La santidad o el llegar a ser santos parece siempre ser algo muy lejano a nosotros, algo hasta cierto punto inalcanzable. Vemos a los santos de los altares como personas salidas de otro mundo, que no tuvieron que pasar las mismas peripecias mundanas que todos nosotros pasamos. Pues déjenme decirles que esto es algo totalmente falso. Los santos fueron personas como nosotros, sometidas a las mismas tentaciones y dificultades que cualquier persona; pero que en medio de todo ello lograron luchar por un ideal: Jesucristo.
El día de hoy quiero hablarles de un santo «nuestro», un hombre que a pesar de las debilidades que pudo tener en su vida supo dar razón de su fe en el momento decisivo: San Mateo Correa Magallanes. Mártir de la represión religiosa promovida por el entonces presidente de la República Plutarco Elías Calles. Esto es un poco de su historia, quizá conocida por algunos de nosotros.
Nació en Tepechitlán, Zac., el 22 de julio de 1866, hijo de Don Rafael Correa y Doña Concepción Magallanes. Ingresó al Seminario de Zacatecas donde fue admitido de caridad, aunque posteriormente, por su buena conducta y aplicación al estudio, se le concedió una beca y así pudo ser admitido como alumno interno. Fue ordenado sacerdote el 20 de agosto de 1893, y el 1 de septiembre cantó su primera misa en la parroquia de Fresnillo, Zacatecas. Durante varios años fue capellán de diferentes lugares de Zacatecas y Jalisco, hasta que en 1926 llegó a Valparaíso, Zacatecas. Cierto día, al trasladarse de la Hacienda de San Antonio de Sauceda al Rancho de la Manga para atender a una mujer moribunda, fue aprehendido. Lo detuvieron algunos días en Fresnillo y fue llevado después a Durango. Escribió a sus hermanas: «Tiempo ya es de padecer por Cristo Jesús que murió por nosotros». Allí le pidió el general Eulogio Ortiz que confesara a unos presos y después le exigió que revelara lo que había sabido en confesión, de lo contrario lo mataría. El padre Mateo se negó y por esta causa fue fusilado en el campo, a las afueras de Durango.
De manera personal, mi abuelo conoció a este gran santo y lo describía como una persona recia de carácter, pero entregada al servicio de su pueblo. En el marco de los 150 años de nuestro seminario, el testimonio de San Mateo Correa es un orgullo para todo el pueblo de Zacatecas. Debemos recordar que él, como los seminaristas de hoy, fue uno de los alumnos de esta casa de formación, que fue un ser humano como nosotros y que, sin lugar a dudas, pasó por situaciones muy similares a las que nos enfrentamos en el día a día. Todo esto debe alentarnos y hacernos conscientes de que nosotros también somos capaces de llegar a la santidad, pues, en nuestra diócesis, hemos tenido un santo entre nosotros.
Por Juan Carlos Betancourt Montes.
Seminarista de primero de filosofía.