“Reciban el Espíritu Santo”
Nuestra época, esta hambrienta del Espíritu de Dios, y esto se expresa en la sed de justicia, de paz y de respeto a la dignidad de la persona humana en cualquiera de sus etapas. Concretamente en nuestra nación, estamos viviendo el proceso electoral en vistas a las próximas elecciones del siete de junio, con el despilfarro de más de 18 mil 572 millones de pesos, dinero que es de todos los mexicanos. Cada día estamos siendo bombardeados por spots, volantes, perifoneo, visiteo y un sinfín de basura política, que crean confusión y hartazgo en nuestra sociedad. Vemos comunidades divididas a causa de las preferencias políticas, se da la compra de votos, aprovechando la pobreza de tantas personas, hay juego sucio y no existen propuestas serias. Ante esta situación nacional, necesitamos la unidad, nos urge la paz y el fortalecimiento del bien común, pero para ello es necesario hablar un único lenguaje: el amor, sobre el cual toda sociedad podrá superar todos los obstáculos de la vida social con respeto y justicia que se traducirá en progreso para todos.
Hoy, en la Iglesia celebramos el día de pentecostés, es decir la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos de Jesús, los cuales se fortalecieron en la unidad y hablaron una sola lengua: el amor, que es el idioma de Dios. San Juan nos narra, que los discípulos estaban encerrados por miedo a los judíos; este temor era característico de los israelitas que no se atrevían a pronunciarse a favor de Jesús, por lo tanto, se indica una situación angustiosa, con la que contrastará pronto el don de la paz. El Señor se hace presente en medio de ellos y les dice: “La paz esté con ustedes”, aquí se trata del don efectivo de la paz, no como la que da el mundo, sino que es la paz de Cristo resucitado. Posteriormente, sopla sobre ellos diciendo: “Reciban el Espíritu Santo”; tanto en San Juan, como en el libro de los Hechos de los Apóstoles, el don del Espíritu Santo inaugura el tiempo de la Iglesia.
En la primera lectura del día de hoy, vemos como signo de que los discípulos han recibido el Espíritu Santo, su forma de hablar, pues son entendidos por su auditorio, el cual estaba compuesto por personas de distintas naciones y lenguas, ahora en la nueva era inaugurada con la venida del Espíritu, la buena nueva proclamada por los apóstoles puede ser entendida y recibida por todos los hombres y mujeres de todas las naciones de la tierra. En este acontecimiento divino nació la Iglesia, en pentecostés.
Para entender el lenguaje de la sabiduría de Dios, en la que hablaban los discípulos, no se necesita traducción, ni ejercicios para adquirir el uso, ni tiempo para estudiar, sino que, soplando el Espíritu de verdad donde quería, las palabras que eran particulares a cada pueblo vinieron a ser comunes en la boca de la Iglesia. Aquí el don del Espíritu es un remedio contra la confusión de lenguas en Babel, que dio como resultado la dispersión de la raza humana, por lo tanto, la humildad de la Iglesia volvió a reunir en una a las lenguas que la soberbia de Babilonia había separado; en la confusión de lenguas hubo división de voluntades, puesto que el pensamiento era contra Dios; aquí en pentecostés se da la restauración y unión de propósitos. Los discípulos recibieron no el fuego que abrasa, sino el fuego que salva, el que borra las espinas del pecado, al tiempo que vuelve al alma resplandeciente, han sido inundados en el fuego que hace que hablen el lenguaje universal: el amor, el cual todos entienden, pues la caridad no hace mal al prójimo; recordemos que la plenitud de la ley es el amor, y esa lengua son los preceptos del Nuevo Testamento: Amarás al Señor tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo. Una vez que los discípulos recibieron el Espíritu Santo, dejaron el miedo y se volvieron audaces lanzándose a la misión, derramando incluso su sangre por amor a Cristo el único salvador del hombre; con ello se llenaron de valor y denunciaron el egoísmo y todo lo que provoca hostilidad, injusticia y división sobre los más desprotegidos, portando con ellos el mensaje que libera y trae a todos la salvación.
Al igual que los discípulos de Jesús, todos nosotros hemos recibido el Espíritu Santo, especialmente en el sacramento de la confirmación, y estamos llamados a ser portadores de esperanza y alegría cristiana en nuestra sociedad, que está siendo golpeada por tanta injusticia, violencia y corrupción, no tengamos miedo, hablemos el lenguaje del amor, luchemos por construir una sociedad más justa y en paz, hoy el Señor nos da su paz, la cual necesitamos mucho en nuestros días, llevemos a nuestros ambientes de trabajo la verdad que es Cristo nuestro salvador, seamos sus testigos del amor y la ternura de Dios para con todos sus hijos, hagamos presente en nuestra sociedad el pentecostés, es decir la manifestación del Espíritu Santo que unifica, purifica, el Espíritu de paz, de justicia y amor. Dejemos el temor como los discípulos, y unámonos en un frente común desterrando de entre nosotros aquello que sucedió en Babel: la división, la dispersión, la injusticia, la violencia, la corrupción y el individualismo, esto solo lo lograremos con el amor, que es el lenguaje de Dios. Sólo así podremos construir un México justo y próspero para todos, pues la única propuesta y opción válida y por quien debemos optar y que nunca defrauda es Dios.