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DOMINGO IV DE ADVIENTO

LA CONFIANZA Y LA ALEGRÍA DE SABER QUE DIOS ESTÁ CON NOSOTROS

Estamos en el IV domingo de adviento, ya próximos a celebrar la navidad. Nuestro deseo de contemplar al Redentor va creciendo y nuestro corazón se dispone para vivir religiosamente este encuentro de gracia con el Salvador. Reflexionemos juntos las lecturas de este domingo para acercarnos más al misterio de la Palabra hecha carne.

El contexto de la primera lectura es la guerra siro-efraimita. Asiria está adquiriendo poder; Damasco y Samaría quieren obligar al rey de Judá a aliarse con ellos para atacar juntos a Asiria. Contra los consejos de Isaías, Judá prefiere pedir ayuda a los asirios. Enseguida, desesperadamente, Isaías quiere hacer entrar en razón a Acaz, rey de Judá, para que no se fie de los poderes humanos. Para eso le propone pedir una señal directa al Señor. La actitud del rey es ambigua: por una parte parece tener tanto respeto al Señor que teme ponerlo a prueba; pero por otra, parece que ante la inminente amenaza de Damasco y Samaría, confía más en el poder de Asiria: claro que el coste fue muy alto: el vasallaje de Judá y la destrucción del hermano reino del Norte. A pesar de todo, el profeta convierte en signo profético el nacimiento de un niño al parecer del mismo rey. El niño será llamado Emanuel que significa “Dios con nosotros”. El sentido del signo es que a pesar de todo Dios mantiene la promesa de proteger a la dinastía real y a todo el pueblo.

No es claro de qué doncella se trata cuando dice que dará a luz. Podría ser alguna de la casa de Acaz. Hay quienes afirman, incluso, que se trata de una de sus mujeres. La cuestión es que el texto hebreo habla de una jovencita o muchacha, como en Gn. 24, 43 y Ex. 2, 8, en estado de contraer matrimonio o ya casada. Más tarde la traducción al griego (LXX) empleará la palabra “virgen” introduciendo al texto una relectura mesiánica que posiblemente no tuvo desde el origen. El hecho es que al final del Antiguo Testamento, pero especialmente la tradición cristiana, rápidamente encontró aquí el anuncio profético del nacimiento de Jesús, descendiente de David y salvador de su pueblo.

En la segunda lectura se consta que Pablo está escribiendo a una iglesia que él no fundó y sobre la que no se atribuye derecho de paternidad, de ahí lo formal y solemne de su introducción. Se presenta con tres títulos: “siervo de Cristo Jesús”, “llamado a ser apóstol” y “elegido para anunciar la Buena Noticia”. Ésta es la nueva identidad que le dio el Señor en el camino de Damasco y que le definirá para siempre.

Pablo se considera embajador de Cristo y, junto a los títulos de quien lo envía, menciona la finalidad de su misión: anunciar la “Buena Noticia” de parte de Dios. Para eso usa una formula primitiva de confesión de fe a la que añade un toque personal. Quien lo envía es el Hijo de Dios, el mismo que en la resurrección ha recibido plenos poderes para ejercer su señorío sobre el mundo. La misión de Pablo participa de los poderes del resucitado y se extiende a todos los pueblos paganos entre los que se encuentra Roma, capital del imperio romano. Su misión tiene como objetivo provocar una respuesta de fe al mensaje del Evangelio. Como la comunidad de Roma ya ha respondido, sus miembros reciben el título honorífico de amados de Dios y consagrados.

Después de haber señalado la genealogía de Jesús, en el evangelio del san Mateo que escuchamos hoy, la cadena de generaciones desemboca, por fin, en el último eslabón, no uno más, sino único, definitivo y extraordinario. Un nacido de “virgen”. Mateo se apoya en la promesa de Is. 7, 14, leída en un sentido especificado ya por la tradición judía. Mateo sigue esta tradición y la autentifica en este relato que desarrolla con total claridad que la maternidad de María no es obra de José, sino del Espíritu Santo. Así habla el texto y así ha permanecido en la fe de la Iglesia.

¿Cómo reacciona José ante el acontecimiento del embarazo de María? Se dice que José era “justo” y no quería difamarla repudiándola públicamente; por eso, decidió hacerlo en privado. José se siente perplejo y desconcertado, lleno de temor reverencial ante un misterio que intuía y que le desbordaba. La instintiva reacción de huida ante la presencia del misterio de Dios es una constante en los relatos de vocación de todos los grandes personajes del Antiguo Testamento. Y esto es probablemente lo que el evangelista quiere contarnos a través del drama humano de su relato: la “vocación de José” al servicio del misterio de la salvación.

Una vez que el ángel calma su temor, José, convertido en el padre legal del hijo de María, iniciará su misión e impondrá al futuro recién nacido un nombre, Jesús, cuyo significado resume toda la nueva revelación  que se hará realidad en su vida, muerte y resurrección: “porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. Así inicia José su vocación: encubriendo y protegiendo el misterio del “Emanuel”, Dios con nosotros, hasta que llegue su hora.

En este domingo le pedimos al Seños un corazón que anhele ardientemente la venida de nuestro Salvador, que vivamos en la esperanza. Pedimos que, a ejemplo de san Pablo, seamos anunciadores fieles de la alegría que brota del encuentro con Jesús. Que a ejemplo de José seamos colaboradores eficaces en el proyecto de salvación divino. Que ningún hombre se sienta desamparado de Dios porque el Emanuel, el Dios con nosotros, nos trae la felicidad.