La tierra de misión no es áfrica, ni Chiapas, ni China, sino todo aquél que no conoce a Cristo
Hoy, la Iglesia celebra el domingo mundial de las misiones. Pero ¿qué son las misiones? ¿Qué y quién es un misionero?
Para ser un misionero no se necesita ir a áfrica o a otra parte pobre del mundo donde no se conoce a Dios. La realidad hoy es que los que no conocen a Cristo los tenemos también cerca de nosotros. Porque conocer a Cristo sólo de nombre no es conocerlo realmente. Incluso puede suceder que cumplamos nuestros deberes cristianos como ir a misa, o rezar el rosario, pero conocer a Cristo es algo más profundo. Entonces la misión está más cerca que nunca ¿y Qué hacemos por ellos?
La Iglesia es esencialmente misionera: Con el hecho de pertenecer a la Iglesia automáticamente eres misionero, ya que Jesús, la quiso así, lanzada «mar adentro», ese mar donde viven todas las gentes del mundo. Dice hoy el Evangelio: «Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas… y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado». Para enseñar primero hay que ser enseñado; para bautizar, primero hay que tener fe, sin titubear ni dudar ni mucho menos tener miedo. «Bautizar» no es nada más un hecho administrativo, sino la nueva vinculación que se establece entre el bautizado y cada una de las tres Personas de la Santísima Trinidad, cambiándole la «identidad».
La misión de «enseñar», a su vez, significa predicar con la boca y con el ejemplo, con el consejo pero también con la vida, es decir, «testimoniar» la nueva realidad del Reino de Cristo a través de la vida misma.
Ser misionero significa: primero, llenarte del Espíritu santo, como los apóstoles, después fortalecerte con la oración; luego salir de la estrechez del Cenáculo y comenzar la misión, poniéndose en camino para extender el reinado de Dios y hacer discípulas a todas las naciones. La orden recibida es un imperativo para poner mano a la obra. Todos nuestros grupos, parroquias y movimientos eclesiales, deberían escuchar con entusiasmo este mandamiento del envío y ponerlo en práctica. No quedarse en ser discípulos, sino que el objetivo es ser apóstoles, buenos apóstoles. Jesús envía a sus apóstoles por todos los rincones de la tierra, es decir, en todos los rincones del pueblo, en todos los rincones de la ciudad, en todos los rincones de la vida, incluso en los rincones de la violencia y la inseguridad. «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo». Esto significa que Dios promete ser una ayuda constante y soberana, otorgada a los mensajeros de Cristo en el mundo, que complementa perfectamente ese servicio amoroso de salvación que Él había ofrecido ya a lo largo de toda su vida.
Ser misionero pues no significa tener que ir a áfrica o a otra parte del mundo lejana. Ya que los que no conocen a Dios nos los topamos todos los días, en las calles, en los indiferentes, en los agnósticos, en los que no se comprometen en nada. Las tierras de misión pues, están alrededor de nosotros, como alrededor está también Dios para sostenernos y ayudarnos. Las tierras de misión son más violentas e inseguras, pero precisamente a eso ha venido Jesús: a traer la guerra, no la paz. La guerra contra la ignorancia, la guerra contra la indiferencia, la guerra contra todo lo que no es paz.