Cuando vemos televisión o navegamos en Internet, nos encontramos con una gran cantidad de anuncios publicitarios, se nos ofrece, por ejemplo, ropa, accesorios, artículos de belleza, viajes, servicios, etc. Esta publicidad tiene la característica de ser muy llamativa, vemos personas jóvenes, atractivas, sanas y poderosas que utilizan estos productos. Si analizamos esto, encontramos que en realidad lo que se nos ofrece no es solamente el producto, por ejemplo, usar un perfume de una marca costosa implica mucho más que oler bien, pues se relaciona también con tener cierto estatus, quien consume este producto consciente o inconscientemente consume también la ilusión de asemejarse al modelo que lo promociona. En otras palabras tratamos muchas veces, de comprar la felicidad a través del tener y del placer.
El hedonismo es una teoría ética que tiene el postulado de que el bien y la felicidad se alcanzan procurando el máximo placer y evitando cualquier sufrimiento. Filosóficamente es un pensamiento muy antiguo, sin embargo, en la práctica es muy actual. Lo que vemos en los medios publicitarios son modelos que muestran un ideal de vida, que encarna muy bien esta filosofía hedonista, «lograr la felicidad procurando el placer».
Una prueba de que el hedonismo está profundamente arraigado en nuestra cultura, es la gran cantidad de contenido que asume estos valores, lo vemos no sólo en la publicidad, sino que también en videos musicales, programas de televisión, imágenes institucionales e incluso como parte de la identidad de las personas, basta ver un perfil de Facebook y notaremos que muchos han encarnado en sí mismos el hedonismo, siendo participes de lo que podemos llamar la «cultura de las apariencias». Lo más preocupante es que esta cultura de las apariencias agrupa varios principios como el consumismo, el hedonismo y, casi como consecuencia necesaria el permisivismo, todo está permitido con tal de procurarse el bien.
Ahora podemos cuestionarnos: estos principios que hemos mencionado, ¿son compatibles con la fe cristiana? El seguimiento radical de Cristo al que estamos llamados los bautizados tiene un camino muy bien trazado por medio del cual llegamos a la plena felicidad que el Señor nos promete, es decir, la vida eterna en la resurrección, sin embargo este itinerario implica la Cruz.
En esta Semana Santa en la que meditamos el Misterio Pascual, hagamos un examen de conciencia para detectar en qué medida, por medio de la cultura de lo superficial, me he alejado del itinerario cristiano. Respondamos a la invitación de tomar la cruz de cada día y seguir con amor los pasos de Cristo hacia el Calvario.
Luis Enrique Ibáñez Raygoza
Seminarista de primero de Filosofía