Hemos iniciado el tiempo de la Cuaresma con el signo de la ceniza en nuestra cabeza, en un marco peculiar de la pandemia del COVID-19, sin duda una situación que ha permeado toda la vida social y que va dejando estragos en lo más profundo de nuestra vida y de nuestros corazones, estamos también cerca de culminar nuestro III Sínodo Diocesano y listos para poner en práctica lo que cada uno de nosotros ha realizado en la Ruta 2020. Sin duda que es un tiempo especial y así hemos de vivirlo pues siempre Dios sale a nuestro encuentro y nos da herramientas para que podamos acercarnos a Él.
En este marco de cuidarnos y de quedarnos en casa la palabra de Dios nos ilumina de una manera especial pues la primera lectura del libro del Génesis nos habla de la alianza que Dios hace con la humanidad, experimentamos la compasión de Dios hacia nosotros, nos promete nunca más atentar contra la existencia humana y a su vez nos da la esperanza de poder regresar siempre a su lado incluso a pesar de nuestra debilidad y fragilidad.
Así pues en la segunda lectura se nos da la expresa confirmación de esta alianza en la persona de Jesús, san Pablo nos dice que Cristo murió una vez y para siempre por los pecados de todos, Él que es el justo, murió por nosotros, los injustos, para llevarnos a Dios. Es por eso que en este tiempo especial que nos regala la iglesia hemos de tomar conciencia de nuestra vida, Dios hace una alianza, Cristo derrama su sangre por nosotros y nos permite la gracia de una vida nueva a su lado, nunca es tarde para volver a los caminos de Dios pues él nunca nos deja de su mano como lo hemos rezado en el salmo veinticuatro el día de hoy: Descúbrenos Señor tus caminos, guíanos con la verdad de tu doctrina. Tú eres nuestro Dios y Salvador y tenemos en ti nuestra esperanza.
En este mismo sentido escuchamos en el Evangelio que Jesús es llevado por el Espíritu al desierto donde permanecerá por 40 días, y será tentado por el demonio, San Marcos no se detiene a describirnos cuáles son las pruebas por las que pasó Jesús como los otros evangelistas, sin embargo lo podemos asociar con nuestra vida diaria, Cristo no es ajeno a nuestras tentaciones ya que él mismo las experimentó y pudo salir victorioso gracias a la fuerza de la oración y de sentirse amado por su Padre. De esta misma manera nosotros también podemos vencer cualquier tentación que se presente en nuestra vida ya que Dios nunca nos deja solos, siempre está a nuestro lado, lo único que tenemos que hacer es sentirnos verdaderamente hijos amados por Aquel que nos ha amado primero y no dejar la oración para tomar fuerza ante las adversidades de la vida.
De alguna manera la tentación más que una prueba para nuestra vida cristiana hemos de verla y vivirla como una oportunidad de perfeccionar nuestro ser de cristianos, ya que la prueba y la tentación es el lugar ideal para trabajar las virtudes y los valores humanos que tanto nos hacen falta en la sociedad contemporánea, hoy más que nunca hemos de proteger y velar por la familia, la vida, la dignidad de la persona humana y solo con la fuerza de la oración podremos tener la fuerza para defender aquello que nos hace humanos, no tengamos miedo de enfrentarnos con la tentación y la prueba, salgamos como cristianos comprometidos a anunciar como Jesús lo hizo en su tiempo diciendo: el tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios ya está cerca, arrepintámonos y creamos en el Evangelio.
Que este camino de conversión que iniciamos nos permita encontrar la voluntad de Dios en nuestra vida y que a través de la oración, la caridad y la limosna podamos fortalecer nuestro espíritu para hacer frente a las adversidades que la vida nos presenta, encomendamos nuestro camino de conversión y de renovación interior a la intercesión de San José, el varón justo para que sintamos siempre su presencia en nuestro corazón y podamos como él ser figuras de piedad y amor en medio de una sociedad desgastada por el relativismo y el egoísmo.
San José, aumenta nuestra fe.
Por José Pedro Rosas Maldonado
Tercer año de la etapa configuradora