La alegría es una emoción, un sentimiento que reanima nuestra alma y nuestro espíritu, que nos impulsa a seguir siempre adelante. Algunos dirán que la alegría proviene de las cosas que se tienen, de ahí que busquemos siempre lo último en tecnología, ropa de marca o muchas otras cosas que solo traen una alegría y una satisfacción, pero pasajera, ya que siempre va a haber algo nuevo y mucho mejor que lo adquirido anteriormente.
Por esto es que todos debemos buscar una alegría auténtica que nos llene plenamente y que no se agote a pesar de las diferentes circunstancias que podamos enfrentar a lo largo de la vida. Pero ¿Existe la alegría auténtica? ¿Dónde buscar esa alegría inagotable? ¿Cómo la consigo?
Todos y cada uno de nosotros alguna vez hemos sentido la alegría que da al sentirnos parte de algo muy especial, tal es el caso de cuando nos eligen para formar parte de algún equipo deportivo o cuando seleccionan a algunas personas para realizar una tarea muy importante, o tantas otras experiencias en las que hemos experimentado esa alegría de sentirnos llamados a ser parte importante de algo.
La alegría nace del encuentro con los demás, del sentirse aceptado, comprendido y amado por los demás, pero sobre todo sentirse llamado y amado por Dios, de ahí nace la verdadera alegría, de saber que Dios nos dice: Tú eres importante para mí.
Dios quiere que nosotros seamos felices y es por esto que en un primer momento Dios nos llama a la vida, a la existencia; ya que el hombre viene a la vida por el motivo de que es amado, pensado y querido, porque “Desde antes de formarte en el vientre de tu madre, te conocía” (Jr 1,5).
Toda vocación tiene como fundamento el llamado de Dios, y nadie queda exento de esto. Precisamente, la vocación humana es la invitación personal a realizar el proyecto de Dios, dentro del cual el hombre encuentra su plenitud y su auténtica alegría y felicidad.
Aunque debemos saber que Dios también nos hace la invitación a ser santos, a ser auténticos hijos de él; este llamado ha comenzado desde el día en que por medio del bautismo hemos sido incorporados a la Iglesia de Cristo y nos invita a configurarnos plenamente a él, esta vocación se le llama vocación cristiana.
Y existe un tercer camino por el cual Dios nos conduce a la felicidad, que es la vocación específica. Este camino es propio y personal por el cual Dios nos llama a un estado de vida donde hacemos uso de nuestras cualidades y virtudes, ya sea por medio del matrimonio, que es el más común, la soltería o el sacerdocio.
No debemos olvidar que para vivir plenamente nuestra vocación debemos estar atentos a la voz de Dios que nos habla a través de la voz de los demás, nuestra conciencia, la naturaleza, pero sobre todo, él nos habla en la oración. Cualquiera que sea nuestra decisión Dios respeta nuestra libertad de elegir ser felices o no. Por esto es que descubrir y elegir nuestra vocación es don maravilloso que Dios nos da por el hecho de ser sus hijos. Así que no hay motivos para estar tristes; buscar, descubrir y vivir plenamente donde Dios nos ha puesto es nuestra misión y vocación.