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II DOMINGO CUARESMA

“Este es mi Hijo amado, escúchenlo”

Con estas palabras, Dios Padre entregaba a Jesús como su único y definitivo Maestro a la humanidad. Este imperativo “escúchenlo”estácargado de toda la autoridad de Dios; pero, asimismo de todo el amor de Dios para con el hombre. La lectura evangélica de este domingo de cuaresma es siempre la Transfiguración, una escena teofánica que responde a la pregunta: ¿Quién es Jesús? En el episodio anterior, la profesión de fe de Pedro (Mc 8,27-9,1), Jesús habla de pasión y ahora, en cambio, le encontramos en una situación de gloria, una especie de preludio pascual. 

El escenario es “una montaña alta”, lugar donde tradicionalmente Dios se revela al ser humano. Hay tres discípulos en la montaña, los necesarios para que según la Ley puedan dar testimonio. Son Pedro, Santiago y Juan. Representan a todos los discípulos que han subido con Jesús a la montaña de la revelación. Entonces Jesús “se transfiguró”. No es un ser misterioso ni un ángel alejado de la tierra. Es el mismo Jesús que sigue caminando hacia la muerte pero iluminado por la gloria de Dios que brilla en su rostro y en sus vestidos. Con él aparecen Moisés y Elías, representantes de la Ley y la profecía respectivamente, representantes verdaderos de Israel. Es decir, a Jesús lo acompañan dos precursores que ofrecen testimonio y abren un camino de esperanza, tal como lo hicieron Isaías y el Bautista en Mc 1,1-11. 

La reacción de los discípulos es insólita e ingenua a la vez: quieren hacer tres tiendas y quedarse allípara siempre. Expresan un deseo imposible, el deseo de permanecer en la gloria y evitar el sufrimiento. De pronto, la voz de Dios les despierta y le hacer volver a la realidad, invitándoles a escuchar y a seguir a Jesús en el camino de la cruz: “Este es mi Hijo amado, escúchenlo”. Escuchar a Jesús, en efecto, no es sólo un deber y una obediencia, sino también una gracia, un privilegio, un don. Él es la verdad: siguiéndole, no podremos equivocarnos; es el amor: no busca más que nuestra felicidad. La palabra  “escúchenlo”  evidentemente no estásólo dirigida a los tres discípulos, que estaban en el Tabor, sino a los discípulos de Cristo de todos los tiempos. Entonces, hoy, en nuestros días ¿dónde habla Jesús para poderlo escuchar? 

Jesús nos habla, ante todo, a través de nuestra conciencia, a través de su Palabra (el Evangelio), por medio de personas y acontecimientos y, el lugar ordinario en donde Él nos habla hoy es precisamente la Iglesia. Para poder escucharlo es necesario estar con un corazón bien dispuesto, vivir en el silencio interior, tener humildad y sobre todo mucha fe. Es tiempo de cuaresma, abramos los oídos del alma para poder escuchar la voz del Padre, y hacer lo que Jesús nos mande. 

El evangelio de hoy nos ha puesto delante con toda su majestad a Cristo como Maestro de la Iglesia y de la humanidad. Descendamos también nosotros de nuestro pequeño Tabor llevando en el corazón el eco fuerte de aquella invitación del Padre: “Éste es mi Hijo amado, escúchenlo”. 

En este momento se desvanece la ilusión de un mesianismo temporal, terreno y triunfalista. El misterio pascual se vislumbra en el horizonte. Por eso, Jesús les dice: “No cuenten a nadie lo que han visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos”. Ellos no entendieron las palabras de Jesús, no entendieron que lo que habían visto era un signo profético de su resurrección. Sin duda, lo entendieron más tarde.