Estamos en el penúltimo domingo del tiempo ordinario, casi al final del año litúrgico, un tiempo dedicado a meditar el misterio de Cristo, muerto y resucitado, y el Evangelio de hoy (Mc 13, 24-32) Jesús anuncia, podríamos pensar, algunos acontecimientos terribles. Si lo que dice Jesús se cumpliera, tendríamos que decir que es el fin de este mundo que conocemos y en el que vivimos. Y con el fin del mundo vendría el final también de esta vida nuestra. Es así como las lecturas de este día nos invitan a meditar no solo sobre el final del mundo sino especialmente sobre el cumplimiento de la historia de la salvación para la humanidad.
Pero no conviene leer sólo el Evangelio. El Evangelio hay que leerlo siempre en conexión con las otras lecturas que la Iglesia ofrece a nuestra reflexión cada domingo. Así en la primera lectura, tomada del libro del profeta Daniel (12, 1-3), se anuncian también tiempos difíciles. Pero se dice que van a ser tiempos de salvación para el pueblo; sin embargo, esto no debe desorientarnos causándonos dolor, miedo y desconcierto. El antídoto para ello es la confianza en la palabra de Jesús. La segunda lectura ofrece la clave para interpretar lo leído. La carta a los hebreos (10, 11-14.18) hace una comparación entre los sacrificios de los sacerdotes de otras religiones y el ofrecido por Cristo, es decir, su propia vida. Dice que los sacerdotes de esas religiones tienen que ofrecer muchos sacrificios porque, como no pueden alcanzar el perdón de los pecados, continuamente se ven obligados a tratar de aplacar a Dios por las ofensas causadas por los pecados de los hombres. Pero Cristo, el sumo sacerdote de la nueva alianza, ofreció un único sacrificio, su vida, por nuestra salvación. Con él nos consiguió el perdón de los pecados. Termina la lectura afirmando que; donde hay perdón, no hay ofrenda por los pecados. Deja claro que, en la Nueva Alianza que Jesús ha sellado con su sangre, se nos ha otorgado el perdón. Hemos vuelto a ser acogidos como hijos por Dios Padre.
Este mundo pasa. Nuestra vida tiene un final. Eso es así y no lo vamos a cambiar. El fin del mundo y el fin de mi vida llegarán algún día. Lo importante es saber que, acogidos al perdón de Dios que se nos ofrece en Cristo, podemos acceder a la nueva vida, estamos salvados, esa es nuestra fe, no hay razón para temer.
Luis Miguel Moreno Victorio
Segundo de Teología