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III DOMINGO DE CUARESMA

Y si ustedes no se convierten perecerán de manera semejante. Lc. 13,3. Estamos ya en el tercer domingo de este recorrido que junto con Jesús hicimos desde el Miércoles de Ceniza, en camino, con esperanza, haciéndonos instruir por Jesús y no tener miedo de llegar al calvario y experimentar con gozo la vida nueva.

Así con esta determinación la liturgia de este domingo nos hace de nuevo un fuerte llamado a la conversión, confiando en la gran misericordia de Dios mostrada en Jesucristo. Dejándonos llevar por la reflexión en los acontecimientos que surgen en ocasiones de manera trágica e injusta. Que es solo así, leyéndolos descubriremos la llamada de Dios, que siempre nos llama a dar esos frutos que no siempre y de forma consciente damos.

Hoy también ante los acontecimientos que nos narra el Evangelio de dos tragedias que ciertamente estaban muy presentes en el pueblo; comentarios que surgen de los mismos que escuchan a Jesús. Ante ellos Jesús, releyéndolos les dice que si no se convierten morirán de manera semejante. No porque a Jesús no le interesen, sino porque a raíz de ellos tienen que descubrir un fuerte llamado de manera profunda a la conversión. No es que Jesús sea insensible y que casi no le interesen o muestre cierta justificación. Le duelen y por lo mismo los invita a ver más allá de ellos mismos y descubrir la oportunidad de un cambio. Y que en relación a los acontecimientos de injusticia remarcados por todos, Dios no se muestra vengativo y justiciero, sino misericordioso y que aquellos que se vuelven señaladores de tales acontecimientos no son más justos o que los que murieron fueron más pecadores y por tanto merecedores de castigo.

Por encima de esto Jesús los llama a convertirse. De hecho en la lectura del éxodo en que se nos ha narrado la manifestación de Dios a Moisés en el desierto, manifiesta el deseo grande de Dios de liberar a su pueblo. Un pueblo que sufre injusticias y penalidades. No por esto es el más pecador entre todos los pueblos. Pero si también no se decidiera a escuchar la voz de Dios que le llama, jamás saldría de su penuria. No bastaría con lamentarse de las injusticias, los atropellos y de sentirse un pueblo hasta olvidado de Dios si no se decide a cambiar de mentalidad y creer en lo que Dios le promete. Aquí Moisés les hace visible un Dios que desea su bienestar, su liberación en todo sentido. Lo llama así nuevamente a convertirse a él. A ser el pueblo de su propiedad, un pueblo libre.

Es así Moisés el ejemplo de conversión. Porque escucha y se deja llenar por Dios. Y se convierte en el portavoz de Dios, el que se deja guiar por Dios con un corazón bueno. Y todo lo que le sucede sabe leerlos como signos de Dios para cambiar. Así para el pueblo ha llegado el momento de un cambio profundo, desde el corazón, no solo libertad externa sino esa libertad que se experimenta desde lo más profundo del ser de la persona. Por eso en este camino de la cuaresma es una nueva llamada, casi con urgencia a la conversión. Pudiéramos aún estar como los hombres del Evangelio, preocupados y hasta asustados por tantos acontecimientos tristes, que nos hacen hasta perder la esperanza, o que en ocasiones hasta dudar de que Dios actúe para bien de los que ama. Y Jesús con el ejemplo de la higuera, nos devuelve el sentido profundo con el que hay que leer los acontecimientos.

Dios sigue siendo benévolo, misericordioso, compasivo. El Dios cercano, que se fija en los hombres y que también desea salvarlos. Y que mejor respuesta que Cristo, que asume nuestra condición humana y es Él mismo el que nos revela el plan amoroso de Dios, tan cercano es Dios que Jesús nuestro hermano nos habla de ese cariño y deseo de Dios de ser de Él. Por eso el mal en el mundo se vencerá en la medida que nosotros mismos cambiemos de conducta, de mentalidad. No solo nos toca señalar las injusticias y lamentarnos. Más que solo señalar y apuntar con el dedo, tener voluntad en trabajar nuestra vida desde Dios. Nos toca sentirnos hombres y mujeres necesitados de Dios para ir cambiando la forma de ver de nuestro mundo. Como católicos y a la luz de Dios, nos toca ser personas en conversión constante.

Confiar más en la presencia de Dios y poner al servicio de los demás mis experiencias de fe en las que he aprendido a escuchar a Jesús. Que nos sirva pues el ejemplo de la Higuera de la cual nos habla Jesús en el Evangelio, que en el fondo no es sino que ante la presencia de Dios que busca fe intensa, frutos buenos, obras buenas, tengamos el deseo de cambiar. Es una nueva oportunidad. No tener miedo de llegar al fondo de las cosas que tengo como persona, que reconocer lo nuestro aunque nos cale, que lleguemos verdaderamente a las raíces de nuestros males, que decidamos volver a Él y dar buenos frutos, donde al visitarnos Dios, los encuentre.

Que vayamos reflexionando con toda sinceridad nuestras conductas que en muchas ocasiones de esconden o se disfrazan de vida aparentemente correcta y muy santa. Saber que no es por el miedo, el castigo, el temor por el que Dios se hace presente, sino por el amor, la misericordia y el perdón. Tengamos pues acciones de vida convertida y comprometida: aliviemos mas el sufrimiento de los demás desde nuestra experiencia de fe; colaboremos mas en el bien por y con los demás; mostrando fortaleza y compromiso en los acontecimientos trágicos que vive nuestra sociedad; no solo lamentarnos por lo malo sino combatiéndolo con el bien; ser con decisión presencia de Dios en nuestra sociedad. Que todo acontecimiento más que verlo como castigo y sentirnos sin fuerzas para enfrentarlo, sea una oportunidad para ser un hombre, una mujer con una fe fuerte y un deseo constante de conversión. Que El Espíritu Santo los llene de sabiduría para vivir esta Cuaresma.