Preguntarse cuál es el sentido de la vida no es algo nuevo. El ser humano, desde sus inicios, ha estado en la búsqueda de la respuesta a esta pregunta; y, a pesar de todos los intentos por lograrlo, es una interrogante que sigue vigente y que debería estar al día impregnando el alma de todas las personas, sobre todo en estos tiempos que vivimos en una sociedad donde prima un pensamiento relativista, y donde solo importa vivir el momento, es decir, explotar al máximo las pasiones del ser humano y solo quedarse con vivencias vacías, donde esta pregunta parece no tener relevancia.
Es importante pensar lo que sucede con las personas que no dimensionan el valor real acerca de la cuestión del sentido de la vida, o qué sentido tiene el realizar tal acción o realizar tal proyecto en la existencia. Ante la falta de reflexión y de convicciones, la vivencia de placeres momentáneos solo deja en las personas una satisfacción fugaz que no llena verdaderamente, y que no aporta nada trascendental en su vida, por ejemplo, el trabajar por el solo hecho de ganar dinero y adquirir muchas cosas materiales, pero no por perfeccionarse o realizarse en lo que da plenitud a la persona.
A raíz de esta fugacidad, la vida se convierte en una constante experiencia de estrés, de desencanto y muchas quejas. Así, abundan las expresiones acerca del vacío de la vida: ¿por qué no soy feliz si tengo todas las comodidades y soy un hombre exitoso; si tengo tantos logros y no necesito nada ni de nadie? Y lo que manifiestan todas estas expresiones es la incapacidad para admitir que la vida se está fundando en el egoísmo o egocentrismo que pudre lo más bello y sublime de la persona y que desperdicia los talentos y carismas que Dios da a cada hombre, como la inteligencia y la libertad.
Pero a pesar de todas estas vivencias que la persona experimenta, aun en medio de la superficialidad y egolatría, puede llegar un punto de la existencia donde se toma enserio la vida, y esto se realiza generalmente por medio de la vivencia de las situaciones límite, por ejemplo, el dolor en una grave enfermedad o el sufrimiento de la pérdida de un ser querido, es donde es posible reflexionar verdaderamente qué sentido está tomando la vida y hacia dónde se va conduciendo, ya sea por una felicidad plena o momentánea. Por eso es tan importante el obrar a partir de la conciencia clara que es capaz de responder ¿por qué lo hago?, ¿cuál es el fin de mi obrar?, y ¿cuáles son los medios que estoy usando para lograrlo?; solo quien es capaz de responder estas cuestiones manifiesta que su obrar contiene una humanidad responsable.
Asimismo, cuando la persona se encuentra en las llamadas situaciones límite puede, en medio de su crisis, reflexionar y meditar acerca del Ser supremo y Hacedor de todo lo que existe, de modo que llegue a contemplarlo como Aquel que crea con la finalidad de que todo llegue a su plenitud, de modo particular el hombre que dotado de inteligencia y voluntad recorra el sendero de la existencia buscando su desarrollo y creciendo en la libertad. Es en este punto donde la persona puede descubrir desde su interior la necesidad de obrar rectamente para encontrar la verdadera felicidad y experimentar el sentido de trascendencia que empuja al hombre de ir más allá de la fugacidad, para orientarse más bien a aquello que contribuye a su humanización y perfeccionamiento.
por Alberto Antonio Delgadillo López
Segundo año, etapa discipular.