiado fatalistas anunciando el fin de los tiempos, pero, más que eso, nos invitan a reflexionar sobre nuestra actividad como cristianos, como bautizados.
La segunda lectura del apóstol Pablo nos menciona: «Tomen en cuenta el momento en que vivimos, ya es hora que se despierten del sueño…» (Rom 13,11-14). Debemos estar alerta ante las situaciones que se viven en nuestra sociedad, en nuestras familias, ambientes de trabajo, etc. Tal vez realidades negativas que en ocasiones parecieran no importarnos o no tener gran impacto, pero que lo tienen, ya que nos afectan en todos los ámbitos. Nuestra labor como bautizados es cambiar esas situaciones en momentos llenos de Gracia.
Debemos ser observadores ante los acontecimientos que vivimos, como lo menciona Pablo: debemos despertar. Qué molesto puede resultar cuando estamos en un profundo sueño y de repente, sin más, sin pregunta o consulta alguna, suena la alarma indicando que tenemos abrir los ojos. Eso quiere ser para nosotros la Palabra de Dios en este primer Domingo de Adviento, una alarma que nos ha de despertar del sueño, de nuestra comodidad, de nuestro descanso; pero no algo molesto sino una Palabra llena de esperanza, llena de confianza, una Palabra que nos dice que no todo está perdido, que es Dios quien sigue estado entre nosotros. «La hora de la salvación está más cerca que cuando empezamos a creer, desechemos las obras de las tinieblas y revistámonos con las armas de la luz». Así, cumpliendo nuestras actividades, pero despiertos, podremos ponernos en marcha caminando a la luz del Señor que viene, y salir a su encuentro.
Este tiempo de Adviento debe ser para nosotros un tiempo propicio para la reflexión, para ver qué tan dormido o despierto estoy ante la espera del Salvador. Por eso el Evangelio de este día (Mt 24,37-44) nos relata lo que sucedió en el tiempo de Noé, cuando menos lo esperaban sobrevino el diluvio y se los llevó a todos. De ahí la importancia de estar preparados, no con miedo, sino con esperanza, aun en el ir y venir de nuestras vidas, el tiempo de Dios quiere entrar en el tiempo de los hombres. Que nuestras actividades no nos alejen de él, podemos estar enfocados en un activismo fatigante que luego nos llevará a un profundo sueño, sin darnos cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor.
«Estén preparados porque no saben que día va a venir su Señor». Adornemos nuestros hogares con luces, con esferas, campanas, etc. Pero que esos adornos estén también en nuestro corazón para poder recibir al Salvador que se acerca. Puede llegar sin avisarnos, sin que sepamos la hora ni el momento. Más que una preparación exterior, Dios nos pide preparar nuestro interior. Y es que, en realidad, el Señor llega como un «ladrón» porque siempre nos sorprende, como aquel hombre que llegó al cielo y el Señor lo recibió. Le dijo el hombre: «Sé que no me dejarás entrar en tu casa». «¿Por qué?», le preguntó el Señor. Respondió el hombre avergonzado: «Yo soy el posadero que no dejó entrar a tus padres en el mesón, la noche de Belén». «Entra de cualquier modo –le dijo el Señor–, mi casa es más grande que la tuya».
Despierta deja sonar la alarma… Feliz y bendecido domingo.
José Manuel Alvarado González
Seminarista de Segundo de Teología