«Tú lo dices: yo soy Rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para ser testigo de la verdad.»
Hermanos, hoy celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, con la cual finalizamos el ciclo litúrgico. El próximo domingo, primero del tiempo de adviento, estaremos comenzando un nuevo año litúrgico.
El texto evangélico de este día nos presenta a Jesús siendo interrogado por Pilato (Jn 18, 33b-37). Éste solo se deja llevar por lo que ha oído de otros, pero no ha tenido en realidad experiencia de Jesús. Por eso mismo pregunta: «¿Acaso soy yo judío?», no ha entendido en qué consiste la identidad real de Cristo, que no abarca solo a un pueblo.
El Señor mismo especifica que es Rey en cuanto que es testigo de la verdad, incluso antes había dicho que él es la Verdad misma, y que la Verdad nos hará libres. Pero también afirma que su reino (de la Verdad) no es de este mundo. Esto porque precisamente se trata de un reino que no se ajusta a las distintas ideologías de muchos poderosos de todos los tiempos, que hacen a un lado a los que son menos útiles a los ojos del mundo o tantos otros no tan poderosos, pero que ponen por encima de todo el propio interés.
El reino de Jesús, que en el fondo se identifica con su misma persona, tiene como finalidad llevar a cabo el designio salvífico de Dios, esto es, que los hombres descubran la única verdad sobre si mismos y sobre Dios. La verdad acerca del hombre solo se contempla y se revela a la luz de la condición real de Jesucristo, el Hombre nuevo, que es el Hijo de Dios. El ser humano también está llamado a vivir esta relación filial con el Padre de Jesús. El Señor nos alcanzó esta filiación con toda su vida, especialmente con su misterio pascual. En su muerte se manifiesta en toda su plenitud en que consiste su realeza: una corona de espinas, signo de su obediencia y sumisión por amor al Padre, un trono que es la cruz, desde la cual gobierna a sus hermanos los hombres con amor y perdón, sin vestiduras reales, pues se ha donado todo, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza.
Que por el Espíritu Santo que habita en nosotros, vivamos de verdad como ciudadanos de este reino, que volteemos a ver al hermano que está más cerca y que sufre, que con nuestro amor le hagamos saber a cada hombre la verdad íntima de su ser hijo de Dios, y que nuestro testimonio cristiano se convierta en el mundo actual en grito y profesión de fe. ¡VIVA CRISTO REY!
Ricardo Herrera Alvarado
Tercero de Teología