Jon Sobrino es un teólogo jesuita de origen español, que ha permanecido por mucho tiempo en El Salvador, lugar que, por las circunstancias en que se ve envuelto, propició el desarrollo de la llamada Teología de la Liberación como aportación a la teología católica, de la cual Sobrino es figura importante.
Este artículo nos presenta un tema actual dentro de la cristología visto desde la perspectiva de la teología de Sobrino, sí como acercamiento a la persona de Jesús de Nazaret, pero también en miras a «resaltar la verdadera y real humanidad de Jesús y ver en Él nuestro modelo en una actitud concreta de relación con Dios como lo es la fe».
«LA FE DE JESÚS»
EN LA CRISTOLOGÍA DE JON SOBRINO
1. Estructura del libro Jesucristo liberador. Lectura histórico-teológica de Jesús de Nazaret
¿Qué tipo de Cristología?
El P. Sobrino parte de la convicción que una cristología es posible, útil y necesaria, puesto que la persona de Jesús viene usada en múltiples campos de la vida y no siempre de manera correcta[1], por tanto es responsabilidad de la Cristología presentar su verdadero rostro para que sea bien usado. La finalidad de su cristología sería «presentar la verdad de Jesucristo desde la perspectiva de la liberación»[2].
Insiste en el tema de la liberación porque en su opinión la realidad de opresión y pobreza del continente americano no ha cambiado, sino que por el contrario ha aumentado, por tanto la teología de la liberación no es sólo moda pasajera, como muchos piensan, sino que mientras el contexto de esta teología siga estando necesitado de liberación se hará necesaria una teología de la liberación y una cristología de la liberación. Esta perspectiva le permite colocar como punto de partida de su cristología al Jesús histórico. El tomar a Jesucristo liberador como centro de una cristología no es mera retórica académica, sino que busca tener una incidencia en la vida concreta, lograr un verdadero cambio en la vida de los cristianos; pues en ocasiones las cristologías se convierten en una oferta más de mercado, los libros de los grandes cristólogos son esperados con gran expectativa en el campo académico sea para aprobarlos, criticarlos o rechazarlos, pero nada cambia en la vida concreta de fe. Esta crítica me parece afortunada y justa.
Considera que América Latina no ha tenido siempre una cristología propia, sino que ha tenido mayor resonancia una cristología basada en las fórmulas dogmáticas, resaltando más la divinidad de Cristo que su verdadera y concreta humanidad. El hablar de Jesús de Nazaret, el Jesús histórico, permite a la Cristología descubrir a este Jesús, que es el Cristo, el hijo de Dios, el salvador y liberador de la humanidad, resaltando de modo especial su humanidad.
La historia de la evangelización en los pueblos de América permite constatar cómo la gente sencilla a la que se anunció la fe se identificó fuertemente con el Cristo crucificado, pues veían en él su propio sufrimiento, se veían con él crucificados, y de esta fe sacaban la fuerza para resistir con paciencia su estado de pobreza y marginación. Pero el P. Jon Sobrino afirma que poco a poco ha nacido una nueva imagen de Jesús en América Latina, sobre todo después de las Conferencias de Medellín y Puebla, se empezó a ver a Jesús como un liberador y esta nueva imagen produjo una nueva fe, esto se debe interpretar como un signo de los tiempos. En este sentido la cristología busca fundamentar que Cristo es en verdad liberador y mostrar de qué modo lo es, por lo tanto se requiere el análisis de la vida y destino de Jesús. Por Jesús histórico entiende la vida de Jesús de Nazaret, sus palabras y hechos, su actividad y su praxis, su destino de cruz y resurrección, es decir, la historia de Jesús[3].
Su libro se divide en tres partes: en un primer momento ofrece 3 capítulos de carácter metodológico, donde desarrolla el por qué de su cristología y del punto de partida. En la segunda parte, que es la que particularmente nos interesa, realiza una lectura histórico-teológica del Cristo, que es Jesús de Nazaret. En la última parte presenta la historia de la cristología y de la fe en Jesús de Nazaret, proclamado como el Cristo a partir de la resurrección. Respecto a la parte en la que nos centraremos toca tres dimensiones, que considera centrales en la vida de Jesús: su servicio al reino de Dios, su relación con Dios-Padre y su muerte en cruz. Pasemos al capítulo 5 que titula «Jesús y Dios. Jesús ante un Dios-Padre» en este tema encuadra su planteamiento sobre la fe de Jesús.
2. Estructura del capítulo 5
El punto de partida es una pregunta: ¿Quién fue Dios para Jesús? Es decir, qué pensó Jesús de Dios y cómo lo experimentó. Esto es esencial en el evangelio, que no deja lugar a dudas de la experiencia radical de Dios que tuvo Jesús, el cual aparece como verdadero ser humano, «él también tuvo que habérselas con Dios, buscarlo y dialogar con él, cuestionarlo y descansar en él, abrirse a él y dejarlo ser Dios»[4].
Para responder a dicha pregunta realiza dos pasos: primero analiza las nociones que Jesús pudo tener de Dios, y en segundo lugar las expresiones externas de lo que fueron sus actitudes internas, en particular tres: oración, confianza y disponibilidad.
2.1 Nociones que Jesús pudo tener de Dios
Esta empresa es complicada por su misma naturaleza, pero se puede rastrear qué nociones pudo tener Jesús de Dios, buscándolas en el Antiguo Testamento. Para lograr esto es necesario descubrir de qué modo Jesús vive a Dios, practica a Dios, pues Jesús no muestra nociones de Dios formulables y enseñables.
Para llevar a cabo lo anterior toma en consideración dos momentos: en cuanto al contenido de la realidad de Dios y en cuanto a la formalidad de la realidad de Dios. En el primer caso – el contenido de la realidad – se pueden evidenciar 4 tradiciones:
- Tradición profética: Dios aparece como parcial y defensor de los oprimidos, pobres y débiles, un Dios que se relaciona con la criatura, que exige conversión personal, que suscita la vocación de profetas.
- Tradiciones apocalípticas: Ponen de relieve el futuro absoluto de Dios, pues sólo Dios puede transformar la realidad y lo hará al final de los tiempos. Esta tradición se relaciona con el Dios del Reino.
- Tradiciones sapienciales: Se ve a un Dios creador y providente, que cuida de sus hijos y vela por ellos, que permite que en la historia crezcan juntos buenos y malos, dejando para el final la impartición de justicia.
- Tradiciones existenciales: Son las tradiciones de las lamentaciones de Jeremías, de Qohelet, de Job, cuando de Dios sólo se escucha silencio.
«Todas estas tradiciones, de una u otra forma, están presentes en Jesús, según los evangelios»[5]. Esta diversidad y novedad de tradiciones, difícilmente compatibles para algunos, según el P. Sobrino, se integran existencialmente a lo largo de la vida de Jesús.
En lo que respecta al segundo caso – formalidad de la realidad – es decir la trascendencia de Dios, se ve que aparece de diversas formas en los evangelios y de un modo más claro: Dios es creador (Mc 10, 6; 13, 19), tiene poder sobre la vida y la muerte, puede hacer que cuerpo y alma perezcan en el infierno (Mt 10, 28), su nombre debe ser respetado (Mt 5, 33), ante Él el hombre es siervo (Lc 17, 7). Jesús afirma la trascendencia de Dios, pero afirma que tal trascendencia se hace «específicamente presente al quebrar, precisamente, esa noción de trascendencia». El que es infinitamente distante, se hace radicalmente cercano, esta es la novedad traída por Jesús. Para Jesús, Dios tiene un contenido que, en su máxima generalidad, es el de ser «bueno», y tiene una formalidad que es la «trascendencia». Pero para saber quién fue Dios para Jesús es necesario verlo actuar, verlo en acción, por eso es necesario individuar las expresiones externas de Jesús, que serían el reflejo de su interioridad, donde Dios es para Jesús Padre, en una relación de absoluta intimidad y absoluta alteridad. Misteriosa dialéctica.
2.2 Expresiones externas de Jesús
2.2.1 La oración
La oración de Jesús es importante, pues muestra, primero, que Jesús se dirigía a Dios y segundo a qué Dios se dirigía. Los sinópticos muestran a Jesús como un orante judío, que bendice la mesa, santifica el sábado y ora con la comunidad; pero más importante aún es la oración personal de Jesús, de la que nos dan firme testimonio los evangelios. Es un hecho asegurado: «toda la vida de Jesús se realiza en un clima de oración». Jesús causó una honda impresión como orante (Lc 3, 21; 23, 24; 6, 12; Mt 27, 46; Mc 15, 34; 9, 29; 11, 23). En la oración Jesús expresa lo último y totalizante de Dios, su alteridad y cercanía. Ahora bien, ¿cómo se puso Jesús concretamente ante Dios? ¿Qué imagen de Dios surge de su modo de orar? Para responder estas preguntas Jon Sobrino propone dos ejemplos de oración de Jesús:
Oración de alabanza y acción de gracias: «En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes, y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11, 25; Lc 10, 21). Esta oración supone ya un período largo de tiempo en la predicación de Jesús, el cual da gracias al Padre porque se ha hecho posible lo imposible, de esta oración se desprende que el Padre es un Dios con voluntad, «tal ha sido tu beneplácito» (Mt 11, 26), es un Dios parcial hacia los pequeños y es un Dios bueno y amoroso. «Esta oración recoge, pues, la experiencia que Jesús tiene de Dios y la expresa con gozo».
Oración de petición: «Adelantándose un poco, cayó a tierra y suplicaba que a ser posible pasara de él aquella hora y decía: «Abba, Padre! Todo es posible para ti. Aparta de mi este cáliz, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (Mc 14, 35; Mt 26, 39; Lc 22, 41). En esta oración Jesús expresa su conciencia de que va a ser entregado a la muerte, que su alma está triste y que pide al Padre que lo libere de esa hora. Describe una situación de crisis en la cual Jesús va a la oración y en ella expresa la totalidad del sentido de su vida, Jesús hace entrega de su “yo” al Padre, ese yo que en los evangelios ha aparecido como fuente de suprema autoridad ante la ley, el “yo” que envía a la misión, el “yo” que ha sanado enfermedades y expulsado demonios.
El hecho mismo de que Jesús orase muestra que para Él existe un polo referencial último de sentido personal, ante el cual se pone para recibirlo y para expresarlo, es una práctica en la que expresa ante Dios el sentido de su propia vida, en relación a la construcción del Reino.
2.2.2 La confianza en un Dios que es Padre
Dios es por su esencia bondad y salvación para los hombres, así lo experimenta Jesús y así lo vive y comparte. Jesús muestra que para Dios los hombres son lo más importante (Mt 6, 26) por eso nada creado puede ser usado en contra del hombre, Jesús afirma que la dignidad del hombre es más importante que el sacrificio (Mt 5, 23), superior al sábado (Mc 2, 23). Dios es bueno y está por esencia a favor del hombre. Ahora bien, esta bondad de Dios se hace historia en Jesús, dicha bondad se describe como amor, un amor que se alegra en el bien del otro y sólo por causa del bien del otro (parábola del hijo pródigo). Este amor es ciertamente un mandamiento, pero no es que Dios lo imponga arbitrariamente, sino que Dios impone lo que Él es, y lo impone porque eso es lo bueno para el hombre. «Esta visión de Dios como bondad, como amor, como ternura, es esencial en Jesús y constituye el núcleo central de su experiencia de Dios».
Ciertamente Dios es absoluto y trascendente, Señor y juez, pero no es autoritario ni déspota. Por eso se entiende que efectivamente Jesús se presenta con autoridad, pero no con autoritarismo, enseña con la palabra y la obra que la autoridad es servicio en libertad (Mc 10, 45), habla con convicción y con autoridad, pero no con imposición. Jesús niega lo que de opresor y autoritario hay en el poder, así no es Dios.
Jesús se presenta sin autoritarismo, pero se presenta con soberana libertad, tal libertad de Jesús no debe ser comprendida desde el ideal actual de libertad liberal, del ejercicio de los propios derechos; es más bien una libertad en función del bien de los otros, sin límites y sin obstáculos, se trata paradójicamente de una libertad esclavizada, porque es una libertad al servicio de la bondad, no al servicio del propio Jesús. Esta libertad de Jesús tiene como raíz la bondad de Dios, pues es la bondad de Dios la que libera para la bondad, y a través de ello, libera al hombre de sí mismo.
Jesús se relaciona con este Dios bueno con confianza y eso ha quedado consagrado en el término que usa para dirigirse a Dios: Abba, Padre. Tal invocación no se encuentra en las oraciones judías, pues se trata del término con el que el niño se dirigía al padre, implica familiaridad y confianza. Para Jesús Dios no es sólo bueno, sino alguien en quien se puede confiar y descansar, alguien que da sentido a la existencia de los hombres, por eso Jesús se alegra cuando los pequeños conocen a ese Dios y cuando los pobres se fían de Él: Jesús autorizó a los pequeños y pecadores a usar el término Abba para dirigirse a Dios, los invitó a confiar en Dios como él lo hacía.
2.2.3 Disponibilidad hacia un Padre que es Dios
La relación de Jesús con el Padre fue de absoluta cercanía, pero no de posesión, dicha experiencia no anuló en Jesús la experiencia del misterio de Dios, sino que magnificó dicha experiencia. Jesús obedece sólo a Dios, dicha obediencia fue una actitud fundamental y fundante en su vida: una activa disponibilidad hacia Dios, es cumplimiento sí de la voluntad de Dios, pero más hondamente es radical referencia a Dios en quien se encuentra la propia identidad. Tal disponibilidad de Jesús fue un continúo salirse de sí mismo hacia Dios, lo cual constituía, al mismo tiempo, su plena realización, tal experiencia de vaciamiento en Dios incluyó también salirse contra sí mismo, en ello Jesús participó de la condición humana, «Jesús tuvo que dejar a Dios ser Dios». En esta línea podemos hablar de conversión de Jesús, es decir, que tuvo que abandonar el propio lugar, aunque fuera bueno, y encontrar a Dios allí donde él quiere ser encontrado. Jesús se dejó mover por Dios a lo largo de su vida, es decir, en Jesús se da una evolución teologal, que culminó en el misterio de la cruz.
La conversión de Jesús se dio a través de la prueba, y también en esto Jesús muestra su verdadera humanidad. Todos los sinópticos afirman que Jesús fue tentado después del bautismo y antes de iniciar su actividad pública (Mt 4, 1; Mc1, 12; Lc4, 1). Tal tentación versará sobre lo más típico y específico de Jesús: su relación con el reino de Dios y su relación con Dios. La tentación versa sobre la totalidad del mesianismo de Jesús: si ejercitarlo con el poder que controla la historia desde fuera o con la inmersión en la historia, con el poder para disponer sobre los hombres o con la entrega a ellos. Como antes Jeremías y Job, Jesús tiene que ponerse delante de Dios en situación de oscuridad, de dificultad y de soledad. La disposición de Jesús hacia Dios aparece desde el principio y hasta el final, su fidelidad se expresa en su camino a Jerusalén, donde «se va a encontrar con Dios, otra vez de forma nueva, en la pasión y la cruz».
Todo esto muestra que efectivamente Jesús tuvo que dejar a Dios ser Dios, su disponibilidad a todo ello muestra que, de verdad, Jesús fue el disponible ante Dios. Esto se reafirma en la ignorancia de Jesús, que es correlativa a su activa disponibilidad de escuchar a Dios. Aunque el tema es debatido por razones dogmáticas y ha recibido múltiples explicaciones, nuestro autor considera que no se puede rehuir al tema. Los evangelios muestran cómo la ignorancia de Jesús no versa sobre cosas cotidianas, sino que aparece a nivel teologal: no es que Jesús no supiera de Dios, sino que su conciencia humana no pudo sintetizar todo lo que es Dios. En el caso concreto de la venida del reino (Mc 9, 1; 13, 30 y Mt 10, 23) vemos que la ignorancia de Jesús no versa sobre cosas puramente cuantitativas, medidas en meses o años, sino sobre una realidad cualitativa por antonomasia, sobre eso Jesús simplemente no sabe, es el misterio de Dios y sólo de Dios. Jesús respeta absolutamente la trascendencia de Dios, y por ello, su no saber nada tiene de imperfección, sino que expresa su propia creaturalidad. «El que Jesús no haya podido sintetizar en su conciencia histórica la confianza en la venida del reino y el conocimiento de ese día para nada prueba su imperfección, sino que lo hace participar en la realidad humana que lo posibilita el ser oyente de la palabra». La “ignorancia” de Jesús muestra, por un lado, la experiencia teologal respecto al Padre, y por otro, su plena solidaridad con la humanidad.
Para Jon Sobrino esta absoluta confianza y plena disponibilidad de Jesús respecto a Dios, que acabamos de describir, pueden ser entendidas como lo equivalente a lo que en la Escritura se llama fe.
3. La fe de Jesús
Para Jesús, Dios es alguien con quien, en último término, el ser humano tiene que relacionarse con fe, y a su vez, la fe sólo se puede depositar en Dios. «De ahí que se pueda y, en nuestra opinión, que se deba decir que “Jesús fue un extraordinario creyente y tuvo fe. La fe fue el modo de existir de Jesús”»[6]
Para nuestro teólogo el contenido y realidad de esta fe se contiene en el recorrido que hemos hecho afirmando la oración de Jesús, su confianza y disponibilidad hacia Dios que es Padre, sólo resta verificar la afirmación explícita en el Nuevo Testamento. Afirmar la fe de Jesús tiene dos consecuencias positivas: recalcar lo verdaderamente humano de Jesús y presentar lo que debe ser la verdadera fe del hombre.
3.1 Presupuesto
Hablar de fe de Jesús puede resultar chocante para muchos, pero esto se debe al presupuesto de que Jesús no pudo tener fe, debido a una concepción de fe escolástica, difundida especialmente por Santo Tomás quien afirma que ya que el objeto de la fe es la esencia divina no vista, y puesto que Cristo desde el primer instante de su concepción vio plenamente a Dios, entonces no pudo tener fe.[7] Pero esto supone una determinada concepción de lo que es la fe, escolástica y no bíblica, y un tipo de argumentación a partir de la unión hipostática; pero de esta aceptación se desprende una imagen de Jesús que no compagina con la figura que muestran los sinópticos y Jesús no es ya en todo semejante a nosotros, pues en lo más hondo de lo humano no sería uno de nosotros, «si no se acepta su fe, Jesús quedaría infinitamente distante de nosotros, y – paradójicamente para la teología- se estaría diciendo que la fe no sería esencial para definir lo humano». Por tanto la verdadera humanidad de Jesús se pone a prueba en el admitir o no su fe.
3.2 La fe de Jesús en el nuevo Testamento
La expresión «fe de Jesús» no aparece con frecuencia en el Nuevo Testamento, y después de la resurrección el centro de atención fue la relación con Jesús y no tanto al Jesús terreno como tal, por eso lo importante no es la fe de Jesús, sino la fe en Jesús. Sin embargo se pueden mencionar tres lugares del NT para fundamentar la cuestión: Marcos, Romanos y Hebreos.
3.2.1 La fe de Jesús en el evangelio de Marcos
En Marcos 9, 23, Jesús dice al padre del poseso epiléptico: «¿Qué es eso de “si puedes”? Todo es posible para el que cree». En este pasaje, el que cree no es otro que el mismo Jesús, el que, en efecto, realiza el milagro en base a su fe, lo cual se ve confirmado por el v. 29, «esta clase de demonios con nada puede ser arrojada sino con la oración»; oración que los exegetas adecuan con la fe. Lo que se afirma en directo es que Jesús poseyó la fuerza que proviene de la fe, e indirectamente él mismo es declarado como quien tiene fe.[8]
3.2.2 La fe de Jesús en la carta a los Romanos
Romanos 3, 21: «pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios «dia pisteos Iesou Xristou», que puede traducirse o «por la fe en Jesucristo» o «por la fe de Jesucristo». Sobrino siguiendo a Thusing se inclina por la segunda traducción y afirma: «la realidad de Dios, nuestra justificación, se ha revelado en que Jesús responde y corresponde a Dios». Lo que Pablo trata de incorporar en sí mismo es la vida de Jesús por dentro: sus entrañas, su misericordia, su amor, su entrega, y lo más íntimo suyo: su fe.
3.2.3 La fe de Jesús en la carta a los Hebreos
Hebreos 12, 2: «Fijos los ojos en Jesús, el pionero y consumador de la fe». La afirmación es clara y radical, en ella se dice que Jesús es el que ha vivido originariamente y en plenitud la fe. En el contexto de la carta esta afirmación está al servicio de animar a una comunidad cansada y sufriente, y como ejemplo y ánimo, a los creyentes se les ofrece el creyente por antonomasia: Jesús. Hebreos presenta a Jesús como el primogénito en la fe, el primero que la ha vivido cabal y plenamente. La fe de Jesús es la historia de su fe; su vida, al igual que su fe, es procesual, llega y tiene que llegar a la perfección (2, 10; 5, 9); es histórica, pasa por el sufrimiento (2, 10.18; 12, 2), por los ruegos y lágrimas (5, 7), por el aprender en la obediencia (5, 8).
4. Novedad y aportes
El punto de partida y la intención de Jon Sobrino al tratar este tema son claros: resaltar la verdadera y real humanidad de Jesús y ver en él nuestro modelo en una actitud concreta de relación con Dios como lo es la fe. En este sentido me parece que el objetivo se alcanza satisfactoriamente, pues el método seguido permite corroborar en Jesús actitudes tan humanas, que el único camino que nos queda seguir es el de imitarlo. La novedad y el aporte que realiza su planteamiento al tema es precisamente el punto de vista desde el cual aborda, es decir, la teología de la liberación; su modo dinámico y real de plantearlo, su flexibilidad para dejarnos ver a un Jesús realmente humano, que ora, que confía en Dios, que espera en Él, que tiene fe; por otro lado nos presenta una fe diversa, menos racional y más bíblica, una fe que se puede definir como adhesión y que no puede ser reducida a simples conceptos, sino descubierta en actitudes concretas como la confianza y la disponibilidad[9]. Se trata no de responder a una pregunta curiosa sobre Jesús, sino que el tema se inserta en una dinámica lógica de la relación de Jesús con el Padre, que se resume en una pregunta esencial: ¿Quién es Dios para Jesús?
Además en una cristología de la liberación esto es básico y esencial, pues aquellos que están privados de cualquier tipo de libertad esperan encontrar en Jesús un modelo a seguir, alguien en quien confiar a la hora de afrontar su realidad de pobreza y dolor, se busca presentar a un Jesús cercano y capaz de solidarizarse realmente con ellos, capaz de entender su situación y ofrecerles actitudes concretas de respuesta.
Por otro lado Jon Sobrino deja clara la importancia que para él tiene el hablar de la fe de Jesús, se trata nada más y nada menos que de poner en tela de juicio la verdadera humanidad de Jesús si se niega que tuviera fe, a esto es a lo que quiere responder, por eso resulta obligado y necesario resaltar fuertemente las actitudes externas de Jesús, que serían el reflejo de lo que había en su interior, de sus sentimientos hacia el Padre, a quien Jesús percibió y vivió como verdadero Dios, que es Padre y al que en absoluta libertad deja ser Dios. Su planteamiento permite el estudio de temas que, ciertamente no son sencillos, y que pocas veces se tocan en la cristología, conceptos como conversión de Jesús, ignorancia de Jesús, fracaso de Jesús, esperanza o fe de Jesús; no son muy frecuentes en una cristología, y sin embargo son conceptos que permiten acercarse más y mejor a la persona de Jesús de Nazaret, para intentar comprenderlo en lo profundo de su misterio, con la ayuda de los datos de fe que nos trasmiten los escritores sagrados.
5. Evaluación teológica
Jon Sobrino se mueve en el campo de la autoconciencia de Jesús, aunque no lo diga explícitamente o más bien no use este tipo de lenguaje, pero lo hace así cuando toma las que él llama actitudes externas de Jesús como un reflejo de lo que habría en su interior, de sus conocimientos y sus sentimientos, lo cual resulta arriesgado porque los datos bíblicos no tenían estos objetivos, son más bien un testimonio de fe, que busca suscitar al mismo tiempo la fe en sus destinatarios. Por otro lado la fe de la que habla es una fe que puede definirse básicamente como adhesión, pero no toma en cuenta que la fe implica también conocimiento, ante esto argumenta que es imposible conocer qué conocía Jesús y que por tanto es necesario verlo actuar, pues más que tener un conocimiento de Dios, Jesús vivió a Dios, pero en este punto no se adentra lo suficiente en la problemática que presentan los textos bíblicos respecto a su historicidad.
Por otro lado es cierto que dejar clara la humanidad verdadera y real de Jesucristo es una tarea necesaria en la elaboración de una cristología, así lo exige el dogma de Calcedonia, más aun, muchos defienden que hoy en día el tema mayor de la Cristología es precisamente la humanidad de Jesucristo, una humanidad singular, pues se trata de la humanidad del Verbo.[10] Esto queda claro en el planteamiento de Jon Sobrino, pues nos dice quién es Jesús, en su humanidad, y quién es el Dios de Jesús, pero Jesucristo no es sólo un modelo de humanidad, no nos dice sólo como hemos de comportarnos ante Dios, nuestro Padre, no revela sólo al hombre el verdadero hombre, sino que Jesús es también el revelador del Padre, nos dice quién es realmente Dios y es también nuestro Salvador, es el Hijo de Dios, su humanidad no es sólo ejemplar, sino única y singular, es la humanidad del Verbo, es una humanidad salvadora.
Una de las ventajas que ofrecen hoy los estudios sobre el Jesús histórico es el aporte de datos que nos permiten profundizar en la humanidad de Jesucristo, esto es positivo, necesario y útil, pero no es lo único. Jon Sobrino toma como punto de partida el Jesús histórico, usa tres capítulos de su libro para dejar claro este punto de partida, pero se corre el riesgo de dejar de lado su divinidad, resaltar demasiado la humanidad en detrimento de la divinidad, me parece que de este riesgo no se sustrae la cristología de nuestro autor, al menos en este tema, que estamos tratando.
Es cierto que en Jesús tenemos un modelo de oración, es cierto que podemos aprender de Él a confiar y obedecer a Dios, ciertamente en Él tenemos un paradigma de fe en Dios, pero es igualmente cierto que este Jesús que así vivió humanamente estas virtudes, es Dios como el Padre y el Espíritu Santo, es el Verbo encarnado, nuestro Salvador, y esto nada resta a las afirmaciones sobre su humanidad, y en nada disminuye el hecho de que sea para nosotros un modelo de fe, al mismo tiempo que aquel en quien depositamos nuestra fe.
Pbro. Aurelio Ponce Esparza, prefecto de Teología
[1] Un ejemplo de esta multiplicidad de usos lo muestra Christian Duquoc en su artículo La esperanza de Jesús, Concilium 59 (1970) 324-325.
[2] j. sobrino, Jesucristo liberador. Lectura histórico-teológica de Jesús de Nazaret, 16.
[3] Cfr. j. sobrino, Jesucristo liberador, 76.
[4] j. sobrino, Jesucristo liberador, 179.
[5] j. sobrino, Jesucristo liberador, 182.
[6] En esta afirmación Jon Sobrino cita a L. Boff en su libro Jesucristo el liberador, 126.
[7] Cfr. ST III q. 7 a. 3.
[8] Una interpretación en la misma línea la presenta j. gnilka, Jesús de Nazaret. Mensaje e historia, 164.
[9] Estas dos características son básicas también en el planteamiento que hace del tema Von Balthasar en «Fides Christi», Sponsa Verbi.
[10] Esta es la tesis del profesor Gabino Uríbarri SJ en su libro La Singular humanidad de Jesucristo. El tema mayor de la cristología contemporánea.