Hemos llegado ya al sexto domingo de este hermoso tiempo de Pascua, y continuamos como Iglesia, como comunidad de fe, de vida y de esperanza, celebrando jubilosamente este misterio central y fundamental de nuestra fe, la Resurrección de Jesucristo, el Señor. Su presencia siempre viva y actual en medio de nosotros nos llena de verdad, luz, gozo y esperanza.
Jesús nos quiere dar una pista de comprensión que es el amor. El amor que ilumina, que fortalece y que nos enseña cómo tenemos que cumplir la Palabra del Señor, cómo debemos de cumplir sus mandamientos, aquello que Él quiere de nosotros. Lo que sabemos es que el mayor mandamiento que Él nos ha dejado es precisamente el amor.
«El que me ama, cumplirá mi Palabra y mi Padre lo amará». Que mayor regalo que poder sentirnos amados de Dios como Padre, y lo más importante que Él con su Hijo vengan a hacer morada en nuestras vidas. Somos templos del Espíritu Santo, somos morada de Dios, precisamente por el amor y el amor nos debe de llevar a cuidar la vida de gracia. El amor nos debe de llevar a hacer lo que le agrada al Señor y este nos lleva a entregarnos como Él se ha entregado por nosotros en la cruz.
Cuando nosotros amamos al Señor y nos dejamos amar por el Señor se cumplen las palabras que Jesús nos dijo: «la paz les dejo, mi paz les doy». Hoy en un mundo tan inseguro, con tanta violencia, el Señor nos trae este mensaje: «no pierdan la paz». En oración, en confianza hacia Dios, pidamos que Él nos regale ese don tan maravilloso que todos nosotros queremos, que es la Paz.
Los cristianos debemos saber que en medio del tumulto, del ruido, de las situaciones difíciles, se puede vivir en paz, mantener la paz de su corazón y esta paz solo nos la da el Señor. Paz es tener a Dios en nuestra vida y en nuestro corazón. Por lo tanto dejémonos amar por el Señor y que en este mensaje tan hermoso que Jesús nos da, tengamos la seguridad de que con Él viene la paz.
Continuemos celebrando este tiempo de Pascua fortalecidos con la acción del Espíritu Santo guiados por la presencia y el amor del Señor, teniendo en nuestras mentes y en nuestros corazones su paz, esa paz que es la síntesis de todas las bendiciones que el Señor derrama en abundancia sobre nosotros. El Señor camina entre nosotros, está vivo, está resucitado, es nuestro Señor y es nuestro Maestro.
Por Rafael Cristalinas. Tercero de Teología.