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DOMINGO II DE CUARESMA

«Y se trasfiguró delante de ellos…»

Seguimos avanzando en nuestro itinerario cuaresmal, camino de oración, ayuno y penitencia, que preparan el corazón para celebrar el misterio central de nuestra fe, la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo Nuestro Salvador. En este segundo domingo de cuaresma la liturgia nos invita a contemplar el verdadero rostro de Jesús, purificándolo de todo aquello que nos impida conocerlo como realmente es.

El texto de san Mateo que hemos escuchado se sitúa inmediatamente después del primer anuncio de la pasión (Mt 16, 21-23),  en donde Pedro quiere apartar a Jesús de su misión por tener una idea equivocada, desfigurada del Mesías y su misión salvadora. La respuesta de Jesús es fuerte: «Quítate de mi vista, Satanás». Ahora Jesús sube al monte con tres de sus discípulos, entre ellos Pedro, y en su presencia se transfigura, es decir, «su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz». Sin duda un acontecimiento revelador, que tiene un solo objetivo: mostrar la verdadera identidad del Mesías, aclarar quién es Jesús y cuál debe ser la actitud del discípulo ante las constantes desfiguraciones que se pueden hacer de su persona y misión.

Se trata de una escena realmente única, Jesús está en el monte, desde el cielo se confirma que Él es Hijo de Dios, como había confesado Pedro, y que su muerte y resurrección son el pleno cumplimiento de la Ley y los profetas representados por Moisés y Elías, con quienes Jesús está dialogando. Jesús aparece así como el centro de la revelación, porque «toda la Escritura forma un solo libro, y ese único libro es Cristo, ya que toda la Escritura habla de Cristo y toda ella se realiza en Cristo». El episodio es también una descripción de la personalidad de Jesús: es Señor, Hijo de Dios, a quien debemos escuchar porque es el revelador de Dios.

El Jesús que complace al Padre no es el que se imagina Pedro, sino el que entrega la vida; más aún, por eso precisamente es porque vale la pena escucharlo, lo que ha dicho y hecho lo autoriza para ser escuchado. Ese Jesús transfigurado es el Hijo de Dios, el que cumple su voluntad, la cual pasa por la obediencia total y absoluta de la cruz. En esto consiste el verdadero mesianismo de Cristo, en su sacrificio en la cruz, pero no como un final trágico y pesimista, sino en la espera de la Resurrección, como momento culmen de revelación.

Jesús consideró necesario corregir las desfiguraciones de Pedro y los discípulos, este relato nos pone en alerta sobre el riesgo, tan antiguo y tan nuevo, de desfigurar su rostro y su misión, se nos invita a ver la gloria del Señor desde la entrega de la vida y la resurrección, pues cuando la gloria se entiende al margen de la cruz y de la resurrección se convierte, no en cercanía de Dios sino en búsqueda de intereses. 

Obviamente esto no es algo sencillo, por eso los discípulos al mismo tiempo que se alegraron se mostraron confundidos y temerosos, por eso la transfiguración se convierte en una invitación a pasar del reconocimiento y del miedo, al convencimiento de que vale la pena adherirse a él, escucharlo, seguirlo, imitarlo.

La cruz forma parte de nuestra vida, el tiempo cuaresmal nos invita a recordar esto, a no despreciar la cruz, a no desfigurar la personalidad de Jesús, entendiéndolo como un profeta sabio y carismático, un amigo bonachón, pero no como Hijo de Dios y salvador nuestro, salvación realizada por su entrega total y absoluta en el madero de la cruz.