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DOMINGO I ADVIENTO

“Esperar a Jesús no con angustia sino con alegría”

El Evangelio de este domingo nos muestra ciertamente un panorama apocalíptico, que puede generar en nosotros sentimientos de miedo, de terror y hasta de pánico por todo lo que se nos cuenta que sucederá el día de la segunda y definitiva venida del Hijo del hombre. Pero antes habrá señales claras en la tierra y en el cielo. 

Lejos de Dios y del evangelista Lucas pretender asustarnos. Dios no actúa así. No nos quiere como ratones asustados. Nos quiere alerta, eso sí, pero no temerosos sino confiados en Jesucristo, el Divino Salvador de los hombres. Por eso, lo que hace Jesús es exhortarnos a la conversión, a hacer el bien, a amar, para poder mantenernos de pie y sin confusión ante el juicio final, porque ciertamente Dios es justo y en Jesucristo se cumple la promesa que escuchamos en la primera lectura, hecha por Dios a dos casas: la casa de Israel y la casa de Judá: Para David brotará un germen justo, quien practicará la justicia y el derecho en aquel país, poniendo así a salvo a Judá y asegurando a Jerusalén, a quien llamarán así: “El Señor es nuestra justicia”. Eso sucederá en aquellos días y en aquel tiempo. 

Ha empezado a cumplirse cuando Jesús se encarnó en su primera venida –misterio para el cual nos estamos preparando en este Adviento-, pero está por cumplirse plenamente en la consumación de los tiempos, al fin del mundo, en el juicio final; día que solamente el Padre sabe cuándo será (Cf. Mc 13, 32) –para el dicho misterio debemos prepararnos cada instante-.

Jesús nos anima y nos invita a levantar la cabeza porque se acerca nuestra liberación; y la creación entera nos lo anunciará. La clave nos la da el Señor: “Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre”.

También san Pablo, en la segunda lectura, le hace eco a Jesús cuando exhorta a la comunidad cristiana de Tesalónica y con ella también a nosotros a crecer más en amor a los demás y a esforzarnos por agradar a Dios, progresando cada día. Las virtudes que él implora a Dios para nosotros son: fortaleza, santidad, irreprochabilidad ante Dios Padre, para hoy y para el día de la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos a juzgar a los vivos y a los muertos.

Agradezcamos sinceramente a Dios por su grande amor y paciencia hacia nosotros; por su paterna corrección y advertencia y pidámosle la gracia de crecer cada día en amor, en santidad y en irreprochabilidad de vida ante su presencia, para que el día de su venida –que bien podrá ser cuando nos muramos- nos encuentre en paz y libres del aturdimiento de la vida, con sus vicios y preocupaciones. 

Que la Eucaristía de este domingo nos llene de gozo y nos dé la fuerza necesaria para prepararnos con amor a recibir a Jesús, Amigo y Salvador, no enemigo terrible y castigador. A Él sea la Gloria por los siglos infinitos. Amén.