Desde los orígenes de la historia y de nuestros pueblos los jóvenes han tenido siempre un papel único y muy importante. Siempre se ha dicho que detrás de una mirada de un joven, en lo más profundo de su alma, se esconde una llama ardiente, un conjunto de deseos puros y llenos de valor. Como todo fuego, como toda antorcha, esa luz y fuego van disminuyendo. La vida nos va generando nuevos roles o modos de participar. Es un arte mantener esa llama viva siempre, a pesar de los años.
La misma historia nos ha mostrado ejemplos de jóvenes que han revolucionado el mundo: Alejandro Magno, quien a sus treinta y dos años había ya conquistado desde Macedonia hasta casi la India. Louis Braille, a sus quince años había desarrollado un sistema de lectura para ciegos, que en la actualidad se procura enseñar a todo el mundo. Malala Yousafzai, quien se enfrenta actualmente a muchos riesgos al querer extender la educación para mujeres en Pakistán, siendo la persona más joven en recibir el premio nobel, a sus 17 años. Así podemos descubrir a muchos jóvenes valientes, como también a quienes no dejan de tener un fuego siempre joven, atrayendo a miles de jóvenes, como lo hizo San Juan Pablo II.
Los jóvenes aportan frescura, valentía, búsqueda de justicia, paz y valores en el mundo, búsqueda de autenticidad. Los principales buscadores de felicidad y verdadera vida.
La Iglesia Católica como madre, siempre atenta al latir del hombre y de la sociedad, ha querido convocar un sínodo dedicado a la juventud. Una decisión bien tomada, ya que los jóvenes son la fuerza y el impulso de la Iglesia y el mundo. Ambos están en manos de los jóvenes. Escucharlos será uno de los tesoros más eficaces para que la Iglesia se mantenga fresca, acogedora y viva.
¿Qué es urgente para la Iglesia hoy? Los jóvenes explicarán qué les atrae y qué les aleja de la Iglesia, darán su visión fresca y juvenil sobre lo que es necesario hoy. Ellos, a través de su visión joven y recién despertada, tienen una sensibilidad especial para lo que acontece en estos tiempos. Sienten una especial conciencia y responsabilidad por lo que se vive, respira y sufre en el día a día: el hambre, la pobreza, desempleo, terrorismo, falta de guías auténticos, falta de educación en el amor, desintegración familiar, abusos, tecnología, apertura a los necesitados o confundidos. Los jóvenes hablan de una falta de fe y de amor, la Iglesia necesita crecer más y abrazar a más gente, que sea más inclusiva y esté actualizada en las dificultades de estos días. Muchas cosas atraen como el sentido de comunidad, de escucha, de paz, de vivencia de los valores, pero otras las alejan como la incapacidad de afrontar o actuar los diferentes abusos o escándalos dentro de la Iglesia. Es, al final de cuentas, la búsqueda de la autenticidad entre las palabras y los hechos, “facta, non verba”, y una vivencia radical y esencial de lo que Jesús nos predicó en el Evangelio.
Pidamos a Dios que ilumine y guíe los corazones y mentes de los que participarán en el Sínodo de los Jóvenes en estos días en Roma, y pidamos por los jóvenes, para que siempre sean motivo y los agentes de la renovación y conversión eclesial.
Por Guillermo Yoav Flores Aréchiga
Primero de Filosofía