Este domingo las lecturas nos introducen en un contexto de banquete, en la primera lectura (Proverbios 9, 1-6) es la sabiduría quien prepara el banquete y nos invita a gustar del pan y del vino que ha preparado y ha servido para que gustemos; mientras que la segunda lectura, de san Pablo a los efesios (5, 15-20), más bien nos habla de algunas actitudes que debemos tener para disfrutar mejor del banquete, siempre en acción de gracias y evitando todos los excesos. El salmo 33 nos recuerda que todo es recibido siempre por la bondad de Dios. Para llegar al culmen con el evangelio (Jn 6, 51-58), donde es Cristo mismo quien se entrega como alimento que da vida.
Es curioso que muchas veces en la Sagrada Escritura se hace referencia a la comida, así lo encontramos desde el fruto prohibido que comen nuestros primeros padres, hasta el pan que se transforma en el cuerpo de Cristo, pasando por los banquetes rituales o las historias donde Dios se manifiesta dando de comer a su pueblo como signo de su bondad y su cuidado en atención a la alianza que hace con ellos. Y es que la comida es uno de los signos más básicos en la vida del hombre, pues todos necesitamos alimentarnos, además que es el momento cotidiano en que dejamos todo lo demás fuera para dedicarnos solamente a nutrirnos, no solo de alimento, sino también de la compañía de aquellos con quienes compartimos la mesa. En este caso, el pan y el vino que simbolizan el banquete de la sabiduría, son una invitación a compartir la vida de Dios, y a la vez un adelanto del banquete eucarístico donde el mismo Dios se da en la persona de Cristo. No es un banquete para los sabios de este mundo, sino para los que se sienten con menos capacidad y buscan a Dios con noble corazón.
La segunda lectura, volviendo sobre la sabiduría cristiana, contempla cómo deben vivir los bautizados envueltos en la luz de Cristo ya que no pueden vivir en el mundo de cualquier manera, cegados por lo que quita la razón, el juicio y el discernimiento, como lo es en la embriaguez, sino abiertos a una esperanza en que unidos glorifican a Dios.
En el Evangelio, volviendo al tema del banquete, Jesús se presenta a sí mismo como el alimento, pidiendo que comamos su carne y bebamos su sangre. En esta parte Juan, quien no narra la última cena, nos habla sobre la eucaristía, en donde comulgamos el cuerpo y la sangre del Señor, y más que pensar en una especie de canibalismo, como se acusaba a los primeros cristianos, entendemos que comer la carne y beber la sangre tiene también una verdadero sentido sacramental, pues la carne designa toda la condición humana del Hijo de Dios, de este modo la carne es lo mismo que cuerpo, y el cuerpo representa a toda la persona e historia de Jesús que se ha sacrificado y entregado por el mundo. Y el comer al Hijo es tomar parte de toda su vida, su palabra, sus opciones, sus sentimientos, es entrar en comunión. Por eso el sacramento de la Eucaristía es el cada día nos va acercando hacia la vida eterna y nos aleja del destino de muerte, cumpliéndose las palabras de Jesús: «El que coma de este pan vivirá para siempre».
Por Gabriel García de Loera
Tercero de Teología