“Conviértanse, porque ya está cerca el reino de los cielos”
En ocasiones pensamos que la conversión es una palabra o un mensaje que se nos dirige sólo en el tiempo de cuaresma. Pero lo cierto es que, al escuchar el Evangelio de hoy, nos damos cuenta de que es un mensaje central de la Predicación de Jesús y por tanto, lo debe ser en nuestra espiritualidad cotidiana. Para recibir el Reino de los cielos, en expresión de san Mateo, Jesús nos pide, casi nos exige, un profundo cambio de vida, un corazón nuevo, una renovación constante, cambio que no se dará de una vez para siempre, sino que es una tarea de todos los días.
Jesús es el catequista del Reino, con su vida sus obras, sus palabras y gestos, nos viene a traer la salvación y el amor de Dios nuestro Padre. Con el encarcelamiento de Juan Bautista, podemos decir que se cierra un ciclo de preparación para la llegada del Mesías y comienza ya desde ahora para todos, esa salvación operante en Jesús. Le toca al hombre de cada época, de cada momento histórico abrir el corazón a esa salvación y en cuanto ser libre, asumir en la vida esa salvación traída por Jesús, encarnar esa salvación en todo lo que realiza.
Recibir el Reino de los cielos es recibir una gran luz, como nos dice la primera lectura, una luz que no se circunscribe solamente a tierra de Israel, sino que va más allá, es la luz de Dios, que no se puede atrapar o encerrar en un lugar determinado, sino que irradia, es el amor de Dios, incluso por los paganos, por los que no conocen al Dios de Israel, porque éste pueblo, como la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, está llamado a ser, “luz de las naciones”.
Otra enseñanza de la Sagrada Escritura es cómo el recibir esa luz da alegría, da sentido a la existencia, produce esperanza, produce, vida, paz. Es la intervención de Dios en medio de los pueblos que se ven humillados por los poderosos. Es un oráculo mesiánico de salvación, esas tribus del norte de Israel, sometidos al pillaje, puntos estratégicos donde los grandes imperios se disputaban el poder, allí con los más débiles y marginado se hace presente esa intervención de Dios.
En la misión de Jesús está el deseo de Dios de “salvar a todos los hombres y llevarlos al conocimiento de la verdad”. Jesús va más allá de la tierra de Israel, para simbolizar que el Reino de los Cielos es universal, todos están llamados a través de Jesús a pertenecer a él, por lo tanto no es exclusivo de un pueblo.
Por otro lado, después de haber celebrado la semana de oración por la unidad de los cristianos, san Pablo nos sigue exhortando a mantener la unidad, y esto también es consecuencia de haber recibido el Anuncio del Reino de Dios, en la comunidad de Corinto, pero aplicado también a todos los que hemos sido llamados a ser cristianos, a conservar la unidad, la concordia y a evitar las divisiones. Justamente, este fue el tema que se propuso para la semana de oración por la unidad de los cristianos para este año. Una tarea de toda la vida, que supone apertura, madurez espiritual y sobre toda gracia de Dios, un ideal que parece inalcanzable, viendo tanta división en los cristianos, pero una empresa a la cual jamás debemos renunciar.
La otra parte del Evangelio es consecuencia de la primera. Para que llegue a todos el anuncio del Reino de los Cielos, se necesita quien lo predique. Es por ello que Jesús llama e invita a los discípulos a ser parte de este proyecto de Dios para la humanidad y en el aquí y ahora de nuestra historia, de nuestra fe cristiana, no llama a cada uno de nosotros a ser heraldos de ese reino de Dios, desde la firmeza de nuestra fe, con alegría, con espíritu de servicio, con amor.
La pregunta es, ¿dónde? Comenzando por el lugar u ocupación donde Dios nos ha puesto, en la familia en el trabajo, en todos los ámbitos de la vida. Es allí donde nosotros estamos llamados a ser también con Jesús heraldos del Reino de Dios, con nuestro testimonio y compromiso de cada día.