Muchas veces he pensado que todo lo que está ocurriendo a nuestro alrededor está dirigido por algo o por alguien. Nuestros gustos, nuevos intereses o anhelos, quizá no son realmente nuestros, no nacen de nuestra pura libertad, sino, por alguna influencia, han sido incrustados en nuestro interior; pero, ¿quién lo hecho?, ¿cómo lo ha hecho?, ¿por qué lo ha hecho?
Estamos influenciados por diversos factores, entre ellos, los medios de comunicación y el fenómeno del consumismo, por lo cuales percibimos la realidad de una manera totalmente nueva. Además, la libertad se concibe diversamente, y se experimenta de modo distinto, y por si fuera poco, todos creemos poseer la verdad absoluta. Hemos cambiado la visión de nosotros mismos y de los demás, pues los criterios de visión han sido modificados. En definitiva somos hijos de nuestro tiempo, un tiempo tan confuso, que parece no tener estabilidad y fundamento.
Sin duda alguna, lo que ahora estamos viviendo constituye una realidad y un escenario que hace apenas algunos años jamás hubiéramos imaginado: estamos en medio de un ambiente erotizado al por mayor, en donde tal parece que el placer erótico y la seducción hedonista son el motor de las sociedades; alterándose por esta visión los proyectos y los itinerarios de cada persona en su existencia, así como sus anhelos, ilusiones y hasta su comportamiento. Por otro lado, las formas de comunicación y de encontrarse entre las personas han sido afectadas, ya que del encuentro personal y real, se ha deslizado la humanidad al encuentro virtual e impersonal. Asimismo, la globalización y el internet han contribuido extraordinariamente al progreso tecnológico y económico de las sociedades, acelerando los procesos y poniendo a nuestro alcance casi cualquier tipo de información y servicio con un “click” en la comodidad de nuestro hogar. De la misma manera, la tecnología y el progreso científico han pretendido convertirse en la fuente de nuestras soluciones, como trasmisores de cultura y conocimiento.
Sin duda estos fenómenos son la consecuencia de un cambio llamado “posmodernidad”
Pero, ¿Qué es la posmodernidad?
La posmodernidad no es una época que se halle después de la modernidad como etapa de la historia. El “post” de la posmodernidad, a juicio de Gianni Vattimo, es “espacial” antes que “temporal”. Lo que quiere decir que estamos sobre la modernidad, y contemporáneamente vivimos la posmodernidad.
La posmodernidad no es un tiempo concreto ni de la historia ni del pensamiento, sino que es una condición humana determinada, como insinúa Lyotard en La condición postmoderna. El término posmodernidad nace en el ámbito del arte, y fue introducido en el campo filosófico hace tres décadas por Jean Lyotard en su obra ya citada: “La posmodernidad se presenta como una reivindicación de lo individual y local frente a lo universal. La fragmentación, la banalización, no es ya considerada un mal sino un estado positivo, porque permite la liberación del individuo, quien despojado de las ilusiones de las utopías centradas en la lucha por un futuro utópico, puede vivir libremente y gozar el presente siguiendo sus inclinaciones y sus gustos”
La posmodernidad, dice Lyotard, es una edad de la cultura; es la era del conocimiento y la información, los cuales se constituyen en medios de poder; época de desencanto y declinación de los ideales modernos; es el fin, la muerte anunciada de la idea de progreso.
Si es cierto que asistimos al colapso de las filosofías de la modernidad, si se trata de una crisis terminal, corresponde preguntarse qué alternativas se abren o cómo es el mundo posmoderno. Según Lyotard, la posmodernidad no sería un proyecto o un ideal más, sino, por el contrario, lo que resta de la crisis de los «grandes relatos», lo que queda de la clausura de las ideologías. A mi entender, lo que resta de la crisis de los «grandes relatos», o lo que queda de la clausura de las ideologías, no es sino la imposición de una ideología única; la de la economía de libre mercado, el consumo, el capitalismo duro y neoliberal, del cual, la condición posmoderna o «posmodernidad» viene a ser algo así como el sustento, la base filosófica necesaria para el disimulo de lo que no es el fin de las ideologías, sino el triunfo de una de las que estaba en pugna.
Perfil del hombre posmoderno.
Carlos G. Cerda escribe en El desencanto weberiano en la sociedad posmoderna: “al hombre posmoderno no le interesa el proyecto histórico y globalizante de la modernidad; sigue actuando, negociando, previendo, pero el proceso en su conjunto parece ahora desprovisto de toda finalidad. Es indiferente con el pasado y sin proyectos para el futuro, vive un tipo de existencialismo hedonista, cuyo ambiente para dicho estilo de vida parece ser presentado por la democracia política y el liberalismo económico»
Muchos autores definen al hombre posmoderno como individualista extremo en una “sociedad flexible” o sociedad anómica donde han caducado los viejos y tradicionales valores. Se disuelven los valores absolutos, además de que ya no estamos en presencia de una moral absoluta, sino relativa, que parte del sentimiento.
Otra característica del hombre posmoderno es la “estimulación de necesidades”, satisfacer sus propios deseos haciéndolos pasar por necesidades, manifestadas en una sociedad de consumo, a la que se le suma un individualismo hedonista y narcisista. Ligado al hedonismo y narcisismo propios del hombre posmoderno, está el mantenerse siempre joven; se exalta el cuerpo a través de una variedad de dietas, gimnasias de distinto tipo, tratamientos revitalizantes y cirugías estéticas cuyo significado ha cambiado.
El hombre hoy es superficial, más que nunca, la frivolidad ha dejado de ser mal vista, y hoy es considerada un atributo, un «valor» en las sociedades posmodernas. El «ser» ya no cuenta, hoy el valor es «parecer», lo que en las corrientes psicológicas actuales se conoce como la «cultura del simulacro»; y por eso es que en estos tiempos posmodernos se muestra el cuerpo desnudo con tanta facilidad, por consecuencia, el nudismo se encuentra en ascenso, y es otra de las características del hombre posmoderno.
El individuo, aunque establezca vínculos con otros semejantes, se halla fundamentalmente solo, entre otros individuos que persiguen su propia satisfacción. Aislado, vive su existencia como un perpetuo presente, con un pasado que es un tenue recuerdo de satisfacciones y frustraciones y un futuro que es concebido como un juego de nuevos deseos y satisfacciones. Busca el consumo, el confort, los objetos de lujo, el dinero y el poder, elementos necesarios para dar respuesta a las necesidades que se plantean y que definen a la sociedad posmoderna como el culmen de la sociedad de consumo.
El hombre posmoderno se halla muy lejos de aquel sujeto que hacía de la conciencia y del cultivo esforzado de una persona su mayor orgullo. Al contrario, la publicidad nos invita a adelgazar sin esfuerzo, a estudiar un idioma sin esfuerzo, a dejar de fumar sin esfuerzo, y a lograr el colmo de la felicidad en una playa del Caribe, con la piel tostada, bebiendo un trago, recostado en una reposera, con los ojos cerrados y los audífonos puestos. El hombre huye ante cualquier meta que le suponga sacrifico o esfuerzo para su consecución.
Para Lipovetzky, la sociedad posmoderna es “la era del vacío” en la que los sucesos y las personas pasan y se deslizan, en la que no hay ídolos ni tabúes definitivos, pero tampoco tragedia o apocalipsis. En la sociedad posmoderna no hay lugar para la revolución, ni para fuertes compromisos políticos, la sociedad es como es, y la idea de cambiar radicalmente a la misma, ya no se le ocurre a nadie.
Es en esta era, con su confuso fundamento y su incierto horizonte donde el pensamiento crítico, la toma de conciencia responsable y la libertad humanizadora, están llamados a convertir pacientemente, esta era de vacío en una oportunidad para la construcción de una auténtica humanidad, que supere imposiciones ideológicas y consumistas y que parta de la persona misma que busca, aun en estos tiempos efímeros, una felicidad más estable y duradera.
por Aurelio Campos Sánchez.
Tercero de filosofía.