«Era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida»
A lo largo de nuestra vida podemos llegar a sentir el ansia de tener poder, placer y riqueza, como lo vemos en la sociedad, pues muchas personas tratan de vivir de forma desordenada sin importarles cómo lo hacen; personas que buscan la felicidad que termina siendo aparente, que se acaba en un instante, una felicidad solo para «satisfacer el cuerpo» como lo hace el joven del que habla Jesús hoy en el evangelio según Lucas (15, 1-32). Si bien sabemos, todos tenemos pecados que nos apartan de Dios y podemos preferir la felicidad material que nos ofrece el mundo a la felicidad eterna que nos promete Jesús, aun así, eso no es lo más importante, sino que esa persona renuncie a los placeres del mundo y regrese hacia el camino de la Verdad.
Todos nosotros somos responsables de lo que hacemos y en ocasiones es necesario ver nuestra miseria para darnos cuenta de lo que somos, de lo que valemos y de cómo vamos poco a poco cayendo en los engaños del pecado. Esto es una verdadera oportunidad, pues por medio de las caídas uno va aprendiendo a caminar, como cuando aprendimos todos de pequeños, ya que al darnos cuenta de nuestras caídas se fortalece nuestro espíritu. Y como ese hijo, es necesario que regresemos hacia la casa del Padre y experimentemos la verdadera alegría, como escuchamos en las primeras historias que cuenta Jesús, aquellas personas que hacen todo para encontrar lo que perdieron, así nuestro Padre hace todo para encontrarnos transmitiéndonos una alegría que dura para siempre.
También es importante resaltar la actitud del padre en la parábola del hijo pródigo, un padre que da todo a sus hijos, que como cualquiera anhela que su hijo sea feliz, dándole incluso toda la herencia que le toca. Precisamente es ahí donde cada persona se va haciendo responsable de lo que posee, para muchos sin duda puede llegar a ser contraproducente. Sin embargo, un padre puede llegar a aceptar los errores de sus hijos, como nuestro Padre de los cielos es misericordioso con nosotros, pues al fin y al cabo todos tenemos errores, errores que nos van fortaleciendo en nuestra vida.
Por ello, los invito a dar gracias por tener un Padre amoroso que da todo por nosotros, pero no solo a dar gracias, sino a tratar de imitar la actitud de ese padre que ama a sus hijos, siendo misericordioso con todos los que necesitan. Una actitud que exige mucho de nosotros, pues implica olvidar las faltas de los demás y solo reconocer la valentía de acercarse arrepentido para vivir como hijos de Dios.
Omar Moreno López
Seminarista en Año de Inserción Pastoral