“Yo soy Jesús, a quien tú persigues”
Celebramos hoy la fiesta de la conversión del apóstol Pablo, y con el ella se culmina el octavario de oración por la unidad de los cristianos. Con este espíritu de oración que nos hace sentirnos a todos hijos de un mismo Padre Dios, que nos ama e invita a responderle, reflexionemos juntos en el modo como Pablo fue llamado por Jesús para transformarlo y convertirlo en un apóstol incansable.
La conversión de Pablo es de las más significativas de toda la historia de la Iglesia, tanto por la transformación radical de este hombre como por las consecuencias que desencadenó. Lucas menciona tres veces la conversión de Pablo en el libro de los Hechos de los Apóstoles (9, 1-22; 22, 3-16; 26, 9-18). El mismo Pablo nunca describe el acontecimiento, simplemente lo afirma (cfr. 1 Cor. 9, 1; 15, 8; Gal. 1,1.11s). Con toda seguridad, su conversión era contada y recontada en todas las comunidades cristianas del tiempo de Lucas, quien describe el acontecimiento muchos años después de la muerte de Pablo en Roma. Como siempre, el narrador recoge recuerdos, datos y detalles, y después compone y embellece su historia procurando el máximo efecto para transmitir su enseñanza. El primer escenario de su narración ocurre en el “camino”. El perseguidor se encuentra cara a cara con Jesús. Para describir esta escena, Lucas utiliza las imágenes bíblicas, tan frecuentes en el Antiguo Testamento, de las intervenciones espectaculares de Dios: se abre el cielo, brilla una gran luz, se oye una voz potente, los presentes caen derivados por tierra (cfr. Dn. 10, 5-19). Sigue un diálogo fascinante: “¿Quién eres, señor?”. La voz se identifica: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”. Confusión y aturdimiento de Saulo de Tarso, quien ciego, vencido y derrotado, es conducido de la mano a Damasco.
Mientras tanto, en la ciudad, Jesús pone en movimiento a la comunidad cristiana que esperaba atemorizada la llegada del perseguidor. Los acontecimientos se suceden aumentando su intensidad dramática: encuentro de Saulo con la comunidad en la persona de Ananías, quien le comunica la misión a la que está destinado. Saulo acepta la misión, recobra la vista, es bautizado y recupera las fuerzas; se presenta luego en las sinagogas de Damasco afirmando que Jesús es el Mesías. Sigue un complot para matarlo. Pablo –ya no es más Saulo, sino Pablo- se entera y huye de Damasco, de noche, descolgado muro abajo
En el centro de toda esta narración sucede el encuentro de Pablo con Jesús vivo y resucitado que lo interpela, lo llama y espera una respuesta. Pablo la da en el seno de la comunidad de hermanos y hermanas. A la respuesta sigue la transformación. Pablo se sentirá ya hasta su muerte fascinado por Jesús, por Él vivirá y sufrirá siendo su testigo en medio de los hombres y mujeres de razas, religiones y culturas diferentes.
La vida de Pablo fue transformada por el amor que se manifestó en su encuentro con Jesucristo. Hizo de él un apóstol incansable, valiente, enamorado de su misión que consistía en anunciar a Cristo Resucitado. El mismo Cristo que encontró a Pablo, sigue actuando con su amor en todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo, creyentes o no creyentes, porque Dios obra de manera misteriosa en sus criaturas. Cristo sale al encuentro de todos, aun a pesar de que, a veces, los hombres no estemos dispuestos del todo a recibirlo.
Con la certeza y confianza de que Dios obra con su gracia en nosotros, hemos de animarnos para no temer afrontar las vicisitudes de la vida con alegría y esperanza a ejemplo del Apóstol Pablo; que lleguemos a descubrir, como él, que lo más importante es agradar a Dios. Y así, todos los cristianos seamos testigos del amor y la unidad que existen en Dios para que el mundo crea y sea salvado.