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Las tentaciones de Jesús | I Dom. de Cuaresma

El acontecimiento que nos narra el Evangelio de san Mateo el día de hoy es algo insólito: Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, es sometido a la prueba de la tentación (Mt 4, 1-11) . Recordemos que en la oración Padrenuestro, cada que la rezamos, decimos: «No nos dejes caer en la tentación». Hoy en día para mucha gente es difícil hablar de tentación, ya que parece algo ficticio, algo que no es real, algo ajeno a nuestra persona. Lo más común en nuestros días es decir que todos nuestros males son por culpa de la sociedad, de la economía, de la política, etc., pero nunca de la propia persona. Debemos reconocer que el tema de la tentación ha estado presente desde el inicio de la historia humana, y por eso es necesario tomar el ejemplo que Jesús nos pone el día de hoy.

Las tentaciones de Jesús no son distintas a lo que vivimos nosotros. La primera tentación es sobre los deseos de la carne, lo cual incluye toda clase de deseos físicos, en este caso es la necesidad de comer. Jesús hambriento es tentado por el diablo a convertir las piedras en panes, pero su respuesta sorprendente, «no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios», nos hace ver que las necesidades materiales y los deseos no lo son todo, ni lo más primordial, sino que antes se encuentra Dios. Además, Jesús se orientaba por la Palabra de Dios y que en ella encontraba la luz y alimento, cosa que nosotros debemos hacer.

La segunda tentación es sobre el prestigio. El demonio, astuto y conocedor de la Escritura, sabe quién es Jesús: «Si eres el Hijo de Dios…»; y lo tienta a que abuse de su posición. Sin embargo, Jesús le refuta al decir: «No tentarás al Señor, tu Dios». Jesús nos muestra que el prestigio de la ciencia, del dinero, del nombre, del figurar, del honor, no nos pone en posición de exigir y que estos son solo títulos vanos a la vista de Dios, por eso, no debemos tomarles tanta importancia puesto que todos somos iguales a su vista.

La tercera y última tentación es sobre el tener y el poder. El demonio se atribuye a sí mismo la falsa posesión del mundo y se la ofrece a Jesús con una condición: postrarse y adorarlo. Jesús la rechaza con la misma palabra de Dios: «Al Señor tu Dios adorarás y solo a Él le servirás». Por conseguir poder se han cometido muchas atrocidades en el mundo, pero vemos que el poder no lo es todo y que el cristiano está llamado a adorar solo a Dios y solo a Él servirlo.

Hay muchas tentaciones y por eso debemos estar atentos y reconocer la tentación que persiste en nosotros por largo tiempo, y a veces hasta la vida entera. Sin embargo, Jesús, Hijo amado del Padre, ha recibido el Espíritu Santo y se ha dejado conducir por él al desierto. Al igual que Jesús, nosotros debemos dejarnos mover por el Espíritu Santo dado desde nuestro bautismo y de este modo somos invitados a afrontar nuestras tentaciones, que solo podremos vencer con la ayuda de Dios.

Rafael Cristalinas García

Seminarista de cuarto de Teología

 

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