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JUEVES SANTO: LA CENA DEL SEÑOR

«Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan»

Con esta hermosa celebración eucarística iniciamos el Triduo pascual, días de gracia para contemplar, vivir y celebrar el Misterio de Cristo, que nos dio vida nueva. Es esta una celebración muy especial, Jesús está en la víspera de su muerte, casi en la cima de su éxodo personal y definitivo, terminando su camino hacia el Padre; y como un acto de predilección hacia los suyos, celebra en medio de una gran confianza e intimidad, la Última Cena.

El amor de Jesús al hombre se ha demostrado en su vida, pero va a resplandecer en su muerte, es un amor que no cesa, que no se desmiente ni se escatima. Y sólo el amor explica el gesto maravilloso y desconcertante, que realiza Jesús: lavar los pies a sus discípulos. Jesús tiene plena conciencia de la misión que el Padre le ha confiado, sabe que de él depende la salvación de la humanidad, el éxito del designio creador de Dios. Con el lavado de los pies va a mostrar cómo se lleva a término la obra del Padre. Jesús vive ya “su hora”, y es precisamente esta conciencia lo que lo lleva a significar su muerte con el lavado de los pies y a aceptarla con la traición de Judas. Quiere salvar al hombre y el deseo de darle vida lo lleva a entregarse.

Jesús es consciente de tenerlo todo en su mano, empezando por su propia vida; al estar en relación son “la hora” la acción que realiza es expresión de su última voluntad y adquiere por ello carácter fundacional, es decir, Jesús está fundando su nueva comunidad, el nuevo Israel, el nuevo pueblo elegido, que brota de la nueva y definitiva alianza y que encuentra su origen en el amor “hasta el extremo” de Jesús. Jesús es plenamente libre y sabe que con cada palabra y gesto suyo se está cumpliendo el plan amoroso del Padre.

Al lavar los píes a sus discípulos Jesús deja un legado, una herencia, que debe quedar para siempre en la mente y en el corazón, esta última acción de Jesús, es la norma de la nueva comunidad, es el signo del amor. Jesús se despoja del manto, se despoja de su vida,  y se ciñe un paño o delantal, propio del que sirve. Con esta acción Jesús nos está enseñando cuál debe ser nuestra actitud, pues no se trata de un gesto cualquiera.  Jesús no pide ayuda, él mismo va ejecutando cada una de las acciones preparatorias al trabajo servil. Se pone a lavar los pies de los discípulos, no se indica quien es el primero ni cuál va a ser el último, pues en esta nueva comunidad no hay orden de precedencia, la igualdad y la libertad, fruto del amor, serán la norma de vida.

El delantal ceñido es signo de que esta actitud de servicio es definitiva, de hecho el evangelio no dice que lo deje al final del lavatorio, sino que simplemente volvió a tomar su manto. El servicio se convierte en un atributo permanente de Jesús, su amor-servicio no cesará con su muerte, por eso su costado, del que brota el Espíritu, quedará abierto.

Este es el testamento de Jesús, pero no es legado casi inconsciente de un moribundo, sino la enseñanza de un hombre, que libre y amorosamente cumple la voluntad del Padre. Este amor-servicio es el fundamento de la nueva comunidad de discípulos, de los “suyos”, los que le pertenecen. Nosotros tenemos que imitarlo, pues lo que acaba de hacer no es un gesto transitorio, sino una norma válida para todo tiempo. Es un servicio que nadie impone, no nace del sentido del deber, sino de la espontaneidad del amor, comunicado por el Espíritu.