«Antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces» es una frase del Evangelio que no podemos evitar que esté llena de sentimiento, y que nos haga volver la mirada a nuestro corazón con algo de remordimiento, porque en humildad, muchas veces esta frase puede aplicarse a nosotros. Pero evitando sentimentalismos, la Palabra de Dios del día de hoy es un mensaje de esperanza, de análisis y de cambiar el rumbo de nuestros planes; hacer la voluntad de Dios y no la nuestra.
Efectivamente, no todo el que cree hacer lo correcto realmente hace lo mejor. Muchas veces podemos equivocarnos en la vida. Este tipo de errores surgen porque obramos con criterios meramente humanos, y se puede decir que son «errores de buena fe», porque la idea no es principalmente la de errar y apartarse de Dios. San Pedro no creía abandonar a Jesús en los momentos de su pasión, no era algo que pasaba por su corazón, pero fue precisamente porque pensaba que seguir a Jesús sería sencillo, sin tanta exigencia, y en cierto sentido cómodo. Simón Pedro, cuando Jesús avisa que tiene que padecer mucho y ser entregado en manos de los sumos sacerdotes, le invita a que tal destino de sufrimiento y sacrificio en la entrega de su vida no puede sucederle a él (Cfr. Mt 16,23; Mc 8,31-33). Él cree todavía que el seguimiento del Maestro es algo que no puede exigir tanto, que el camino de redención no viene por medio tal grado de esfuerzo, pero así queda manifiesto que su pensar es sólo el pensar del mundo. «A victoria sin peligro, triunfo sin gloria» (Pierre Corneille).
Tampoco podemos decir que Simón Pedro no haya hecho ya un sacrifico, una cierta entrega. El haber dejado su casa, su trabajo, su antigua vida por Jesús, ya era algo, y no cualquier cosa; sin embargo, Jesús no nos invita a lo poco, no se contenta con «pedazos» de la vida, por grandes que puedan llegar a ser esos «pedazos». Dios lo pide todo y sin reservas.
Ésta es precisamente la idea que hay de fondo en la primera lectura: cuando Dios es quien nos prepara, nos impulsa a lo grande. «Es poco que seas mi siervo sólo para restablecer a las tribus de Jacob […] te convertiré en luz de las naciones, para que mi salvación llegue hasta los últimos rincones de la tierra». De aquí brota la consecuencia: si fijamos nuestra vida en lo poco, sin entregarnos a los grandes proyectos de Dios, si no nos incendiamos con el mismo amor y pasión de Jesús, que lo llevó a lo grande, corremos el riesgo de traicionar el plan de Dios en nuestras vidas; lo habremos negado. Sin embargo, esto no quiere decir desatender lo poco. No debemos abandonar lo pequeño, sino llevarlo a plenitud.
Finalmente, el salmo muestra una actitud similar. El salmista reconoce que Dios ha hecho en él maravillas, y desde su infancia y juventud canta la gloria de Dios. Pero también nota que su misión de seguir proclamando la justicia y misericordia de Dios no terminará jamás. Quien ya se da por satisfecho con lo que ha hecho de su vida, y da «por terminado» la misión en favor de Dios, se equivoca. Quien dice: «ya no tengo por qué acudir a la Iglesia», «ya no soy un niño para estar…», «Dios ya no me pide nada», erra de igual manera.
Que el Señor nos auxilie, para que, siempre aspirando a vivir como Jesús, podamos también nosotros entregar la vida, no sólo en lo poco, sino también en lo mucho, en lo que no conoce límites. La vida que no se guarda para sí, sino que se entrega a Dios, como aquella de Jesús, es vida de un auténtico hijo de Dios.