Con el miércoles de ceniza comienza en toda la Iglesia la celebración del tiempo de cuaresma. Es un tiempo de “fuerte preparación” hacia la pascua, por eso, este tiempo nos invita a ponernos especialmente “en camino” a la conversión. Se llama cuaresma (del latín quadragesima: cuarenta días) porque recuerda, entre otros acontecimientos, los 40 años que el pueblo de Israel estuvo en marcha por el desierto y los 40 días en que Cristo estuvo también en el desierto; de ahí que la imagen principal de este tiempo litúrgico sea el desierto: la Iglesia nos invita a unirnos al misterio de Jesús en el desierto de la penitencia y la conversión. Si uno cuenta los días que van desde el miércoles de ceniza hasta el sábado santo y resta los seis domingos, le dará exactamente cuarenta días. Cuaresma son, pues, los cuarenta días antes de la pascua.
Si se trata de un tiempo de preparación, el cristiano no puede dejarse de plantear preguntas fundamentales: ¿Mi vida es realmente una comunión de vida con el Dios Trino? ¿Vivo realmente como hijo de Dios llamado a
una vida nueva? ¿Vivo realmente la caridad con mis hermanos como signo concreto de la caridad de Dios que experimento en mi vida? Si somos sinceros, estas preguntas deben suscitar en nosotros un deseo sincero de penitencia y conversión (desierto), puesto que no podemos responder adecuadamente a la vocación que Dios nos invita si no somos asistidos por su misma gracia y ayudados por su misericordia.
Hay tres caminos que la Iglesia, basada en el evangelio y la tradición, propone para hacer concreto y visible nuestro propósito de conversión: la oración, el ayuno y la limosna. Pero es importante que acojamos estos medios con espíritu de fe, conscientes de que son efectivos en la medida en que brotan de nuestro amor a Dios y en cuanto expresan nuestra caridad a los hermanos y nos abren a ellos. Sin el amor (en su doble referencia a Dios y al prójimo) la oración, el ayuno y la limosna se vuelven actos vacíos y carecen de sentido.
Dispongamos, pues, nuestro espíritu a la sobriedad propia de este tiempo, para que esta cuaresma sea la oportunidad propicia para vivir nuestro propio desierto, para renovar nuestro encuentro personal con el Dios de Jesucristo, experimentar su amor, su gracia y su misericordia, y renovar nuestra vida desde la fe, la esperanza y la caridad. Encomendemos nuestros esfuerzos y propósitos a la intercesión de la Virgen María, la mujer del desierto, para que, bajo su protección maternal y su ejemplo de fidelidad, podamos llegar renovados a la gran fiesta de la Pascua.