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Misión del Verbo: revelar al Padre

 

Introducción

     En el presente ensayo miraremos, a grandes rasgos, cómo Dios Padre se revela a los hombres de manera plena y definitiva en Cristo. Para ello nos basaremos en las reflexiones hechas por Benedicto XVI en su época de Cardenal, con el fin de adentrarnos un poco más a este misterio desde la fe y la reflexión teológica. 

     Al pretender decir una palabra sobre lo que el Cardenal Ratzinger ha escrito en algunas de sus obras sobre Cristo, decimos que lo aborda a partir de diversas perspectivas, sin embargo, descubrimos que lo enmarca en el proceso dinámico del acercamiento o revelación de Dios al hombre, y podemos comprender este acercamiento como donación gratuita que se hace factible por la misión de la Iglesia1.

     Dicha revelación  ha sido progresiva y se ha dado  prácticamente de dos formas:  mediata e inmediata. La revelación mediata la podemos contemplar prácticamente en las manifestaciones divinas que nos describe todo el Antiguo Testamento, ya sea por medio de la creación, por medio de signos como la zarza ardiente, la columna de fuego, la columna de nubes (Ex 3, 2; 14,19-20); o por medio de personas concretas  como los profetas (1 Re 13, 1; 17, 1ss). Por su parte, la revelación inmediata indudablemente sólo se realiza en la persona del Verbo Encarnado por la acción del Espíritu Santo. En ella, Dios no utiliza algún medio para manifestarse, Él mismo irrumpe en el tiempo, se hace tiempo para que éste se oriente a la plenitud en la eternidad (Ga 4, 4-5).

     Para poder lograr esto, el ensayo está dividido en tres apartados. En el primero descubriremos la manera en que Dios se revela en la creación, de manera especial en el hombre, pero solamente se le descubre como un Dios relacional. En un segundo momento, miraremos cómo Dios se va a revelar de manera un poco más específica a través de hombres concretos a los que les da a conocer su nombre, para que de esta manera entren en una relación más cercana y personal con Él. 

     Por último, veremos las afirmaciones del Cardenal Ratzinger sobre Jesús como revelador por excelencia de Dios Padre, como concretización de la autodonación de amor de Dios a los hombres, para que éstos más le conozcan y más le amen. 

I.- La creación como anuncio de la donación de Dios

     En este apartado trataremos de ir describiendo, con la ayuda de nuestro autor, cómo Dios se ha ido revelando progresivamente. Ratzinger señala que en el capítulo uno del libro del Génesis encontramos a  Dios como creador de todas las cosas y, más aún, enfatiza que el hombre ha sido creado a su imagen y semejanza2. Claro está que la Sagrada Escritura no es un libro científico y mucho menos una crónica o bitácora de lo que Dios ha hecho, sin embargo, lo que el escritor sagrado nos dice en este texto es una verdad que ya nos introduce a la dinámica de la misión, a saber, que Dios es el origen de todo cuanto existe, y si la misión es la donación gratuita de Dios en su Hijo muy amado, la creación anuncia con su ser a su Creador (Cf. Gn 1-2).  

     De lo anterior, el Cardenal afirma que Dios se revela en su creación y, de manera particular, en el hombre, y al analizar el texto evidencia que el pronunciamiento hágase en realidad es el anuncio factible de su ser; este Dios se pronuncia como relación en su creación, acentuándose en el hombre, ser social por naturaleza, de un modo especial esta realidad relacional de Dios. Y aunque  no se revela como Trinidad desde el principio de la Sagrada Escritura, se pronuncia como relación en el hombre social, que es imagen y semejanza suya3.

     De esta manera, Dios se pronuncia por amor en su creación y también se anuncia en ella. Así lo afirma el libro de la Sabiduría: insensatos han sido los hombres que no han reconocido al Artífice, fijándose en sus obras… (Sab 13, 1-9), pues ciertamente las obras de Dios no son otra cosa que el anuncio de Aquél que las creó. 

     Así pues, el hombre como imagen y semejanza del espíritu creador que impregna el ser,  puede pensar4, y a partir del pensamiento el hombre es capaz de la palabra, la cual lo capacita para entrar en diálogo, para salir de sí, para ser consciente de su naturaleza social y, más aún, de descubrir  la huella relacional de Aquél que lo ha creado. 

     Para nuestro autor, cuando el hombre contempla la naturaleza, su propio ser y el de los demás,  descubre el anuncio de Dios en él; este  anuncio suscita la fe, entendida como el asentimiento libre de toda verdad que Dios ha revelado (CEC 150), como un acto auténticamente humano, una adhesión que requiere de su libertad y de su inteligencia (CEC 154), no olvidando que la fe ante todo es don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por él (CEC 153), porque la adhesión o asentimiento no podría ser posible sin la gratuita autorrevelación de Dios, que como el totalmente Otro se presenta al hombre principalmente como interlocutor, se le concibe en el plano del yo-tú, se manifiesta como cercanía: Dios está donde está el hombre5

     Desde esta perspectiva podemos decir que la fe indica ya la naturaleza relacional del hombre, la cual proviene del ser imagen y semejanza del Dios relación. De esta manera, la estructura dialógica de la fe, que no es resultado de una reflexión solitaria,  nos permite tratar con Dios sólo cuando tratamos con los demás. La fe se ordena esencialmente al tú y al nosotros, y sólo por ésta, su doble dimensión, une al hombre con Dios6.  

     Podríamos decir que Dios sólo quiere venir a los hombres a través de los hombres, que Dios busca a los hombres en su  co- humanidad7, es decir, nos damos cuenta que Dios se vale del hombre para comunicarse a los hombres; por lo que toda esta mediación, aunque es imperfecta, logra su cometido por medio del anuncio y la palabra. Ya las distintas aptitudes religiosas en el pueblo de Israel hacen una marcada distinción entre los hombres en profetas y en oyentes, que les obligaba a vivir juntos, a vivir para los demás8.  

II.- Dios se anuncia por su palabra

     Hemos dicho que el mismo Dios es el que se revela en la creación, ciertamente no como Padre ni como Trinidad, simplemente como el Dios creador, que es un Dios relacional, pues al hombre, imagen y semejanza suya, lo ha creado como ser en relación. Hasta aquí nuestro autor nos ha permitido contemplar cómo Dios se ha revelado al hombre de forma mediata por la creación y a lo largo de la historia de salvación podemos constatar cómo ha elegido personas concretas para ser portadores de su mensaje y más aún para hacer presencia salvadora, por ejemplo Abraham y Moisés, en medio de la realidad del mundo. De la misma manera como eligió personas,  Dios se eligió para sí un pueblo, Israel (Ex 6,7), que fuese signo de la manifestación de su voluntad  salvífica para toda la humanidad, de tal manera que la exclusividad alcanza la universalidad, la elección de predilección en realidad es una elección representativa.

     Sin embargo, en el correr de la historia nos damos cuenta cómo los pueblos en medio de los que vivía Israel tenían una concepción politeísta de la realidad divina, de tal modo que Dios es un dios local: donde se descubre la presencia de lo sagrado se convierte en parte constitutiva de ese lugar en el que se presenta, haciendo de Dios un Dios de lugares y por lo tanto, haciendo de Dios una pluralidad, pues así como son diversos los lugares así de diversos eran los dioses que se tenían. 

     Por lo que el cardenal Ratzinger al exponer el capítulo tres del  libro del Éxodo pone de manifiesto que Dios se revela a Moisés como un Dios personal, cercano, ya no se le concibe como el Dios de un lugar sino un Dios de personas: el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob (Ex 3, 6). Es un Dios que no se limita a un lugar, es un Dios presente en donde se encuentra el hombre, Dios es un Dios Personal9.

     Ahora bien, Dios no sólo se revela como Personal, sino que también revela su nombre, Yahvé, con el que no pretende revelar la esencia de Dios, más bien se presenta como un Dios para Israel, un Dios para los hombres. De tal modo que el nombre de Dios se entiende o se explica no como un ser en sí, sino como un ser-para; así, el yo soy significa algo así como yo estoy ahí o yo estoy ahí para vosotros10.

     Es así como la palabra emitida por Dios nos ha dado hasta estos momentos la certeza de su cercanía, su nombre hace posible que lo podamos nombrar, que lo podamos invocar, que podamos entablar contacto con Él. El nombre en sí lleva un ordenamiento social, nos lleva a una inserción en la estructura de las relaciones sociales. El Cardenal afirma que cuando Dios se nombra, desde la perspectiva de la fe, no revela su naturaleza íntima, sino que se hace nominable, se da a los hombres de manera que se le pueda llamar11.

III.- Cristo revelador del Padre

En la revelación mediata nos podemos percatar que Dios se da a conocer, pero no podemos descubrir en él su cualidad de Padre si no es por la encarnación de su Hijo, en el cual se manifiesta la naturaleza misma de Dios sin ninguna mediación, ya lo dice la Sagrada Escritura: Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas. En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo por quien también hizo el universo (Heb 1, 1-2). Efectivamente, Dios por su amor a la humanidad se ha dignado comunicarse por medio del Verbo Eterno, ya que Él se ha hecho realmente en Jesucristo ‹‹palabra››, discurso para nosotros, que no es mero símbolo de nuestra búsqueda sino la respuesta que Él nos da12.

     De esta manera, Dios ya no sólo se revela como el totalmente Otro, como el Creador, como el Dios personal, ahora se revela como el Dios-con-nosotros, como Padre por medio de su Hijo, de tal manera que la presencia del Hijo es la presencia misma del Padre. Dios entra definitivamente en la historia del hombre como Padre por su Hijo:

      En la concepción del cuarto evangelio Jesús une en sí mismo y se aplica el ‹‹yo soy›› del Éxodo y de Isaías 43, resulta claro que él mismo es el nombre de Dios, es decir, la posibilidad de invocar a Dios. La idea del nombre entra aquí en un estadio nuevo y decisivo. El nombre no es ya sólo una palabra, sino una persona: Jesús…Con él, Dios entra para siempre en la historia de los hombres. El nombre ya no es una simple palabra que aceptamos, sino carne de nuestra carne y hueso de nuestro hueso13.

     A nivel de pensamiento y realidad, podemos decir con nuestro autor que los conceptos de substancia y subsistencia hacen ser a Dios tal. Dios por la substancia es el Ser que existe por sí y en sí mismo, pero Cristo nos revela a un Dios que no pretende permanecer en sí mismo, sino a un Dios que sale de sí para comunicarse y prodigarse14.

     Por lo que Cristo no sólo es la nueva, sino también la definitiva forma de conocer a Dios. Cristo es la revelación plena de Dios como Padre y, aunque el hombre es capax Dei por ser su imagen y semejanza, no podría nunca conocer e invocar a Dios como Padre si no fuera por medio de su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo. 

     Por lo tanto, podemos decir que Dios Padre es el origen de la misión del Verbo, y el contenido de ésta es la salvación de los hombres, la cual no es otra sino la donación y comunicación gratuita de Dios que se da sólo como Logos creador y como Logos encarnado; como Logos creador revela a Dios como relacional, como Logos encarnado revela a Dios como Padre.

Conclusión 

     De todo lo anterior, concluimos afirmando que para nuestro autor la misión del Verbo como revelador del Padre comienza en la obra de la creación, donde Dios se revela a sí mismo como un Dios relacional, y se comunica a los hombres por la capacidad de éstos de descubrir en la creación la huella de su Creador, gracias a que son imagen y semejanza suya. Pero de manera especial, el Cardenal Ratzinger afirma que en el hombre se acentúa de una manera especial esta realidad relacional de Dios.

     De esta manera, cuando el hombre contempla su propio ser y el de los demás, descubre esta revelación de Dios en él por ser creatura suya. Es aquí donde la fe juega un papel muy importante, pues por medio de su estructura dialógica, nos permite tratar con Dios sólo cuando tratamos con los demás. Es así como descubrimos que Dios se vale del hombre para comunicarse a los hombres.  

     En un segundo momento, constatamos a través de la historia de salvación que Dios ha elegido un pueblo, Israel, y personas concretas para manifestarse y para ser portadoras de su mensaje y de su presencia salvadora. A través de ellos Dios ya no se va a revelar solamente como Personal, sino que ahora también nos va a revelar su nombre: Yahvé, con el cual no pretende revelar su esencia, sino más bien presentarse como un Dios para los hombres, a tal grado que nuestro autor afirma que el nombre de Dios se entiende como un ser-para, con el que revela su presencia cercana con el hombre para que lo puede nombrar, invocar y entablar una relación personal e íntima con Él. 

      De todo esto, deducimos que esta mediación mediática de Dios, aunque es imperfecta, logra su cometido por medio del anuncio, a través de la creación y del mismo hombre; y de la palabra, con la cual Dios se comunica de manera más cercana a personas concretas y a un pueblo en particular. 

     Por último, el Cardenal Ratzinger deja claro que Dios se da a conocer de manera plena y definitiva  en su cualidad de Padre, solamente  a través del Verbo encarnado, que es la mediación por excelencia, a través del cual se nos revela como el Dios-con-nosotros que irrumpe de un modo nuevo en nuestra historia y nos conduce a una relación más íntima y personal con Él, a tal grado  que podemos llamarlo Abbá, Padre ( Cf. Rm 8, 15). 

     

     

Bibliografía 

RATZINGER, Joseph, Creación y pecado, EUNSA, Pamplona, 2005.

RATZINGER, Joseph, Introducción al cristianismo, Sígueme, España, 2001.

RATZINGER, Joseph, Nuevo Pueblo de Dios, Herder, Madrid, 2005.

Catecismo de la Iglesia Católica, Coeditores Católicos de México, México, 2004.  

 

 1 Cf. RATZINGER, Joseph, Nuevo Pueblo de Dios, 113.

2 Cf. RATZINGER, Joseph, Creación y pecado, 70- 73.

3 Cf. RATZINGER, Joseph, Introducción al cristianismo, 158.

4 RATZINGER, Joseph, Creación y pecado, 37.

5 Cf. RATZINGER, Joseph, Introducción al cristianismo, 105

6 Ibíd., 82.

7 Ibíd., 81-82.

8 Cf. Ibíd., 83.

9 Cf. Ibíd., 99- 105.

10 Cf. Ibíd., 109.

11 Ibíd., 113.

12 RATZINGER, Joseph, Nuevo Pueblo de Dios, 387. 

13 RATZINGER, Joseph, Introducción al cristianismo, 112.

14 Cf. RATZINGER, Joseph, Nuevo Pueblo de Dios, 315.