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Seamos sal y luz | V Dom. Ord.

¿Qué nos dice hoy Dios?

  • «Ustedes son la sal de la tierra y luz del mundo».

¿Qué aplicación tiene en nuestra vida?

Partamos de nuestra experiencia de cada día. La sal, como bien sabemos, es útil para tantas cosas como cocinar, sazonar, con el fin de procurar un buen gusto a nuestro paladar, también la sal preserva la carne de la descomposición.

  • La invitación es que nosotros como Iglesia (bautizados) estamos llamados a ser sal, es decir, a preservar la fe, que hemos recibido como Don que da sabor y textura en lo ordinario de nuestra vida. Porque muchas veces nosotros como cristianos perdemos el sentido de la fe y la misión a la que estamos llamados. Vivimos insertos en una sociedad llena de indiferencia, en la que ya no se busca a Dios; una sociedad llena de angustia, miedo y violencia, en la que se busca solo el pasarlo bien, sin encontrar la verdadera fuente de vida que es Jesucristo. Podemos decir que quizá hemos caído en una anemia interior, que nos impide experimentar y vivir en nuestro entorno a Dios. Y, por tanto, nos orilla a buscar solo nuestros propios intereses y gustos personales, sumándonos a las filas de la mediocridad, y perdiendo así el sabor, tal como nos dice Jesús: «Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente». De ahí la invitación a redescubrir la fe. Ella es la sal que nos puede hacer vivir de manera nueva: en la convivencia, la soledad, la alegría, tristeza, el trabajo y la fiesta. De esta manera seremos testigos vivientes del Evangelio, en cuyas vidas coherentes, los demás puedan percibir a Jesús resucitado, algo que purifique, sane y libere de la descomposición espiritual que rodea a las personas y dejar a un lado la corrupción, la envidia, odio, la ambición del dinero, la obsesión por el bienestar material que solo esclaviza. Por eso, Ser sal significa: tener capacidad de introducir compasión en una sociedad despiadada, en la que están presentes el miedo y la angustia. Ser capaces de ver al otro como mi hermano y compartir su sufrimiento. También ser luz del resucitado en tu vida, en tu familia, trabajo, universidad, que irradies una luz diferente a la que están acostumbrados los demás, con tu ejemplo de vida sin decir ni una sola palabra.

Pidamos a Dios que nos ayude a redescubrir la fe, que le da sentido a toda nuestra existencia y comprometernos en ser sal y luz para los demás.

Guillermo Mauricio Saucedo

Seminarista de Tercero de Teología

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