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La búsqueda de la Verdad en el capítulo III de ‘Fides et Ratio’

Introducción

Verdad, es una palabra, que hemos convertido en un cliché. Su valor conceptual se ha reducido muchísimo, ya que, afirmamos como verdad muchas falsedades, sea en el campo filosófico, científico, teológico, en la vida diaria. Sin duda esto ha influido fuertemente para la pérdida de identidad de lo verdadero. Pero pese a esta dura situación aún quedan hombres movidos a buscar la verdad.

La verdad es una, y no puede haber más verdades. Existen facetas de verdad. El hombre en su afán de ser más pleno, siempre tiene ansia de verdad, por ello siempre está en constante búsqueda de la verdad.

El objeto de este pequeño trabajo es retomar la doctrina de la encíclica Fides et Ratio, con respecto a la búsqueda de la verdad. Por ello, en sus lacónicas líneas se pretende trazar un itinerario, que fundamente la búsqueda para llegar a la verdad y tener certeza de la Verdad.


1. Deseo de verdad en el hombre

El hombre ha sido calificado de muchas maneras de acuerdo a las dimensiones, que lo componen. Una de ellas es la religiosa, por tanto, el hombre es religioso por naturaleza. Este rasgo esencial lo lleva a buscar la trascendencia, más aún, lo lleva a confiar en un Ser superior. El hombre no puede estar sin este anhelo de trascendencia, pues «en lo más profundo del corazón del hombre está el deseo y la nostalgia de Dios»

[1]. Entonces el ser humano siempre tiene la potencialidad de conocer y llegar a Dios para sentirse colmado, ya que, nuestro corazón inquieto está hasta que descanse en Dios[2].

El ser humano es un ser pensante por naturaleza. Es por ello, que indaga siempre sobre lo que lo trasciende. Al buscar esas realidades trascendentes encuentra su propia trascendencia, es decir, se da cuenta que hay algo suprasensible, y es a lo que tiende.

En lo más profundo del hombre, sin importar cultura, religión, condición social, existe un deseo, un vacío que busca llenar. Es el deseo de entrar en relación con la divinidad, tener contacto con lo supranatural. Ya en la antigüedad se notaba esta actitud; nos damos cuenta que aun en los pueblos politeístas se dejaba abierta la posibilidad de creer en un solo Dios (Cfr. Hech 17, 16-34).

La mente, por mente entendemos intelecto, lo que los medievales designaban con el término mens, el cual equivale a inteligencia. Con este término diferenciaban el intelecto del espíritu; del hombre no se contenta con saber que pasan las cosas, sino que busca el quid de los fenómenos, se interesa por indagar el núcleo de las cosas. Ir a la raíz y no andar por las ramas. Es por, ello que el hombre se pregunta por lo verdadero y lo falso. Dios le dio al hombre la razón para que indagara en las cosas creadas. Así, «el hombre es el único ser en toda la creación visible que no sólo es capaz de saber, sino que sabe también que sabe, y por eso se interesa por la verdad real de lo que se le presenta»[3].

La verdad interpela a todo hombre. Pues el objetivo que persigue el intelecto es descubrir lo verdadero, por tanto, la verdad está presente en toda nuestra vida. Ciertamente, se presenta de muchas maneras y bajo circunstancias diferentes, pero ningún hombre es ajeno a buscar la verdad, que es el motor de la actividad intelectual del hombre.

La persona siempre está en vías de crecimiento y perfección. El origen de seguir adelante en el perfeccionamiento es el deseo de verdad que existe en lo más profundo del hombre. En especial, cuando la verdad nos lleva a un nivel superior de felicidad.

El deseo de verdad es el que ha llevado al hombre a emprender una búsqueda, por encontrar lo que es verdadero. Sin duda ese fue el origen de la filosofía y de todas las demás ciencias. Pues ellas buscan la esencia de las cosas, que en último término no es otra cosa, que saber qué son las cosas en realidad.

Sin embargo, para los hombres de fe, como lo somos los cristianos, la verdad no se queda en una simple adecuación, esto teniendo en cuanta la definición de la filosofía aristotélico-tomista, ya que, define la verdad como adecuación del intelecto con la realidad, ni en una comprobación de teorías, mucho menos en un consenso mayoritario, sino que va más allá. De una operación intelectual pasa a una persona, la cual es la Verdad. El creyente no busca qué es la verdad, sino quién es la Verdad.

El deseo de verdad más auténtico en el hombre no es conocer o alcanzar una verdad científica, racional, etc. sino encontrar a la Persona que es la Verdad. Y cuando entendemos esto nos definimos a nosotros mismos como «aquél que busca la verdad»[4].


2. Búsqueda de la verdad

Si bien ya de clarificó que el hombre en su interior desea alcanzar la verdad, lo cual lo convierte en un buscador incansable. Sin duda lo es, pero es necesario reconocer que no siempre la búsqueda de la verdad se presenta con facilidad, evidencia y claridad.

El hombre busca la verdad, pues encontrándola se perfecciona y se va configurando con el ideal que la misma verdad le exige. Las exigencias presentadas por la verdad han llevado a muchos hombres a desistir en la búsqueda. El itinerario de búsqueda es muy difícil y largo, empero la satisfacción que se tiene al final no tiene comparación.

La duda, muchas veces, nos invita a claudicar, pues vemos que la búsqueda de la verdad es infructuosa e inútil, sin embargo la certeza plena que nos da el saber que la Verdad plena está al final de camino nos ayuda a seguir avante.

Nuestro camino de búsqueda inicia en lo más cercano a nosotros, es más en nosotros mismos. Es una búsqueda que nos lleva a un autoconocimiento profundo y sincero. En el hombre «la capacidad misma de buscar la verdad y de plantear preguntas implica ya una primera respuesta»[5]. Porque, el hombre es un misterio en sí mismo, que busca desentrañar buscando la verdad, por eso, se pregunta por sí mismo, por su mundo y por su finalidad.

La vida humana tiene más sentido cuando se comparte, y qué mejor cuando este compartir parte de un mismo punto: la búsqueda por la verdad. Tal búsqueda «ha convocado y sigue convocando a la humanidad en un esfuerzo común que, junto con la universalidad de la fe cristiana, se ha revelado el más idóneo para asegurar la unidad esencial del ser humano en el horizonte de la diversidad cultural e histórica que recoge todas las formas de los humano»[6].

La verdad cuando más cerca parece más difícil se presenta acceder a ella, pues para entrar en contacto con la verdad tenemos que estar purificados y con nuestros principios bien cimentados. Pues, si éstos son frágiles toda nuestra búsqueda se convierte en un gastar el tiempo. Pero rara vez acontece así, ya que, el fundamento de la búsqueda es el hombre mismo, debido a que «la sed de la verdad está tan radicada en el corazón del hombre que tener que prescindir de ella comprometería la existencia» [7].

La búsqueda de la verdad es progresiva, por ello, el hombre siempre tiene que ir ascendiendo en las verdades, que nos son verdades diferentes, una sola es la verdad. Lo que pasa es que hay diferentes facetas. Aquí es necesario dar un vistazo  a lo que nos enseña la encíclica Fides et Ratio.

De manera sintética, lo que nos enseña la encíclica Fides et Ratio acerca del proceso de búsqueda de la verdad es: en primer lugar encontramos las verdades positivas o verificables, las cuales nos ponen la base para ascender y llegar a las verdades de orden filosófico, ellas fruto de muchas reflexiones, estas dos facetas nos proyectan a las verdades religiosas.

Este es el proceso para llegar al conocimiento de la verdad, que plenifica. Pues de las verdades materiales, se pasa a las abstractas, y al final no está ya una verdad más, sino quien es la Verdad. Se deja de lado la adecuación y se entra en contacto con la Persona, que es Jesús (Cfr. Jn 14, 6) Es hasta este punto al que nos debe conducir la búsqueda de la verdad.


3. Cristo: la verdad plena

La vida si no se comparte no tiene sentido y se corre el peligro de morir en vida. Por eso el Papa nos recuerda que «el hombre no ha sido creado para vivir solo. Nace y crece en una familia para insertarse más tarde con su trabajo en la sociedad»[8]. Esta dimensión del hombre conlleva una cosa más. El hombre en su cultura recibe una serie de verdades que cree cuasi por instinto.

Una de las creencias que tenemos como cristianos es que las Escrituras son Palabra de Dios. En ellas, encontramos las palabras de Cristo, el cual se nos manifiesta como la verdad (Jn 14, 6). Y es ahí donde caemos en cuenta que el encontrar la verdad no consiste en tener un arsenal de conocimientos y recurrir a ellos cuando sea necesario. Al contrario es entrar en relación, es confiar en otra persona, e iniciar un proceso interpersonal de diálogo, para que así, el que es la Verdad nos libre. A este respecto la encíclica nos dice «en efecto, la perfección del hombre no está en la mera adquisición del conocimiento abstracto de la verdad, sino que consiste también en una relación viva de entrega y fidelidad hacia el otro» [9].

Los mártires nos manifiestan de manera elocuente lo que acabamos de decir. Ellos se encontraron con Quién es la verdad, por lo tanto, confiaron al grado de dar la vida por Cristo. Pues la certeza de la doctrina les aseguraba que la muerte sólo era un paso para entrar a la vida nueva. Para los mártires la vida era estar con Cristo, que es la Verdad plena, en quien se verán las cosas tal como son.

Tomamos el ejemplo de los mártires para decir que la persona se halla en un itinerario de búsqueda, que humanamente es interminable: una búsqueda de dos dimensiones: de la verdad y de una persona en quien fundamentarse existencialmente. A ello es a donde nos debe llevar el uso de la razón, para indagar en lo mundano, y a partir de ahí iniciar la búsqueda de la Verdad eterna.

La fe nos da la opción de llegar al final de nuestra búsqueda, en efecto, «en Jesucristo, que es la Verdad, la fe reconoce la llamada última dirigida a la humanidad para que pueda llevar a cabo lo que experimenta como deseo y nostalgia»[10]. La fe nos lleva a encontrar en Cristo la verdad plena, pero eso no significa que deje de lado las verdades filosóficas y positivas, sino que las supone, pues son parte integral y medios para llegar a la verdad revelada. Así verdad natural y verdad revelada no están en contradicción, sino que la una conduce a la otra.

La unidad se da en una persona: Cristo, a él convergen las verdades: «esta unidad de la verdad, natural y revelada, tienen su identificación viva y personal en Cristo, como nos recuerda el Apóstol… lo que la razón humana busca “sin conocerlo” (Hech 17,23), puede ser encontrado sólo por medio de Cristo: lo que en Él se revela, en efecto, es la “plena verdad” (Cfr. Jn 1, 14-16) de todo ser que en Él y por Él ha sido creado y después encuentra en Él su plenitud (Cfr. Col 1,17)»[11].

Conclusión

Una vez que hemos finalizada este pequeño trabajo, nos hemos dado cuenta que son muchos los factores que influyen para buscar la verdad. En efecto, la verdad es algo que siempre nos mueve, nos invita a ir tras ella en una constante búsqueda.

La búsqueda de la verdad nace del mismo hombre, ya que en él existe un deseo de investigar qué es lo verdadero. Esta base antropológica nos proyecta a una premisa universal: en todo hombre existe el deseo de verdad por el hecho de ser hombre. Así nadie queda excluido de buscar la verdad.

Las ciencias buscan también la verdad, y cada una desde su objeto formal. Pero la verdad es una, en ella no puede haber división. La búsqueda de la verdad nos lleva a indagar en diversos campos. Es por ello que tenemos verdades científicas, que son verificables por leyes, son de tipo sensible, luego tenemos las verdades filosóficas, que son fruto de una reflexión profunda, y, finalmente, tenemos las verdades religiosas, que son una entrega generosa del intelecto ante verdades que nos son reveladas. Así vemos que las verdades no se contradicen, ya que, son facetas de una misma verdad, que son necesarias para llegar a la verdad plena.

Cristo que es Dios. Se ha hecho uno de nosotros, y nos ha revelado que Él es la Verdad, la Verdad total, en la que se sintetizan todas las anteriores. En Cristo se encarna la Verdad plena, ya que, las facetas de verdad se identifican todas en Él. Así, la respuesta a la búsqueda de la verdad es la persona de Cristo. Así, la pregunta por la verdad se responde de manera plena, ya que, se deja de lado un pleno teórico conceptual, para entrar en un plano real dialógico. Y es así como estaremos plenos en Cristo que es la Verdad, no como adecuación, sino como relación dialógica interpersonal, pues la Verdad se hizo hombre por la encarnación.

 


[1]Fides et Ratio, 24. (En adelante FR).

[2]Cfr. San Agustín, Confesiones,  I, 1.

[3]FR, 25.

[4]FR, 28.

[5]FR, 29.

[6]J. Aranguren et alt, Fe y Razón, I simposio internacional fe cristiana y cultura contemporánea, 289.

[7]FR, 29.

[8] FR, 31.

[9] FR, 32.

[10] FR, 33.

[11] FR, 34.