Isaías 52, 7-10
Himno que invita al regocijo por la noticia dada, una noticia que se realiza ya en medio del pueblo cuando se dice: «Ya reina tu Dios». Esta realidad que es anunciada llega por boca de todos los centinelas «tus vigías gritan, cantan a coro», pues es un anuncio que contagia a todos. La presencia de Dios, es de tal fuerza que renueva todo lo que hay en el pueblo y todos son invitados a entrar en el canto de alegría, por eso poéticamente son invitadas a hacerlo también las ruinas de Jerusalén.
Salmo 97
Proponemos detenernos en la frase: «La tierra entera ha contemplado la victoria de nuestro Dios.»
Hebreos 1, 1-6.
En el punto pleno o alto de la historia humana en la que Dios se ha revelado a los hombres se comunica, y no sólo eso, se hace presente por medio de su Hijo. La meta de la historia y el cumplimiento de las promesas de Yahvé se cantan en esta breve a la introducción a la carta. Cristo es «el resplandor de la gloria de Dios, la imagen fiel de su ser». Como escriben algunos, es casi una meditación sobre la encarnación del Hijo de Dios, pues la palabra que antes había sido dicha «por boca de los profetas» hoy es dicha por el mismo Dios en la persona de su Hijo, quien ha estado con Él desde toda la eternidad.
Juan 1, 1-18
El prólogo como gran introducción que es al evangelio de Juan, ofrece también una presentación sintética del contenido del mismo evangelio. Es la puerta que nos permite vislumbrar lo que habrá en el interior de la narración evangélica sobre Jesús.
Entre todas las sugerencias que nos hacen los comentaristas para abordar el prólogo, más cuando lo tenemos para el mensaje de Navidad; tenemos tres posibilidades de abordarlo:
Primera: está en el horizonte del Génesis que se nos presenta en el v. 1, pero este horizonte no debe quedarse sólo en el testimonio histórico de la elección o de la crea-ción, sino dentro de uno que es total y universal.
Segunda: tener en cuenta que el proyecto salvífico de Dios se realiza en la existencia humana del Verbo, de modo que la belleza de la vida humana se hace presente, visible, accesible y se palpa en la carne del Hijo de Dios.
Tercera: delante del Verbo encarnado estamos invitados a hacer una elección, aco-ger la luz, recibir en la fe al enviado, el resultado de nuestra respuesta, si ésta es positiva, será: «…a los que la recibieron, a los que creen en ella, los hizo capaces de ser hijos de Dios».
Ahora proponemos dos posibilidades para desarrollar la homilía del día de Navidad.
Desde las lecturas
Si partimos de la frase del Salmo 97, 3 « La tierra entera ha contemplado la victoria de nuestro Dios.» En el día de Navidad proclamamos y agradecemos que Dios haya dejado ver su gloria por la presencia de su Hijo hecho carne. Más cuando esa presencia es el signo o el principio de la salvación, por Dios no ha olvidado su promesa, Él es fiel con la casa de Israel, como dice la primera parte del mismo versículo 3.
Celebrar la Navidad es proclamar al mundo este hecho, y a la vez es tarea de hoy nosotros hacer presente, no sólo su gloria, sino como dice textualmente el Salmo, «la victoria de nuestro Dios». Esta victoria se realiza en la obra de Jesús, y se da sobre el pecado y sobre la muerte. Hoy la comunidad de creyentes vive el fruto de la obra de Dios, cuando la vive con verdadera entereza, la hace presente al mundo, y cuando la hace presente, pública, entonces la tierra puede contemplar la victoria del Señor.
En torno a esta idea podemos acomodar las otras lecturas, donde el mensajero de paz de Isaías, que son todos los centinelas de Israel, se contagian del gozo del anuncio y ellos también lo hacen y no sólo eso, sino que miran hacia el mismo lado pues viene el Señor. Es también ésta una acción de la acción profética de la Iglesia.
Dentro del gozo del anuncio y de la fuerza de la palabra del mensajero, hay otra que es más grande y sobrepasa la fuerza de la voz humana, es la Palabra de Dios encarnada. El gozo de la comunidad no es propio es provocado por la fidelidad de Dios, porque Él no olvida sus promesas, más aún esa promesa la cumple a través de un enviado que no es un profeta, sino su propio Hijo quien es irradiación de su propia gloria y del que únicamente Él ha dicho «Tú eres mi hijo…»
Finalmente el prólogo. La victoria de Dios que todos proclamamos como centinelas de Israel, como mensajeros de paz, es por la presencia de Dios a través de su Hijo, y es también porque esa presencia no es únicamente para contemplarse, es para que a esa presencia hecha carne, Jesús, los hombres nos adhiramos. La adhesión es elección de la luz sobre las tinieblas, es reconocimiento de su gloria a través de su humanidad (v. 14), es lealtad y fidelidad, porque respondiendo a través de ellas llegaremos a ser hijos de Dios y participaremos de la gracia y la verdad proclamadas y hechas presentes en la humanidad del Hijo.
Como proyecto humano.
El gozo, la fiesta y la alegría que nos provoca la celebración de la Navidad, es el gozo y la alegría de comprobar que en Jesús encontramos y recuperamos el lugar que nos corresponde delante de Dios.
El v. 14 del Prólogo se lee: «La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad». En la carne, signo de la humanidad y de fragilidad de los hombres, ahí reside la plenitud de la divinidad. El proyecto de Dios en Jesús no proclama algo lejano o de efectos mágicos en nosotros, sino la verdadera presencia y cercanía de Dios a la humanidad. Podemos por esto pensar en que la participación en la vida divina, ser hijos de Dios aquí en la tierra, no es algo lejano e imposible, sino que en Jesús se nos presenta como algo realizable. Ser y vivir como hijos de Dios no significa fuga o evasión de las responsabilidades terrenas, porque la divinidad puede hacerse presente en la humanidad, ya que no la destruye, no la agota, no la esconde, al contrario, la plenifica. Es como un movimiento descendente.
El movimiento ascendente puede ser iluminado con el v. 17 «Porque la ley se pro-mulgó por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad se realizaron por Jesús el Mesías». Es hasta este versículo que se pronuncia el nombre del Verbo, del Hijo de Dios, de nuestro Salvador. Él, como nos lo dirá el mismo evangelio (14,6), es el camino, la verdad y la vida. El acceso al Padre se da en Jesús. Él es modelo de vida humana para los hombres. A Él hay que mirar para lograr la lealtad y la fidelidad, que ya no serán según la ley, sino según el modelo del que el Padre ha enviado, su Hijo.
Como proyecto humano, la celebración de la Navidad, nos recuerda que en la fragilidad de la carne Dios es capaz de presentarse y, análogamente, el hombre, los creyentes podemos hacer presente en nuestra carne el ser hijos de Dios, el estar “divinizados” por la gracia que hemos recibido, además de mostrarlo en cada una de nuestras obras y en las consecuencias de ellas. Como proyecto humano, la humanidad de Verbo nos recuerda que para llegar a Dios se hace fuera, lejos, o negando lo que somos como humanos, porque Jesús siendo hombre, nos mostró el camino y el destino de nuestra humanidad.
Navidad es la solemnidad que nos recuerda que el gozo y la alegría están en la presencia de Dios en medio de nosotros por medio de su Hijo. Y en la renovada convicción de que es en la humanidad renovada que nosotros podemos responder y realizar la vocación de hijos de Dios a la que somos llamados.