Seguimos en el contexto del Tiempo Ordinario, proclamando y reflexionando la Palabra del Señor en el Evangelio de San Marcos (10, 17-30). En este domingo XXVIII, apocas semanas de terminar este tiempo litúrgico, Jesús se presenta en el camino y un hombre se le acerca de manera apresurada con una pregunta muy personal: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para ganar la vida eterna?”. De esta pregunta resulta interesante el título de “Maestro”, es decir, este hombre (el cual no sabemos exactamente su nombre y origen) sabe que Jesús no es cualquier persona que está proclamando la Palabra o que tiene cierto número de seguidores en Israel. Este hombre sabe que Jesús posee conocimiento, sabiduría y autoridad, además de que le agrega el adjetivo de “bueno”.
Jesús, como es bien sabido, no hace a un lado las leyes del pueblo judío, sino que ha venido a darles un nuevo impulso, una interpretación adecuada, una plenitud en el amor, el cual es manifestado a Dios y al prójimo. Pero el hombre ha cumplido la ley con perfección, mas sin encontrar una realización “plena”, pues afirma que ha cumplido la ley desde muy joven. Jesús lo invita a vender lo que tiene, dar el dinero a los pobres y seguirlo. El único detalle de este hombre: tiene muchos bienes y está apegado a ellos. El apego a estos bienes lo hace entristecerse porque le es difícil renunciar a sus cosas y seguir a Cristo de manera libre y sin apegos.
El corazón humano es fácil llenarlo de muchas cosas: dinero, tierras, afectos humanos, celular, computadora, uso de internet, amigos, pareja, etc. Sin embargo, aunque cumplamos las leyes de Dios, el uso de estos bienes de manera excesiva o apegada provoca la dependencia en ellos, de tal manera que, si me falta tal o cual cosa, no puedo ser feliz, y mucho menos se puede uno mismo entregar a Dios. Es como pasar a una visita a nuestra casa, pero no hay espacio ni siquiera para acogerla porque tenemos la casa llena de cosas. Si queremos que la visita se quede y regrese, debemos deshacernos de lo que no nos hace beneficio, de aquello a lo que estamos apegados excesivamente.
El uso de los bienes materiales es bueno, pues los necesitamos para nuestra vida ordinaria. El error es tener un corazón apegado a lo material, a lo que fácilmente pasa y se corrompe, que no promete ni favorece la vida espiritual y mucho menos la entrada a Jesús en nuestro corazón.
Rodolfo Gabriel Llamas Ramírez
Primero de Teología