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DOMINGO XI TIEMPO ORDINARIO

“Perdona, Señor, nuestros pecados”

Hablar de la misericordia de Dios que se derrama en cada instante, sobre todo en los momentos en que hemos fallado, es una experiencia que inflama nuestro corazón. En este domingo la Palabra de Dios nos invita a reflexionar sobre la misericordia infinita de Dios.

En el Evangelio encontramos tres protagonistas, el principal sin duda, que es Cristo, enseguida el fariseo Simón que invita a comer a Jesús y por último una mujer extraña, que es la que nos da una gran lección. Es interesante ver las actitudes de los tres.

Comencemos con Simón, el fariseo. Al llegar Jesús a su casa, se muestra un poco descortés, quizás no estaba seguro de invitarlo o por otro lado lo invita por quedar bien. Pero la actitud de fondo que vemos es un rechazo a Jesús y a la mujer que ha entrado de improvisa. Primero rechaza a Jesús, y lo desconoce como profeta, es decir, en realidad Jesús no es un verdadero profeta porque se ha dejado tocar por esta mujer insignificante. Segundo rechaza a la mujer, porque ha entrado sin invitación y además es una pecadora. En el fondo este fariseo se está comportando como un juez injusto. Un juez que no conoce el interior de las personas. En pocas palabras un juez que juzga las apariencias. 

Enseguida, tenemos a una mujer extraña, a la que Simón le llama Pecadora. Sin embargo, es ella la que nos va a dar una gran lección. Lo primero que hace esta mujer entra a esta casa sin pedir permiso, ella quiere encontrarse con Jesús, ella sabe que Él no es igual que los demás. Tan es así, que se postra a sus pies en señal de adoración. En el fondo, esta mujer trae pecados que la están agobiando y en señal de que está profundamente arrepentida, empieza a llorar lágrimas de conversión, besa sus pies y le da lo único que tiene un perfume con el que le unge los pies. La enseñanza que nos deja esta mujer, no es tanto las veces que falló, sino que lo más importante es levantarse y volver con Aquél que nos pueda dar vida: Jesús.

Por último, tenemos a Jesús. Él no es un juez que juzga por las apariencias como lo fue Simón. Cristo ve el corazón del hombre, observa el  interior de la mujer. Él sabe que nuestra naturaleza quedó dañada por el pecado, sin duda, que nos comprende y nos anima para seguir adelante. Jesús nos quiere enseñar que la misericordia de Dios es grande. El amor de Dios no tiene límites, la misericordia de Dios no tiene fronteras, es para todo tipo de personas. Esto nos puede dejar tranquilos, no importa cuántas veces fallemos, nos equivoquemos, lo importante es levantarnos y observar que es el amor de Dios el que nos ha perdonado.

La Palabra de Dios es para vivirla, ¿de qué manera?

1.No siendo personas injustas, no comportarnos como jueces inhumanos, nunca podemos juzgar a los demás, porque en realidad no conocemos el corazón de nadie.

2.Confiando siempre en la misericordia de Dios, que nos abraza y nos perdona, esto implica un arrepentimiento como lo hizo la mujer del Evangelio.

3.El amor de Dios es el que triunfa, cuando nos equivocamos, Dios nos observa con profundo amor y nos levanta y nos dice: “Tu fe te ha salvado; vete en paz”. ¡Qué tranquilidad escuchar en nuestro interior estas palabras!

Que esta Eucaristía sea nuestro alimento, para poder levantarnos las veces que fallamos y sepamos reconocer, que en realidad tenemos un Dios que nos ama profundamente.

“Perdona, Señor, nuestros pecados”.