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Vivimos con la firme esperanza de que Dios nos resucitará | XXXII Dom. Ord.

En nuestro tiempo no todos los hombres aceptan la fe que profesamos, muchos se dejan llevar por lo fácil, lo que no cuesta sacrificio, todo lo queremos a nuestras manos y a nuestra manera. Sabemos que proviene del demonio todo aquello que lleva el pecado de pereza, y en concreto a no esforzarnos por estar cerca de Dios, ir a su encuentro, un cambio en nuestra vida. Nos encontramos ya en las últimas semanas del Tiempo Ordinario. Nos describen las lecturas de este domingo cómo hay hombres perversos que, solo por su propio bien, realizan el mal hacia el hermano, hacia el que tiene la confianza firme en el Señor, poniendo pruebas en su vida. De la misma manera le ponían pruebas a Jesús, con mayor razón hoy pasa con los que seguimos a quien es el Camino, la Verdad y la Vida.

La primera lectura, del segundo libro de los Macabeos (7, 1-2.9-14), nos relata la situación que enfrentaron los siete hermanos ante el rey Antíoco, dando testimonio de su fe ante los tormentos, sin importar las burlas que recibían, pues su confianza en Dios se encontraba bien firme. Hoy en nuestro tiempo, muchas veces renegamos de los mandamientos de la ley de Dios porque no están conforme a nuestros ideales, buscamos solo lo personal. Nos cuesta hoy en nuestro tiempo cumplir la voluntad de Dios, que es el bien para nosotros, optamos por lo fácil. Solo buscamos lo fácil para no poner sacrificio personal y se nos hace fácil negar que seamos hijos de Dios. Entramos en duda sobre si hay una vida futura después de la muerte, solo mencionamos en el Credo que esperamos en la Resurrección, pero como que no creemos en verdad en ello. Pero sabemos que la vida aquí en la tierra solo es la preparación para la vida eterna.

San Lucas (20, 27-38) nos menciona el encuentro que tiene Jesús con los saduceos, quienes no creen en la resurrección de los muertos. La pregunta de los saduceos a Jesús va con el sentido de doble trampa, la referencia a la resurrección y la del cumplimiento de la ley. Pues el Señor responde sin titubeos ni rodeos a dicha pregunta, siendo claro ante ellos. Les recuerda que Dios no es Dios de muertos sino de vivos: para él todos están vivos. La otra preocupación era el apellido familiar, alarmante para ellos, pero Jesús les señala que en la vida futura no tendrá eso mayor importancia. Bien se nos deja claro, revisemos nuestras motivaciones para actuar en la vida. Los saduceos no miraban más allá de la tierra, solo se encontraban apegados a lo terrenal, pues con la muerte se acaba toda posible forma de vivir. Vivamos siempre con la mirada puesta en la vida eterna, obremos siempre con la confianza puesta en Dios y sostenidos por la esperanza de la Resurrección.

Jorge Francisco Robles López

Seminarista de primero de Teología

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