En este mes de mayo hay tres celebraciones que nos recuerdan la importancia de la educación: el día de la madre, del maestro y del estudiante. Vivimos una época de cambios, y esto a veces nos asusta, lo cual hasta cierto punto es normal, pero los cambios e incluso las crisis, son también una oportunidad de volver a lo esencial. Esto requiere una visión realista, es decir, un análisis que reconozca lo bueno y lo malo, no solo lo malo, como a veces nos sucede. También en nuestra época hay cosas muy positivas. No es verdad que todos los tiempos pasados fueron mejores, o al menos no para todos.
De alguna manera todos educamos y somos educados, pero hay vocaciones que tienen una influencia muy directa en la formación como los padres de familia, los maestros, los líderes religiosos, los comunicadores, los políticos, etc. Educar nos confronta con nuestra propia vida, pues el testimonio educa más que las palabras. Suena trillado, pero sigue siendo así.
En educación la paciencia es un elemento clave. Hoy día la rapidez con que muchas cosas se obtienen, nos ha acostumbrado a querer todo con resultados inmediatos. Educar es un proceso que requiere tiempo, maduración y que implica dejar que cada uno lleve su paso, al menos en cuanto sea posible. Educar no es como una máquina de refrescos que al meter una moneda de manera inmediata te da lo que pidas.
Educar es amar. En esto los jóvenes son muy sensibles. Ellos perciben si nos interesan o no, y esto influye en su aprendizaje. Educar significa también ayudar a descubrir las capacidades. Ayudar a tener criterio para elegir lo mejor en cada situación. Transmitir principios es relativamente fácil, la cuestión está en enseñar a usarlos bien según las circunstancias, y es también enseñar a levantarse cuando uno fracasa o se equivoca. Educar es animar a los jóvenes a vislumbrar horizontes de trascendencia, más allá de lo inmediato, y a no conformarse con lo fácil. Ayudarles a soñar cosas grandes y acompañarlos, y hacerlos conscientes de que pueden más de lo que quizá se les ha hecho creer.
Es triste constatar que fácilmente podemos perder la ilusión, los ideales, quizá abrumados porque las cosas siguen igual por la violencia, la corrupción, la aparente inmovilidad y tanta superficialidad. Pero no podemos perder la esperanza, sería comprometer el futuro, el nuestro y el de tantos jóvenes que tienen derecho a una situación mejor. No estamos solos. Dios nos ayuda, ¡pidámosle que nos ayude! ¡Creamos que puede hacerlo! Sigamos apostando por la educación. No solo con discursos, sino sobre todo con el ejemplo, porque no hay otra manera de educar.
Por Pbro. Juan Diego Chávez García