«Mientras esté en el mundo, yo soy la luz del mundo» Jn 9,5
Acompañados de Jesús y su enseñanza cada vez nos acercamos más a la fiesta de la Pascua, una fiesta de luz y de vida. Pero mientras esto sucede el mundo atraviesa por una crisis que lo ha ido llenando de oscuridad y muerte. Estamos viviendo una cuaresma que se volvió también cuarentena; vivimos encerrados, con miedo a la enfermedad e incertidumbre por no saber lo que pasará. Pero no debemos perder la esperanza, pasamos por un túnel en el que al final se vislumbra una luz brillante hacia la que nos encaminamos; Jesús cargó la cruz hacia el calvario, fue crucificado y murió, pero al tercer día resucitó.
El evangelio de san Juan nos presenta este domingo la sanación de un ciego de nacimiento, al que Jesús puso lodo en los ojos y lo mandó lavarse para que recobrara la vista. Nos centraremos en las palabras que el ciego responde a la interrogación de los fariseos: «fui, me lavé y comencé a ver».
«Fui». El ciego hizo lo que Jesús le dijo, pues sabía que era necesario para recobrar la vista. Actualmente creemos que la obediencia nos quita la libertad, pero no es así, porque libremente decidimos qué y a quién obedecer. Para que Jesús pueda sanar nuestras cegueras es necesario que nosotros «vayamos», que hagamos lo que el Señor nos diga, y ante las circunstancias por las que pasamos, también es necesario obedecer aquello que nos piden las autoridades y que es necesario para nuestro bien.
«Me lavé». El ciego se lavó en la piscina que Jesús le mandó. Ahora en todos lados nos dicen que nos lavemos, incluso podemos encontrar tutoriales de cómo debemos lavarnos las manos, siendo tan necesario siempre y más en tiempos de contingencia. Nosotros los cristianos estamos ya lavados por el baño del bautismo, pues solo limpios seremos capaces de ver a Dios. Pero con el pasar del tiempo los pecados nos van nublando la vista, es por eso que la cuaresma es tiempo de reconocer nuestra suciedad para renovar nuestro bautismo en la Pascua. Lavémonos, pues, no solo el cuerpo para evitar el virus, también hagamos una buena limpieza en nuestra alma.
«Comencé a ver». Aquel ciego vivía en las tinieblas desde su nacimiento, pero al ser encontrado por Jesús, «Luz del mundo», comenzó a ver y creyó en Él. Este acontecimiento nos lleva reflexionar la pregunta: a mí, ¿qué me impide ver? Ante la contingencia por la que pasamos, el egoísmo es un gran obstáculo a nuestra vista, podemos ver que mucha gente hace compras de pánico dejando desprovistas las tiendas para aquellas personas que viven al día y no pueden adquirir lo que necesitan, y que desgraciadamente son las más vulnerables. Jesús nos invita a verlo a Él en los más pobres y vulnerables. Salgamos de nuestro egoísmo y compartamos nuestros bienes con aquellos que corren más riesgos.
Mientras Jesús esté en el mundo, Él es la Luz del mundo. Seamos también nosotros luz para el mundo haciendo presente su amor a los demás.
Por Gabriel García De Loera
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