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María y el seminarista


A María encomiendo… las esperanzas y deseos

 de los jóvenes que, en cada rincón del mundo,

repiten con Ella: “He aquí la sierva del Señor,

hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38)… 

preparados para anunciar después a sus

coetáneos, como los Apóstoles:

“Hemos encontrado al Mesías” (Jn 1,41)

(Cardenal Van Thuan)


Día con día, el seminarista aúna su vocación a las palabras de María, “He aquí la sierva del Señor” (Lc 1, 38) Encuentra en ellas la fórmula exacta para responder de forma eficaz al llamado que el mismo Señor Jesús le hace para trabajar en su viña.  Este llamado implica altas exigencias, que si bien no son imposibles, encuentran una cierta dificultad. María de Nazaret encontró las dificultades propias de su misión, sin embargo su profunda confianza en la palabra del Señor, “El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1, 35), la llevan a abandonarse en sus manos y deja que Él obre en ella, haciendo cosas grandes y maravillosas en su favor (Lc 1, 49).

María es modelo de virtud para el seminarista, modelo de virtud y de discipulado. Dice el Concilio Vaticano II: “La formación espiritual… debe darse de tal forma que los alumnos aprendan a vivir en trato familiar y asiduo con el Padre por su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo […] (que los seminaristas) Amen y veneren con filial confianza a la Santísima Virgen María, a la que Cristo, muriendo en la cruz, entregó como madre al discípulo”  El seminarista se sitúa en el lugar del discípulo amado. El Concilio Vaticano II invita al seminarista a querer y amar con profunda confianza a María como madre. Misma confianza que se fundamenta en saber que fue ella misma quien cuidó del pequeño Jesús toda su infancia y juventud hasta su vida pública, momento en que Jesús comienza su misión, a partir de ese instante María pasa de ser educadora a ser fiel discípula de su hijo.

En la exhortación apostólica Pastores dabo vobis el beato Juan Pablo II invita constantemente al seminarista “a vivir íntimamente unido a Cristo”  a configurarse con Cristo, es decir: ser otro Cristo. Es aquí que María juega un papel muy importante dentro de la formación y ministerio sacerdotal, puesto que es ella modelo de  íntima unión con el Hijo  “La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz.”  María es quien lleva de la mano al seminarista, adentrándolo poco a poco al misterio de Cristo, desde la Encarnación del Verbo; durante el anuncio del Evangelio; incluso al pie de la cruz, hasta la gloriosa Resurrección y Ascensión del  Señor. Encontramos en María, pues, el modelo de perfecto discipulado. Ya que acompañó a su Maestro en todo momento, y escuchó su palabra, meditándola en su corazón.  Todo seminarista encuentra en María una rica mina de virtudes, de la cual puede extraer grandes tesoros y enriquecerse sin temor de jamás agotarla. 

Las tres palabras de María

Al encontrar en María el perfecto ejemplo de discipulado, es decir, de unión íntima con Cristo, todo seminarista es llamado a recorrer  el camino de María, que no es otro camino sino el mismo Cristo, “Yo Soy el Camino” (Jn 14,6). En este camino recorrido por María encontramos varios elementos que ayudan al seminarista a transitarlo siguiendo también su ejemplo para llegar a Cristo. Todo seminarista se encuentra con tres palabras trascendentales que empleó la Virgen para responder al llamado del Altísimo y que le ayudarán en el proceso de su formación: Ecce, Fiat y Magnificat.

Cuando el joven recibe el llamado y deja su casa, padres, hermanos y amigos, aceptando todos los retos y dificultades que esto conlleva, repite junto con María, “He aquí el siervo del Señor” y emprende el camino de la vocación, del llamado. Esta es la respuesta más generosa que se puede dar al Señor cuando llama. Como ya lo hemos dicho, día a día que pasa el seminarista formándose, segundo tras segundo, es un constante responder al llamado; no podemos hablar de una respuesta definitiva, sino que conforme va viviendo la experiencia de la vocación, es un constante renovar el “Ecce ancilla Domini” de María, “He aquí la sierva del Señor.”

En el discernir del llamado al Orden Sagrado, en la formación filosófica y teológica, en el crecimiento espiritual en la oración y meditación, en la convivencia con los demás, el seminarista repite nuevamente con María “Fiat mihi secundum verbum tuum” Hágase en mí según tu palabra. En el proceso de formación, al someter la voluntad a los superiores, al obedecer, al escuchar la Palabra del Señor todos los días en la Santa Misa, dice el seminarista junto con la Bienaventurada “Hágase en mi Señor, según tu Palabra, según tu parecer; que no haga mi voluntad sino la tuya, que tu palabra sea mi deleite y que la lleve a cumplimiento en mi vida.” 

Durante este proceso de formación integral, en que el seminarista al igual que María en medio del silencio, medita las palabras del Señor en su corazón, irrumpe entre aclamaciones y alabanzas al igual que Zacarías y proclama la grandeza del Señor, porque se percata que la vocación al sacerdocio es un don maravilloso, gratuito, que Dios en su inmensa generosidad concede a los hombres indignos, y canta juntamente con la Madre de Dios “Magnificat anima mea Dominum… ” “Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque ha mirado la pequeñez de su sierva.” Y precisamente en esto reflexiona el aspirante al Orden Sagrado, se da cuenta de su pequeñez y fragilidad, y se considera a sí mismo indigno de tan sublime don. Por eso constantemente proclama el Magnificat de María. 

Finalmente, el seminarista se ubica al pie de la cruz, junto con María, presenciando el gran misterio de salvación. Jesús le entrega a María como madre, y el seminarista la toma llevándola a vivir consigo, la lleva a vivir a su propio corazón.