«Bienaventurados ustedes, los pobres, porque suyo es el reino de Dios… Pero ¡ay de ustedes, los ricos, porque ya han recibido su consuelo!».
El Evangelio de este domingo nos narra la parábola del rico Epulón. En este relato sobre el hombre rico y el pobre Lázaro, Jesús muestra cómo se verifica una tal inversión y cuáles son los motivos de la misma.
El hombre rico usaba una indumentaria de primera calidad, elegante y lujosa. Se viste de lino finísimo y bordados de púrpura. Usa su riqueza para una vida espléndida y llena de diversiones. El sentido de la vida para él es el placer de vivir. Como se dirá después, él conoce al pobre que está ante su puerta. Pero no se dice que haga algo por él. Vive para sí y para su placer.
Al pobre le ha tocado un duro destino. No sólo carece de medios, sino que además está enfermo. No puede andar por las calles mendigando el propio sustento; por su debilidad, tiene que limitarse a estar tendido en el portal del rico. Su cuerpo no está cubierto de vestidos elegantes, sino de llagas. Tiene hambre y quiere saciarse con los restos de la mesa del rico. Su compañía no es otra que la de los perros, que viven de las sobras y que son impuros. Hambriento y enfermo, yace entre la suciedad de la calle, llevando una existencia mísera hasta el extremo.
Ante la muerte, el rico y el pobre son iguales. A ambos les llega. En este momento, sin embargo, sus destinos se invierten. Lázaro es llevado al seno de Abraham. Con la imagen del banquete festivo se describe la plenitud y la alegría de esta vida en el más allá. Lázaro que yacía entre la suciedad de la calle y que tenía a los perros como compañeros, recibe un puesto de honor junto a Abraham, en comunión cordial y confiada con él. El rico que vestía con finura y lujo, ahora se ve rodeado del fuego, teniendo que sufrir grandes tormentos. Él, que tenía a su disposición sabrosos alimentos y bebidas a placer, ahora pide una gota de agua. En la vida terrena, Lázaro hambriento había pedido los restos de la mesa del rico y no les había recibido. Ahora pide el rico una gota de agua de la punta del dedo de Lázaro y no puede recibirla. En la vida terrena ha conocido y se ha preocupado sólo del placer, de la comodidad, del lujo y de los caprichos. Pero el modo en que ha empleado la riqueza y ha consumido la vida le ha reducido a una condición en que sufre dolor y tormento, nostalgia y deseo insaciable; le ha excluido de la comunión con Abraham y con Dios.
El rico reconoce que el género de vida practicado sobre la tierra es el que le ha conducido a esta situación. Quería por ello que a sus hermanos se les advirtiera que cambiaran de vida para evitar así su mismo destino, lleno de tormentos. Abraham le responde: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen». Por medio de ellos, Dios ha comunicado su voluntad, ha dado las normas para una vida justa, que conduce a la meta. En esas normas se pone expresamente de relieve la responsabilidad social en relación con los pobres. El rico ha hecho caso omiso de la voluntad de Dios, no se ha interesado por Dios, ha buscado sólo su propio bienestar y su propio placer. Por esto no ha alcanzado la meta. Para escuchar la voluntad de Dios es preciso tener un corazón dispuesto y abierto. Si el corazón está cegado y endurecido por el egoísmo y no se interesa por Dios y por el prójimo, entonces hasta los milagros y los mensajeros desde el más allá resultan inútiles.
Está claro que el hombre rico no se condenó por las riquezas que poseía, sino por no haber escuchado la voluntad de Dios, que nos pide hacer buen uso de los bienes materiales y espirituales que Él nos ha dado, compartiéndolos generosamente con nuestros semejantes, especialmente con los que menos tienen. Hoy en nuestro mundo hay tanta desigualdad económica, social, cultural, es decir, hay tantos países que son como el rico epulón, y también hay tantas naciones que viven en la miseria como Lázaro. Este panorama cambiará el día que escuchemos a Dios y hagamos su voluntad: amar a nuestros hermanos, compartiendo nuestros bienes con ellos. Así tendremos asegurado nuestro lugar en compañía de todos los santos.