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No pueden ustedes servir a Dios y al dinero | XXV Dom. Ord.

La Parábola del Administrador Astuto, en el evangelio de hoy (Lc 16, 1-13), nos suena como algo contemporáneo. Hoy en día llegamos a escuchar historias de muchos de estos administradores que prometen reducir los intereses en préstamos bancarios, la mayoría de las estructuras modernas, e incluso la erradicación total de la pobreza y más, todo esto para mantenerlos en el poder y la posición.

Tal pareciera que Jesús alaba la deshonestidad de este administrador, pero la realidad no es así; Jesús alaba la astucia de este hombre, pues astuto es también quien se ocupa de las cosas realmente importantes, astuto es quien utiliza sus bienes, pero no vive esclavizado a ellos, astuto es quien edifica su vida sobre roca y no sobre arena.

Somos testigos de frecuentes cambios de lealtad, supuestamente por un mayor servicio y disponibilidad, para garantizar la justicia y la igualdad en la sociedad, pero pavimentamos sutilmente la propia manera de permanecer en los corredores del poder y la autoridad. «Los hijos de este mundo son más astutos al tratar con su propia generación que los hijos de la luz» (16, 8).

Jesús reitera con franqueza a sus discípulos que no pueden servir a Dios y al dinero (16, 13). Todo aquí en la tierra le pertenece a Dios y Él es el dueño y nosotros somos los administradores a quienes se les ha confiado la gran responsabilidad de salvaguardar la creación de Dios con sumo cuidado y vigilancia.

El salmista dice: «Del Señor es la tierra y cuanto la llena» (Salmo 24, 1). No tenemos nada que sea realmente nuestro. San Pablo nos recuerda en 1 Timoteo 6, 7: «No trajimos nada al mundo, así que tampoco podemos sacarle nada».

Jesús nos recuerda que una gestión de vida efectiva y exitosa es una cuestión de intercambiar una vida que no podemos mantener por una vida que no podemos perder. Esta parábola de Jesús nos enseña cuatro lecciones importantes:

·         Uno: hacer lo mejor de nosotros con lo que tenemos. No importa ante los ojos de Dios cuánto tenemos sino más bien qué tan bien lo usemos. Jesús alabó a la viuda por su generosa ofrenda. Aprendamos de la Sagrada Escritura: «Cualquier cosa que hagamos, de palabra o, de hecho, hagámoslo para la Gloria de Dios». (1 Cor 10, 31).

·         Dos: lo que administramos no es nuestro. Todos somos administradores. El salmo 24, 1 dice: «Del Señor es la tierra y cuanto la llena». Nosotros como administradores pertenecemos al Señor. «…ya que en Él somos, nos movemos y existimos». (Hch 17, 28).

·         Tres: las cosas que administramos no son reales. Las riquezas de este mundo son perecederas y temporales.

·         Cuatro: no la deshonestidad o el interés propio, sino las inteligencias: el uso creativo de los recursos es lo que necesitamos intentar. Aproveche cada oportunidad creativa para la gloria de Dios y para servirle a Él. El dinero no nos acompañará al cielo.

El dinero no puede acompañarnos al cielo. Tengamos en cuenta que las posesiones son una responsabilidad y su uso constituye una prueba de carácter, valores y administración. La verdadera riqueza es la fidelidad al servirlo. La parábola de hoy no es sobre el dinero. Se trata de nuestras raíces, las raíces de nuestros corazones. ¿A dónde llegan? ¿Qué los alimenta mejor? ¿Están nuestras raíces vinculadas a los tesoros terrenales? ¿O las raíces nos conectan con Dios nuestro Creador?

San Pablo nos dice que el amor al dinero es la raíz de todos los males (1 Tim 6, 10). La cantidad que poseemos no es el problema. Nuestro carácter es el problema. Nuestra falta de compromiso es el problema. Nuestra falta de fidelidad es el problema. Nuestra falta de amor por el cielo es el problema. Por lo tanto, preguntémonos: ¿la posesión, los amigos y los recursos que tenemos aquí en la tierra nos llevarán a Dios y su Reino? Que Dios nos ayude a permanecer fieles a Él y en la administración de los bienes que nos que nos confíe.

Juan Carlos Gutiérrez Villarreal

Seminarista en Año de Inserción Pastoral

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