El Credo, también llamado “símbolo de nuestra fe”, está constituido por doce artículos, mismos que profesamos cada domingo en la Santa Misa. En esta profesión reconocemos que “Jesucristo subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre”, este acontecimiento es una verdad de fe revelada en la Sagrada Escritura: Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, los bendijo. Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, los discípulos, después de postrarse ante Él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios. (Lc. 24, 50-53).
Este hecho, lejos de provocarnos tristeza, es causa de alegría para todos los cristianos que esperamos el encuentro definitivo con Dios, pues Cristo después de habernos tomado consigo por medio de su encarnación, de habernos revelado al Padre y de habernos salvado con su muerte y resurrección, ahora se adelanta lleno de gloria, para prepararnos un lugar en el cielo y para interceder continuamente ante Dios Padre por todos nosotros. Lo dice ya el Evangelio: “se regresaron a Jerusalén con gran gozo…”. Además como el mismo Jesús nos los dijo: me voy para enviarles la promesa de mi Padre, el Espíritu Santo. (Lc. 24, 49). De este modo se cumplieron todas las promesas de Dios hechas por los profetas así como todos los anuncios del mismo Jesús, mientras se encontraba con sus discípulos.
Esta solemnidad de la Ascención del Señor a los cielos, que celebraremos el 9 de mayo es una buena oportunidad para poner los ojos en el cielo, ahí donde Dios Nuestro Señor reina. Olvidarnos de las cosas materiales que nos impiden ver nuestro fin último. Es necesario mirar con los ojos de la fe y vivir de acuerdo a las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo para poder gozar de su presencia eternamente allá en el cielo, donde nos reuniremos y alcanzaremos la felicidad plena.
Por otra parte, al celebrar esta solemnidad, nos preparamos a recibir verdaderamente el Espíritu del consuelo, fortaleza, paz que cuanto hace falta en nuestros días, en medio de este ambiente lleno de ruidos, de inseguridades y de intranquilidad, tan ajetreado por las mil preocupaciones que cargamos a diario. La paz, el consuelo, la esperanza, el amor y la fe viene únicamente de Dios y Él se los concede a quien lo acoge en su vida diaria.
¡Señor, que nuestros ojos estén siempre puestos en tu reino de amor y de paz!