El hombre, a diferencia de los demás seres corpóreos, trasciende los límites del tiempo y del espacio y se dirige aún más lejos. Se sitúa en medio de este mundo por medio de su cuerpo, pero alcanza dimensiones inmateriales importantes para su vida, tales como la inteligencia, la voluntad, la libertad, la historicidad y la afectividad.
La afectividad es una cualidad del ser humano caracterizada por la capacidad de experimentar íntimamente las realidades exteriores, es sentir la realidad, cosa que ni los animales ni las plantas hacen.
Los afectos no son algo negativo ni son puramente irracionales, sino un aspecto clave que acompaña al hombre y a sus decisiones a lo largo de toda su vida.
Todos hemos experimentado afectos a lo largo de nuestra vida. Hemos sentido alegría al estar acompañados de nuestros mejores amigos; admiración ante la belleza de la Creación; tristeza por la muerte de un ser querido; amor y cariño por nuestra familia.
La afectividad es inseparable a todo el obrar humano. El hombre no sólo conoce aquello que le rodea, sino que además es capaz de sentirlo. Una realidad bastante noble y digna de admiración, pues se goza en el saber de las cosas y es capaz de transmitirlo a los demás, ya sea con palabras o con acciones concretas de expresión: abrazo, caricia, beso, obra caritativa, con las que fortalece su relación con los demás.
Por lo tanto, para que el hombre sea feliz no sólo necesita satisfacer sus necesidades fisiológicas, sino que debe alcanzar una armonía de su persona y de su relación con los demás. La forma más intensa de alcanzar tal plenitud es el amor, pues buena parte de la felicidad radica en tener a quien amar y ser amados, siendo otra persona el único referente válido para este amor recíproco.
El amor es parte fundamental en la existencia de todo hombre, es el sentido por el cual puede despertar un «sí» a la vida y el deseo de que continúe por el anhelo de amar y ser amado.
Querer el bien del otro, abrirse a la donación de lo personal, son los ámbitos que principalmente hacen la vida del hombre plena y feliz. No es justo que la vida del hombre pase sin que pueda usar su facultad para amar, pues tanto habrá de felicidad cuanto haya de amor, y para esto ha venido al mundo.
Atrevámonos a practicar el amor, tanto con nosotros mismos como con los demás. Seamos capaces de expresar con obras y palabras el aprecio que tenemos a muchas personas que nos rodean, aunque en ocasiones no sea fácil, pero es indispensable para alcanzar la felicidad que tanto ansiamos.
Por Luis Eduardo Olague Rodríguez.
Seminarista de tercero de filosofía.