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Que el Bien esté en nuestro corazón | VIII Dom. Ord.

«El hombre bueno dice cosas buenas porque el bien está en su corazón»

La lectura del evangelio según san Lucas (6, 39-45) que nos propone la liturgia de este día nos recuerda que el Señor nos llama a dejarnos conducir por él, y que esto se manifiesta en nuestra vida con las buenas palabras que podamos decir y las buenas obras que podamos hacer movidos por su amor.

El Señor Jesús compara nuestra vida con un árbol que es conocido por su fruto. Un árbol bueno produce frutos buenos, así como el hombre bueno dice y hace cosas buenas. Jesús afirma que la bondad de nuestras palabras y de nuestras acciones procede de la bondad que hay en nuestro corazón. De manera que debemos procurar que en nuestro corazón habite el bien y no el mal, haya amor en vez de odio, humildad en vez de soberbia, generosidad en vez de egoísmo. Todo esto lo podemos lograr si procuramos que en nuestro corazón habite aquel que es en sí mismo la fuente de todo bien: Dios.

En la medida en que permitimos a Dios habitar en nuestro corazón, estamos permitiéndole ser el guía de nuestros pensamientos y de nuestras acciones, ser aquel que dirige nuestra vida por el camino recto. Él conoce nuestro camino y nuestra meta y nos puede orientar de manera que no seamos como aquel ciego que, guiado por otro ciego termina en el fondo de un pozo.  Solamente Dios es el guía seguro con quien no hay peligro de caer en las tinieblas del pecado y de la muerte.

En el evangelio, Jesús nos dice que el discípulo no puede ser superior a su maestro, pero que cuando termine su aprendizaje será como su maestro. Nosotros estamos llamados a aprender de él, a dejarnos guiar por él, pero también a llegar a ser como él, ayudar a que los demás caminen seguros por el camino que él nos ha señalado. Podemos llegar a ser también nosotros guías de nuestros hermanos, no por nuestros méritos ni según nuestros propios criterios, sino siempre siguiendo los criterios de nuestro maestro. El verdadero discípulo se deja guiar y ayuda a su hermano a ver con claridad el camino. Por eso también el Señor nos invita a purificar nuestra mirada, nuestras intenciones, nuestro corazón, para poder así mostrar el camino al hermano, ayudarle a ver, a limpiar su mirada.

Pidamos a Dios nuestro Señor en este día la gracia de dejarnos siempre guiar por él, único Maestro de nuestras vidas, y que seamos también humildes y generosos para ayudar a los hermanos a caminar seguros tras las huellas del Maestro.

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