¿A quién hemos de recurrir sino a Él?
Durante varios años los medios de comunicación nos han transmitido los síntomas de una sociedad muerta, como ya lo mencionaba el ahora Beato Juan Pablo II en su carta encíclica Evangelium Vitae, Evangelio de la vida. Son muchos los síntomas que presenta nuestra sociedad, como lo es el aborto, la eutanasia, el suicidio, el homicidio, etc., con esto cada vez se está degradando la dignidad de la persona. Somos personas, y más que eso: somos hijos de Dios.
Es el caso de nuestro México. Las circunstancias en las que se desarrolla la sociedad mexicana en la actualidad, nos hacen perder la sensibilidad ante muchos sucesos inhumanos. Constantemente estos hechos van degradando la dignidad del hombre, lo hacen peor que un animal, lo degradan; lo hacen incapaz de amar, de vivir como verdadero hombre, como verdadero hijo de Dios.
Muchas veces nos internamos en nosotros mismos y nos hacemos sordos al clamor de nuestro hermano que está pasando una necesidad, es decir, estamos ignorando al mismo Cristo. ¿Cuántas veces olvidamos que la Iglesia es madre, y una madre cobija, cuida, atiende, ama, y que nosotros somos esa Iglesia?
Pero ante toda esta onda de maldad, de violencia, encontramos al Amor, a la Luz que ilumina el corazón del hombre, encontramos al Creador, a la Vida, que regresa la dignidad perdida del hombre y la regresa con una plenitud que solo en Cristo encontramos.
Cuando todo cristiano, miembro de un mismo cuerpo, vive unido a la cabeza, que es Cristo tiene que ser ejemplo de paz y de perdón. Su vida, vinculada con las circunstancias en la que se desarrolla, tiene que dar testimonio en la familia, en la comunidad y en su propia persona de que es miembro de Cristo de quien recibe el amor, el perdón y la paz.
Con todo esto y más, es necesario pedir a Dios su perdón. Perdón por todas las personas que enfrían su corazón y que se vuelven incapaces de amar. Perdón por todas las veces en las que nosotros, con nuestras omisiones, nos hemos convertido en cómplices de todas las aberraciones contra nuestros semejantes. Perdón por nuestros pecados de indiferencia, de falta de caridad y de solidaridad. Perdón por las ocasiones en las que dudamos del amor infinito de Dios, nuestro Padre, de ese amor que puede transformar la vida y el corazón del hombre. Perdón por no aceptar la paz, el amor y el perdón que viene del Corazón traspasado de nuestro Señor. Perdón, Señor, Perdón.
«Santa María de Guadalupe, Reina de México: salva nuestra patria y conserva nuestra fe»