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El seguimiento de Cristo | XXIII Dom. Ord.

«El que no toma su propia cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo»

En cierta ocasión escuche a varios jóvenes hablando de los seguidores que tienen en sus diferentes redes sociales, sobre los influencers más sobresalientes en tal tema, de los famosos a los que seguían, de los requisitos para pertenecer al grupo de fans, etc. Y me parece sorprendente que a lo largo de la historia humana esta tendencia de las multitudes a seguir a un personaje es constante; la época de Jesús no queda excluida y en el evangelio se nos narra cómo las multitudes se reúnen y siguen al Maestro.

Pero el seguimiento que como discípulos de Cristo necesitamos hacer no es cualquier cosa, no es algo que sea pasajero o sin consecuencias para la vida, no es mera emotividad o moda. Y esto es lo que nos recuerda y a lo que nos invita el mismo que nos ha llamado.

Jesús nos indica las condiciones y la radicalidad de y en su seguimiento: la renuncia, cargar con su cruz, y el amor.

Estas 3 demandas parecen chocantes con la realidad de hoy pues van contra los estatutos normales de comodidad a los que nos hemos acostumbrado, pero es necesario y bueno que, dejando de lado lo que nos ata, demos el primer paso y digamos junto con el salmista «enséñanos a adquirir un corazón sensato».

La renuncia a la que se nos invita, fuera de toda apariencia exterior, es a dejar todos esos apegos, nuestras fuentes de seguridad e incluso personas y situaciones que nos alejan de Dios, para poder así renacer a una vida nueva y libres. Así mismo, se nos interroga: ¿qué tanto estamos dispuestos a hacer para salir de nosotros mismos?, ¿qué acciones concretas realizar para dejar estos apegos?

Cargar con la cruz día con día va fortaleciendo nuestro espíritu y nuestro cuerpo, nos pone en contacto con la realidad y con la limitación del ser humano, con la experiencia del dolor y la nueva perspectiva en la que podemos sentir la presencia constante del buen Dios.

No es fácil llevar la cruz, y como cristianos no lo hacemos por un acto masoquista o por una baja autoestima, sino que lo hacemos movidos por el amor. Porque hemos experimentado el amor que se dona totalmente y derramó hasta la ultima gota de sangre, el amor que toca y renueva nuestros corazones, el amor que nos llama a darnos completamente y, por tanto, es el Amor lo que nos mueve a buscar: buenos cimientos (no sea que se nos reproche «este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar»), prudencia (para saber medir las consecuencias de nuestras acciones) y la confianza en Dios.

Pidamos al Señor la gracia necesaria para ser verdaderos discípulos y testigos en nuestro tiempo, mediante la renuncia, cargando nuestra cruz y viviendo con amor.

Miguel Neftalí López Esparza

Seminarista en Año de inserción pastoral

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