En la celebración de la misa, que es la oración por excelencia y el perfecto acto de culto y de acción de gracias que hacemos a Dios, hablamos principalmente al Padre, hacia quien se dirigen nuestras alabanzas y súplicas, por la mediación del Hijo. Al lado de ese gran misterio de encuentro con el Padre por el Hijo, la espiritualidad evangélica había hecho nacer en el corazón de los cristianos un deseo de dialogar con el Señor Jesús, un anhelo de intimidad más profunda con él. Este sentimiento desempeñó indudablemente un gran papel en la evolución del culto eucarístico.
La adoración al Santísimo Sacramento, aunque no sea la finalidad primera de la Eucaristía, ni la de conservación de las sagradas especies después de la misa, es una de las grandes riquezas de la tradición litúrgica. A mediados del siglo III la Iglesia no era más que el local donde se tenían las reuniones para la liturgia, la cual se convirtió también en una casa de oración; cuando los cristianos acudían a ella en otras horas del día para estar con Dios, no había un sagrario hacia el cual pudieran dirigirse, sino que sus miradas se volvían hacia la mesa del sacrificio que para ellos representaba simbólicamente la presencia del Señor. San Gregorio de Nacianzo imploraba frente al altar la curación de su hermana, invocaba a Aquel que allí es honrado.
La adoración de la santa Eucaristía nació de la conservación de las especies eucarísticas, las cuales serían administradas a los enfermos. En ciertos lugares, ya en el siglo IX se prefería colocarla sobre el altar, lo cual condujo a cuidar el cofre donde estaba guardado el Santísimo Sacramento, y a poner atención en la presentación del cofre, así se elaboraron los primeros sagrarios. Esta adoración aparece claramente como prolongación de la celebración eucarística.
Otro factor que influyó en la aparición del culto eucarístico fueron los errores de Berengario de Tours, que ponía en peligro la fe en la presencia real del Señor en la Eucaristía. Como consecuencia surgieron controversias teológicas acerca de la presencia real del Señor en las especies del pan y el vino, esto llevó a una renovación de la doctrina y de la práctica de la Iglesia. De esta manera, en esta época se fomentaron las bendiciones eucarísticas y la misma institución del Corpus Christi en el año de 1264.
Así, del deseo de ver la hostia consagrada después de la Eucaristía se dio paso a prácticas devocionales fuera de la celebración. Éste pan se coloca en la custodia y puede durar mientras haya fieles que acudan al Señor por medio de la adoración, cantos y lecturas. Finalmente, el ministro da la bendición y se reserva el pan consagrado.
José Guadalupe Corona Torres
Tercero etapa configuradora