En este domingo la Iglesia nos invita a meditar sobre la pasión del Señor con recogimiento, con amor y gratitud. Este año somos guiados por el evangelista Lucas, que relata la pasión con mucha veneración y admiración por su Señor.
La veneración se nota en el hecho que el evangelista evita de narrar los detalles crueles y humillantes de la pasión. Lucas, manifiesta también una gran admiración por Jesús, que es el modelo del justo sufriente, aquel que con tanta docilidad a la voluntad de Dios acepta todos los sufrimientos y ayuda a las demás personas a convertirse y a encontrar la unión con Dios.
La generosidad de Jesús se manifiesta desde el momento del arresto: cuando el siervo del Sumo Sacerdote es herido en la oreja derecha, Él interviene y, tocándole la oreja, lo cura. Jesús está lleno de misericordia. Cuando lo crucifican dice: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. Y al ladrón arrepentido le promete: “hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Esta frase muestra la grandeza de ánimo de Jesús, su generosidad, pero también la certeza de su victoria. Él sabe que obtendrá la victoria: el amor que le viene del corazón del Padre lo vuelve victorioso en cada momento.
Todo el relato de la pasión está iluminado por el episodio de la Última Cena. Aquí vemos como Jesús afronta toda su pasión con un deseo ardiente. De hecho dice: “He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes, antes de mi pasión”. En este momento Él toma con anticipo toda su pasión y la transforma en la expresión del más grande amor. Lucas relata que Jesús, “tomó un pan, dio gracias, lo partió y se los dio diciendo: Esto es mi cuerpo que es entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía; luego tomó el cáliz, diciendo: este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que será derramada por ustedes”. Con estos gestos y con estas palabras Jesús cambia el sentido del acontecimiento: de ser un evento negativo, dramático, que manifiesta toda la maldad humana, esto se transforma en un evento positivo. Y esto gracias al amor del corazón de Jesús, que asume estas circunstancias trágicas e injustas y las convierte en ocasión del don de sí mismo y de la fundación de la nueva alianza.
Por eso, cuando escuchamos el relato de la pasión, no debemos tener solamente una perspectiva negativa, de tristeza y de derrota, sino debemos tener en nuestro ánimo una alegría profunda: la pasión es verdaderamente la manifestación más grande del amor de Dios, la revelación más grande de Dios que es amor. Las circunstancias de la pasión son ciertamente trágicas, pero son superadas por el amor.
Jesús manifiesta el sentido que Él da a su pasión. Él se ha hecho servidor de Dios y de nosotros. Se ha puesto a nuestro servicio y ha tomado nuestra suerte –incluso, la suerte de los más miserables e infelices–, transformándola desde dentro con su gracia y su amor. El evangelista insiste sobre la completa inocencia de Jesús. Él es el inocente que sufre para rescatar a los pecadores; es aquel que por puro amor acepta la suerte de los condenados a muerte, y así pone su gracia en todas las circunstancias de la vida humana.
Jesús manifiesta toda su generosidad también cuando se vuelve a las mujeres que se lamentan por Él. Jesús está más preocupado por la suerte que amenaza Jerusalén y no por la propia suerte. Como siempre, piensa más en los otros que en sí mismo. Al final de la pasión, tenemos una revelación: “Jesús, gritando a gran voz dice: Padre, en tus manos entrego mi espíritu”. Esto nos hace entender que la muerte de Jesús es un retorno al Padre. El centurión, un hombre pagano, después de haber visto todo aquello que había sucedido, proclama: “verdaderamente este hombre era justo”. La muerte de Jesús provoca la conversión, es fuente de renovación espiritual, de renacimiento de la persona, de conversión a Dios, en el amor y en la confianza.
La pasión de Jesús es un tesoro inagotable de gracia. En ella todos los detalles tienen un significado profundo y nos ponen, de manera impresionante, ante la manifestación del amor divino. La pasión de Jesús nos da también una esperanza segura. Sabemos que Jesús ha vencido el mal y la muerte; las ha vencido por nosotros, para comunicarnos su victoria. Después de la pasión de Jesús, y gracias a ella, nosotros podemos caminar con la cabeza en alto, porque sabemos que somos amados por Jesús, y porque su pasión transforma toda nuestra vida en modo positivo, obteniéndonos el poder vivir una vida nueva.
Por eso, en este tiempo de gracia para todos los cristianos, aceptemos en nuestro corazón al Señor y acojamos estas gracias preciosas, capaces de transformar todo el mundo.