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El origen de la misión en el decreto Ad gentes

«La Iglesia peregrina es, por su naturaleza, misionera, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el propósito de Dios Padre» AG 2.

Esta afirmación es fruto del Concilio Vaticano II, sin embargo, es un recordatorio que constantemente todos los miembros de la Iglesia debemos hacernos, debido a que no ha arraigado lo suficiente en los bautizados, pensamos que les compete sólo a algunos vivir la misión. La misión nos involucra a todos, todo y siempre, pero ¿Cómo se origina la misión en el propósito universal de Dios?

El plan de salvación del género humano no se realiza solamente de un modo secreto en el alma de los hombres o por los esfuerzos, incluso de tipo religioso, con los que los hombres buscan de muchas maneras a Dios; sino que, para establecer la comunión con Él y una fraterna sociedad entre los hombres pecadores, envió a su Hijo quien dispuesto a entrar en la historia humana de modo nuevo y definitivo. Fue enviado al mundo como el Mediador entre Dios y los hombres, constituido Cabeza de la humanidad regenerada, lleno de gracia y de verdad. 

El Hijo del hombre, no vino a ser servido, sino a servir y dar la vida en redención de muchos, Él mismo lo expresó diciendo: «el Espíritu del Señor está sobre mí; por ello me ungió y me envió a evangelizar a los pobres, a sanar a los contritos de corazón, a predicar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la recuperación de la vista» (Lc 18, 19). Este anuncio y presencia del Reino que se ha hecho rostro y persona en Jesús debe ser proclamado y difundido hasta los últimos confines de la tierra (Mt 28, 16ss).

Para esto, por un lado, el mismo Señor Jesús, antes de dar voluntariamente su vida para salvar al mundo, organizó de tal manera el ministerio apostólico y prometió enviar el Espíritu Santo que unifica en la comunión, en el ministerio y provee de diversos dones jerárquicos y carismáticos a toda la Iglesia a través de todos los tiempos, vivificando, a la manera del alma, las instituciones eclesiásticas e infundiendo en el corazón de los fieles el mismo espíritu de misión que impulsó a Cristo. Él envió de parte del Padre al Espíritu Santo, para que llevara a cabo interiormente la obra salvífica e impulsara a la Iglesia a extenderse. El día de Pentecostés descendió sobre los discípulos para permanecer en ellos para siempre y aunado a esto, comenzó la difusión del evangelio por la predicación. 

Además, el Señor, una vez que hubo completado en sí con su muerte y resurrección los misterios de nuestra salvación y la restauración de todas las cosas, habiendo recibido toda potestad en el cielo y en la tierra antes de acceder a los cielos, fundó su Iglesia como sacramento de salvación y envió a los apóstoles al mundo entero, como también Él había sido enviado por el Padre, mandándoles: de aquí proviene el deber de la Iglesia de propagar la fe y la salvación de «Id, pues, enseñen a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo los he mandado. Id por el mundo entero a predicar el Evangelio a toda criatura» (Mt 28, 16ss).

 La misión, pues, de la Iglesia se cumple por la operación con la que, obediente al mandato de Cristo y movida por la gracia y caridad del Espíritu Santo, se hace presente en acto pleno a todos los hombres o pueblos para llevarlos, con el ejemplo de su vida y predicación, con los sacramentos y los demás medios de gracia a la fe, a libertad y la paz de Cristo, de suerte que se les descubra el camino libre y seguro para participar plenamente en el misterio de Cristo. 

Como esta misión continúa y desarrolla en el decurso de la historia la misión del propio Cristo que fue enviado a evangelizar a los pobres, la Iglesia, a impulso del Espíritu Santo, debe caminar por el mismo sendero que Cristo; es decir, por el sendero de la pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación propia hasta la muerte, de la que surgió victorioso por su resurrección.