Representa la base «necesaria y dinámica» de toda la vida presbiteral, pues el sacerdote es ante todo un hombre.
Contribuye a configurar el ministerio sacerdotal a través de a escucha y vivencia de la Palabra de Dios, bajo la guía del Espíritu Santo.
Ofrece los instrumentos racionales necesarios para comprender los valores propios del ser pastor, encarnarlos en la vida y transmitir el contenido de la fe.
Habilita al seminarista para un servicio eclesial responsable fructífero. A través de distintas actividades apostólicas, el seminarista aprende a comunicar el amor de Cristo.