Hoy celebramos el gran misterio de nuestra fe, Jesús no ha sido vencido con la muerte, y con su victoria, se nos concede una nueva vida. Gracias a este domingo radiante de Vida, todos los creyentes podemos participar del gozo de la Resurrección de Jesús. El gozo al que somos invitados, no debe ser algo superficial, sino a que verdaderamente se convierta en una alegría que brota e ilumina el corazón y la vida misma.
Durante toda la semana hemos podido contemplar cómo Jesús asumió un rol de modelo para todos. Hemos podido profundizar en el sentido de la entrega, del sacrificio, del ser también nosotros protagonistas en la obra de salvación, al igual que él. También hemos comprendido el cansancio y la radicalidad de la entrega a la que estamos llamados. Pero es precisamente en esta fiesta, en la que todo adquiere sentido. Si la meta a la que aspiramos no es capaz de iluminarnos y de incendiar nuestro corazón en fuerza e ímpetu de entrega, pocos estarían dispuestos a recorrer el camino; pero si al ver al Resucitado, nos incendiamos en su alegría y pasión, ciertamente podremos correr tras sus pasos.
Precisamente la fiesta pascual nos ilumina y enciende en su doble aspecto: por un lado, vemos que la muerte de Cristo es liberadora del pecado y de la vida infecunda, y por otro, que por su Resurrección se nos ha dado acceso a una vida nueva, una vida de hijos de Dios. La pascua es, pues, un paso y un cambio de una vida ordinaria a una vida nueva, gloriosa y fraterna. Quien vive la pascua, es al mismo tiempo quien busca y consigue un cambio de vida, a una vida mejor. Sin embargo, la verdadera pascua no hubiera ocurrido sin su protagonista primero, Cristo, y seguirá sin ser una realidad en nuestras vidas y entorno sin nuestro protagonismo. La renovación de la vida que acontece en la pascua, sólo se realiza para quien es capaz primero de entregar su vida, a ejemplo y modelo de Jesús. Si morimos con Cristo, resucitaremos con él.
El salmo, por su parte, muestra un efecto posterior para quien llega a experimentar la Pascua del Señor: «No moriré, continuaré viviendo, para contar lo que el Señor ha hecho». Efectivamente, quien se ve iluminado con este gozo, no termina su misión, sólo cambia, y cuya característica principal queda señalada por la actitud de la multitud de discípulos de Jesús, quienes continúan proclamando las maravillas del Señor. La renovación pascual direcciona la vida de los creyentes a la continua proclamación de la buena noticia.
También es necesario comprender, que de todos los que conocieron a Jesús, únicamente quienes tuvieron fe, encuentran la alegría de la salvación. Para quien carece de la fe, la vida continúa igual. Esto es una realidad en nuestros días. Si queremos que el anuncio de la resurrección de Jesús sea motivo de alegría y fuerza para la misión, debemos alimentar nuestra fe. Y para que la nueva vida que nos da el Resucitado sea una buena noticia y una realidad para los demás, necesitamos ser constructores de fe. Esta es la función de la Iglesia en nuestros tiempos, y por extensión, es la nuestra. Ayudar a que la buena noticia de la Pascua de Jesús, sea verdaderamente una buena noticia para el mundo es tarea de todos.
Si queremos que el mundo crea, no debemos dejarlo todo a la Providencia, o a «los que siempre han estado ahí»; debemos hacernos protagonistas de la obra de toda la Iglesia en el mundo. Estamos llamados a ser como la Magdalena, que llena de algo de miedo y cierto entusiasmo, lleva el mensaje; o como los discípulos que iban camino a Emaús, que regresan entusiasmados a compartir su fe y su encuentro con el Resucitado. Estamos llamados a ser sembradores de fe en nuestros hogares, trabajos y parroquias. Estamos llamados a ser trabajadores de la mies, para que la fe crezca donde los sacerdotes no pueden llegar (al fin de cuentas la misión de evangelizar y llevar la buena noticia no es exclusiva de ellos, sino de todos los creyentes), allí en donde pasas tu tiempo libre, allí en los grupos del WhatsApp y los muros de Facebook donde no llega la Iglesia, allí en los círculos donde Jesús y la fe están ausentes, con aquellos que la vida te ha puesto a tu lado; en nuestras parroquias, donde falta esa chispa de alegría, en esos grupos que están cayendo en la monotonía y en la falta de alegría. La salvación no llegará ni a ellos ni a esas realidades si nosotros no nos volvemos protagonistas de la obra de salvación en nuestro tiempo.
Por eso, quien ha llegado a ser iluminado con la luz del fuego pascual, seguirá siendo proclamador de la buena nueva con Cristo, por él y en él.